domingo, 30 de marzo de 2008

La tarde se rompió y la noche trató de olvidar

Transcurrían las horas de un Jueves Santo roto por la mitad, una jornada marcada por tres ausencias, tres hermandades que sufrieron la crueldad de una incesante lluvia que acabó con la ilusión de unos hermanos que no pudieron acompañar a sus Imágenes Titulares en el día señalado como grande en el oportuno calendario de la Sevilla cofrade. La lluvia cesó y la tarde nos regaló momentos de gran emoción que alcanzaron el punto álgido con la entrada en Campana de la Reina de Montesión a los sones de dos bellísimas composiciones: Virgen de los Negritos y Virgen de la Victoria en honor a las dos hermosas dolorosas del Jueves Santo cuyas ausencias marcaron enormemente el devenir de la jornada. Se hizo la noche y la Sevilla de la nostalgia y el romanticismo quedó prendada ante el conmovedor Misterio de la Quinta Angustia traspasando el alma misma de la Ciudad para retornar a San Pablo. La calma y el silencio embargaron por completo el marco incomparable de un Arco del Postigo expectante De repente de un balcón y de la profundidad de una garganta nació una vibrante saeta para el delirio de un público entregado a la fría noche de Sevilla y a sus encantos de recién estrenada Primavera.
En el ocaso del Jueves Santo y en el renacer de la Santa Madrugá pudimos contemplar con sublime admiración la trilogía perfecta de la Virgen del Valle que derramaba sus últimas lágrimas de Jueves Santo al compás de la más hermosa melodía que para toda una vida en un pentagrama se plasmaría. La Virgen del llanto inconsolable por unos minutos compartió la gloria de su música con la Virgen de la Merced. Las notas suspendidas en el aire acompasaron la excelencia de dos bellezas incuestionables que caminaban por Sevilla bajo la majestuosidad de dos palios embriagados de sevillanía. Jesús de la Pasión caminaba sin descanso para buscar la Plaza y el reencuentro emocionante con el hombre que a su vez fue su padre e hijo, el creador de sus formas y que pocas horas después no dudó en arrodillarse ante su Divinidad. Un rejuvenecido Salvador volvió a ver de frente al Jesús de la dulzura. La Cruz de Guía de la Primitiva Hermandad de los Nazarenos de Sevilla se abría paso entre la estrechez de una calle confundida entre naranjos repletos de naciente azahar. Dos hileras de cirios suspendidos anunciaban la inminente presencia del Señor portador de la Cruz de nuestros pecados, una Cruz por siglos de historia cargada del revés. La memoria dormida de Sevilla despertó ante la Señora de los azahares concepcionistas. Una espada volvió a ser símbolo irrefutable de la defensa del más puro y verdadero dogma de María. La Virgen de la Concepción florecía ante el tupido velo de la noche que pocas horas antes terminó por cubrir la claridad del día.