jueves, 3 de abril de 2008

Nostalgia de una luminosa tarde en San Bernardo


Un año más y llamado por el puntual martillo de la nostalgia arrié la parihuela de las convicciones trianeras profundas, herencia irrenunciable recibida de los abuelos de Triana que convivían en armonía en los corrales de vecinos. Aquellos patios donde los bienes privativos escaseaban frente a los comunes. Unos patios que vivían en hermandad, donde todo se sabía e incluso se conocían los más íntimos secretos del corazón. Las charlas y las tertulias amortiguaban el fuerte calor del verano. El calendario de la Sevilla sabia señalaba con letras grandes es Miércoles Santo. Mis pasos de nuevo siguieron la misma estela que los abuelos y abuelas de Triana que cruzando un puente entre barcas traspasaban las entrañas del Río para llegar al otro gran sueño de Sevilla. Sus pasos terminaban cada mañana en un barrio torero, confortable, caluroso, acogedor, íntimo, profundo, entrañable y ciertamente misterioso. San Bernardo llegó con el tiempo a convertirse en la prolongación de Triana en el corazón de muchos hombres que se dejaron el alma en su otro Barrio para alimentar a esos niños que cada tarde salían al patio impregnado de aromas de romero y de jazmín para recibir a sus cansados padres. El puchero de una esposa o el caldo de una madre eran el mejor remedio para revitalizar los cuerpos rendidos al trabajo cotidiano.
El hermoso paralelismo existente entre Triana y San Bernardo terminó con la unión para toda la vida de muchos de sus hijos.

Los hijos anhelantes de San Bernardo cumpliendo la promesa eterna escrita de puño y letra con tinta del color de la sangre que fluye de los corazones que laten sin cesar amando al barrio sevillano que pone los pies a la Giralda volvieron a sus orígenes, a la emoción del reencuentro, al comedor de las abuelas donde les esperaba la túnica de su Hermandad o el costal que acariciaría la trabajadera entrañable portadora de un Crucificado o del dolor inconsolable de una Madre.

En apenas unas horas el Cielo se tornó color tinieblas, las malintencionadas nubes tomaron parte en un banquete al que no fueron invitadas. Era una tarde para soñar con el Sol radiante que hizo merecer a tan señalada sobremesa como la tarde más hermosa y luminosa de Sevilla. El sueño se desvaneció, la firmeza de los pasos que nos acercaron al sueño se volvió pesadumbre. En el horizonte no existía el más mínimo atisbo a la esperanza. Este año el Cristo de la Salud y la Virgen del Refugio se acordaron de sus otros hijos costaleros que horas antes del amanecer abandonan sus hogares, sin a penas tiempo para despedirse de sus esposas y niños para iniciar la durísima chicotá de sus cosechas. El Cristo de la Salud y su dulce Madre nos recordaron que están todo un año para nosotros. Su amor no es exclusivo de una fecha, es un amor duradero, un amor que como fruto ha de madurar para hacerse gustoso y apetecible.

De regreso al Viejo Arrabal de mi pasión pude recordar las grandes tardes del Sol y el baño de recuerdos y sentimientos en torno a un dulce Crucificado entre claveles salpicados de lirios y la hermosísima Virgen del Refugio bajo un palio que conjuga a la perfección las excelencias de dos metales preciosos que en armonía con el Sol de la Primavera de Sevilla dan lugar a la aleación perfecta.

Para llenar en cierta medida el vacío de la tarde y la añoranza de la noche de sueños y recuerdos de San Bernardo y la inminente marcha de sus hijos que reinician el pedregoso camino de la ausencia recuerdo la letra de un delicioso tango que me viene a la mente cada Miércoles Santo, y que dice:

Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos,
van marcando mi retorno...

Son las mismas que alumbraron,
con sus pálidos reflejos, hondas horas de dolor.

Y aunque no quise el regreso,
siempre se vuelve al primer amor.

La quieta calle donde el eco dijo:
Tuya es su vida, tuyo es su querer,

bajo el burlón mirar de las estrellas
que con indiferencia hoy me ven volver...

Volver, con la frente marchita,
las nieves del tiempo platearon mi sien...

Sentir... que es un soplo la vida,
que veinte años no es nada,

que febril la mirada errante
en la sombras te busca y te nombra.

Vivir, con el alma aferrada a un dulce recuerdo,
que lloro otra vez...

Tengo miedo del encuentro con el pasado
que vuelve a enfrentarse con mi vida...

Tengo miedo de las noches que,
pobladas de recuerdos, encadenan mi soñar...

Pero el viajero que huye tarde
o temprano detiene su andar...

Y aunque el olvido, que todo destruye,
haya matado mi vieja ilusión,

guardo escondida una esperanza humilde
que es toda la fortuna de mi corazón.

Vivir... con el alma aferrada a un dulce recuerdo
que lloro otra vez...


Por último de un pequeño mueble del salón de mi casa recupero un viejo disco de El Arahal para escuchar tres entrañables composiciones que durante años acompañaron el morir de un venerado Crucificado: Salud de San Bernardo, Puente de San Bernardo y Pasa la Virgen del Refugio. Me quedo sólo ante la oscuridad de mi cuarto e inicio el camino que me llevará de nuevo a la deseada meta de las añoranzas y de los encuentros. Sólo me queda soñar con un nuevo Miércoles Santo, con un Puente bañado de Sol, con el despertar de un Barrio que vuelve a sus orígenes y con mi Cristo de la Salud y la Reina de San Bernardo.