sábado, 24 de diciembre de 2011

EL QUE ESTÁ POR NACER


                              EL QUE ESTÁ POR NACER
 
Como el recóndito Miserere entonado por voces penetrantes de monjes ocultos bajo el soterramiento lapidario del pasado, puedo oír angustiosas plegarias que imploran piedad al estremecedor alud de los mármoles basilicales. La sequedad de nuestra existencia recobra el ansiado aliento al beber del manantial inacabable de fervientes aguas que brotan de los labios del Señor. La tenebrosa oscuridad del temor a lo oculto trasciende de la milagrosa madera para aflorar en nuestro interior y fortalecernos confiadamente en el Que Todo lo Puede. Un nuevo viernes nos despojamos del rutinario transitar de la existencia para experimentar el gozo temprano del Adviento que clama como rumor entre cálices y la luz de la inminente Pascua, la venida del Dios eterno que se proyecta desde la Plaza a toda la Ciudad.

Desvanecidos en el esfuerzo y ávidos en la esperanza, al divisar el último tramo de la vía que nos lleva hasta el absorbente firmamento del encarnado Mentor de todo lo creado, nuestros cuerpos se elevan contemplativamente, sustrayéndose de lo intrascendente y palpando milagrosamente la intangibilidad del alma y la palpable realidad de la belleza más excelsa. Nos postramos ante el Dios que nos hace recobrar la paz ante la tormentosa cotidianeidad que nos envuelve amargamente cada instante y alzamos la vista para buscar en los pies descalzados del Señor la primera zancada que nos devuelva a recobrar la estela de la Luz. El Gran Poder surca los recónditos retiros de nuestra íntima morada anunciándonos la buena nueva de su cercana presencia, que emerge como compasiva caricia de Salvación.

En la profundidad de la mirada encontramos motivos sustanciales para aferrarnos al Credo cierto de nuestra fe. La atroz traviesa que oprime el hombro del Gran Poder le hace perder fuerzas, pero en ningún momento logra hacerlo desfallecer. Vencerá nuestro Señor y alzará sus manos sobre el indefinible Universo que trazó como prueba irrebatible del mayor Poder e Imperio cimentados.

Contemplamos el pulcro Belén de la Parroquia del Santo Mártir y buscamos en el pesebre la reminiscencia del “Que Está por Nacer” para hacernos recobrar el pulso acelerado de nuestros corazones y buscar líricos Parasceves. Anidarán los vencejos que despertarán al Niño Grande de La Ciudad del primer sueño y claudicaremos ante la dulzura que prenderá de su Rostro. Las imperceptibles manijas del tiempo se eternizan impasibles ante la inmutable verdad de Dios que sella nuestras horas. El Alfa del entronado Mesías nos infundirá el espíritu de Dios, que se hará Hombre abrazándose al Leño Redentor y nos mostrará el camino de las certezas absolutas en la Omega, al alba de la Resurrección.

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