En el ocaso del Jueves Santo y en el renacer de la Santa Madrugá pudimos contemplar con sublime admiración la trilogía perfecta de la Virgen del Valle que derramaba sus últimas lágrimas de Jueves Santo al compás de la más hermosa melodía que para toda una vida en un pentagrama se plasmaría. La Virgen del llanto inconsolable por unos minutos compartió la gloria de su música con la Virgen de la Merced. Las notas suspendidas en el aire acompasaron la excelencia de dos bellezas incuestionables que caminaban por Sevilla bajo la majestuosidad de dos palios embriagados de sevillanía. Jesús de la Pasión caminaba sin descanso para buscar la Plaza y el reencuentro emocionante con el hombre que a su vez fue su padre e hijo, el creador de sus formas y que pocas horas después no dudó en arrodillarse ante su Divinidad. Un rejuvenecido Salvador volvió a ver de frente al Jesús de la dulzura. La Cruz de Guía de la Primitiva Hermandad de los Nazarenos de Sevilla se abría paso entre la estrechez de una calle confundida entre naranjos repletos de naciente azahar. Dos hileras de cirios suspendidos anunciaban la inminente presencia del Señor portador de la Cruz de nuestros pecados, una Cruz por siglos de historia cargada del revés. La memoria dormida de Sevilla despertó ante la Señora de los azahares concepcionistas. Una espada volvió a ser símbolo irrefutable de la defensa del más puro y verdadero dogma de María. La Virgen de la Concepción florecía ante el tupido velo de la noche que pocas horas antes terminó por cubrir la claridad del día.
domingo, 30 de marzo de 2008
La tarde se rompió y la noche trató de olvidar
En el ocaso del Jueves Santo y en el renacer de la Santa Madrugá pudimos contemplar con sublime admiración la trilogía perfecta de la Virgen del Valle que derramaba sus últimas lágrimas de Jueves Santo al compás de la más hermosa melodía que para toda una vida en un pentagrama se plasmaría. La Virgen del llanto inconsolable por unos minutos compartió la gloria de su música con la Virgen de la Merced. Las notas suspendidas en el aire acompasaron la excelencia de dos bellezas incuestionables que caminaban por Sevilla bajo la majestuosidad de dos palios embriagados de sevillanía. Jesús de la Pasión caminaba sin descanso para buscar la Plaza y el reencuentro emocionante con el hombre que a su vez fue su padre e hijo, el creador de sus formas y que pocas horas después no dudó en arrodillarse ante su Divinidad. Un rejuvenecido Salvador volvió a ver de frente al Jesús de la dulzura. La Cruz de Guía de la Primitiva Hermandad de los Nazarenos de Sevilla se abría paso entre la estrechez de una calle confundida entre naranjos repletos de naciente azahar. Dos hileras de cirios suspendidos anunciaban la inminente presencia del Señor portador de la Cruz de nuestros pecados, una Cruz por siglos de historia cargada del revés. La memoria dormida de Sevilla despertó ante la Señora de los azahares concepcionistas. Una espada volvió a ser símbolo irrefutable de la defensa del más puro y verdadero dogma de María. La Virgen de la Concepción florecía ante el tupido velo de la noche que pocas horas antes terminó por cubrir la claridad del día.
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