domingo, 23 de noviembre de 2008

A Manolo Barrón

Nuestras vidas son como ríos, los días pasan como el agua que recorre su caudal y finalmente terminan en la muerte como el río encuentra su punto y final al desembocar en el mar. Las personas pasan con mayor o menor pena por este Mundo. Según sus acciones los valoraremos, estarán presentes en el recuerdo y permanecerán para siempre en nuestras memorias o quedarán en el olvido. Como el río que a pesar de ir a morir al mar, sus aguas se renuevan y no termina de morir, nuestras vidas encuentran en la muerte un paso más en la larga cadena de la vida. El mar al fin es una etapa más en la vida del río, como la muerte del hombre es un estado transitorio que nos llevará a través de un oscuro túnel a encontrar la verdadera Luz de Dios, motivo esencial de nuestra existencia.
En esta vida nos encontramos ante un crisol de caracteres, de actitudes y de sentimientos. Unas personas pasan sin pena ni gloria, no pudieron o quisieron saborear los buenos momentos o guardaron para si mismos todo lo bueno que se encontraron en el camino.
Por suerte nos encontramos con personas desprendidas, generosas y entregadas a sus semejantes que nos hacen más fácil la convivencia, saborear los dulces tragos del destino e incluso con su cariño nos ayudan a superar el dolor en nuestra amargura.

Manolo guarda bajo su pecho un corazón grande, fuerte y generoso, es un hombre que transmite ilusión y ganas por luchar ante la adversidad. Es fiel a sus ideas, defendiéndolas a capa y espada. Nadie lo hace comulgar con ruedas de molino. Es firme en sus creencias, es inquebrantable en su amistad, un padre y un marido ejemplar. Un hombre abnegado y bondadoso.
El sabio Maestro Eterno vuelve a separarnos de uno de los mejores.
A punto de iniciar la última chicotá de su vida desde la Catedral de Triana, el paso de su vida arriará por penúltima vez a las plantas de su Virgen Morena y de ese Cristo al que nunca jamás volverá a besar sus pies. En Él encontró la fuerza suficiente para cargar la Cruz de su enfermedad y fue Jesús su Cirineo, el mismo que Cayó por tres veces en el suelo de Triana levantó para ayudar a su hijo en su particular camino hacia el Calvario de la vida. ¿Recuerdas Manolo cuántas veces hablamos del arte de nuestro amigo Javi al vestir a la Virgen?. Hoy la ha vestido para ti y de este modo la verás siempre desde ese rincón que Dios tiene reservado a los mejores hijos de Triana.
Nos queda rezar por tu alma, acompañarte por última vez hasta la última parada de tu existencia, esa si amigo, te llevará a compartir Santa Morada con la Caída eterna del Cristo de Triana y con los perfiles más hermosos que dibujaron los pinceles celestiales en la cara divina de la Reina de Triana.
Espero que en Cielo te acuerdes de nosotros y nos sigas dando fuerzas para conseguir llevar a cabo nuestro proyecto de Hermandad. No te olvidaremos nunca Manolo. Por suerte tenemos entre nosotros a tu hijo Fernando, que ha sabido tomar el testigo de su padre y en él siempre te veremos a ti. Las buenas personas nunca acaban de marcharse para siempre. Tristemente no volveremos a tener unas palabras tuyas, no volveremos a coincidir en un banco de la Capilla de los Marineros, a charlar en el encuentro de cualquier calle de Triana, el saludo lejano de cualquier mañana, las emociones compartidas la mañana del Jueves Santo delante de la Capilla o el pellizco del Viernes de Dolores al contemplar con devoción la dulce agonía del Cristo que no termina de morir por las Calles de Triana. Duerme amigo Manolo, duerme que pronto abrirás los ojos y en tu despertar lo verás a Él en el esplendor de su Gloria. Tu mensaje y tu bondad no sólo no morirán sino que estarán cada día más presentes en nuestros corazones.
Hasta pronto querido Manolo, que Dios te bendiga y ayude a los tuyos a superar el trago más amargo de sus vidas.