domingo, 27 de abril de 2008

La luz del día quedó eclipsada por la Luz del Señor

Llegó el momento señalado para que el Señor de Sevilla y su Madre abandonen su Casa para pasar unos días con sus hijas pobres. Mañana radiante de Sevilla, una extraña sensación recorría el pensamiento de un pueblo cristiano que se echaba a la calle para participar del evento. El día avanzaba, el Sol se habría paso lentamente hasta conquistar el horizonte Celeste que cubría toda la Ciudad. Las imágenes se sucedían y todo hacía recordar la mañana del Corpus o aquella otra reservada para la Patrona de la Ciudad. El vacío de la Plaza de San Lorenzo fue llenándose poco a poco hasta cubrirse por completo.

A medida que se acercaba la hora las voces presentes se convirtieron en tenue murmullo, el sonido rotundo de una campana, el chirriar de una puerta que acaba abriéndose por completo hacen decrecer el murmullo, la Cruz de Guía escoltada por faroles traspasa el umbral de la Basílica y lentamente llega hasta las puertas del Templo de San Lorenzo donde esperaban sendas representaciones de las Hermandades del Dulce Nombre y La Soledad.

Una comitiva de hermanos de luz completa el Cortejo. En sus miradas podemos encontrar respuesta a tanto amor por el Señor. Unos hermanos que han forjado su existencia en la fuerza del Señor. Entre ellos pudimos encontrar a hermanos cargados de años, caminaban lentamente pero con firmeza. Una firmeza que los acompañará hasta que el Señor los invite al banquete del gozo. Cuantas madrugadas concentradas en unos hombres que son parte de la Historia, porque esta bella Historia tiene como protagonistas al Dios que todo lo puede y a tantos hombres que se entregaron en cuerpo y alma a la justicia de su causa.

Se hace el más absoluto silencio ante una nube de incienso tras la cual se adivina la silueta del Señor. En unos segundos el humo de los incensarios decrece y el rostro del Divino Cisquero queda perfectamente visible a los ojos de una Sevilla que no termina de sorprenderse ante la infinita sucesión de matices que en cada golpe de vista descubre en el Señor. La emoción se hace presente, las gentes tratan de contener las lágrimas, resultando imposible.

En unos segundos se produce el milagro imposible la luz del Sol queda completamente eclipsada ante la Luz del Señor. El rey de los planetas claudica ante el Dios Celestial. Es un día distinto, la Historia nos enseñó que el momento del Señor está en la Santa e irrepetible Madrugá y en la mañana de los pajarillos que despiertan para cantar las alabanzas del Señor. Esta vez todo era distinto, era una mañana especial, para recordar toda una vida.

El silencio es roto por dos saetas históricas del maestro Heredia que atravesando el costado de la nostalgia y el recuerdo terminan por clavarse en los pechos conmovidos ante tanta emoción contenida. El Señor se perdía en el horizonte de la Plaza y apareció la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso.
"La dulzura de tu cara en perfecta armonía con la angustia de tu pena Traspasó mi alma de sevillanía. Fue hermoso volver a encontrarme contigo Madre Mía. No tenías que demostrarme que no necesitas palio ni madrugada para eclipsar la hermosura de las flores y la luz de los planetas, pero fue hermoso verte en soledad de parihuela y luciendo manto celeste de delicia macarena, para resaltar todavía más la hermosura de Tu rostro quebrado por el llanto, pero firme en Tu esperanza. El Rosario de Tu aurora refrescó el calor de una Plaza que no para de rendirse a tus encantos de lirio y azucena".

El Señor no termina de pasar por nuestras vidas

La Sevilla pasional no termina de rendirse al sueño perpetuo del anhelo. La estancia de Dios en las calles de nuestra Ciudad no terminó de agotar las últimas cuentas del rosario de su tiempo. Un tiempo breve e intenso que formará parte de la Historia de nuestra Ciudad, la cosecha de una Historia labrada durante siglos por el esfuerzo de hombres y mujeres abnegados a la causa de Dios y a la verdad de su mensaje de amor infinito y cuya imborrable huella perdurará en el tiempo y en el espacio. El Señor con su presencia volvió a ser el mejor alivio para curar las heridas de la desidia, el Todo para llenar el vacío de la soledad, la Certeza para encontrar respuesta a las dudas de la existencia, la Luz para superar la ceguera que nos alejó de la verdad de Dios y el Credo incuestionable que nos reafirma en nuestra Fe.

Los hijos de la Sevilla del sentimiento y del inquebrantable amor al Dios que rejuvenece ante el paso de los años, no sintieron el pellizco de otras veces cuando sus ojos apenas podían divisar la silueta del Señor al perderse en un horizonte de súplicas y oraciones. Algo les decía que muy pronto el milagro del Dios de las Alturas volvería a repetirse.


El Dios nacido de la madera que tomó vida propia, muy pronto se hará presente en las calles de Sevilla. El Señor traspasará el alma de la Basílica para hacerse presente en el corazón de una Plaza que enamora con nombrarla y que cautiva con pisarla. sus pasos le dirigirán a las arterias principales que conducen a los sevillanos al gran corazón que late fuertemente en el Pecho del que Todo lo Puede, poco a poco Conde de Barajas, Jesús del Gran Poder y Las Cortes sentirán la cercanía del Señor. La Plaza de la Gavidia será la penúltima estación antes de llegar a la calle que recibe el nombre del hombre que más amó al Señor en vida y que descansó para gozar eternamente de su misericordia.

La austeridad de un Convento será el punto y final en este breve, pero no menos intenso camino del Señor, que en todo momento sentirá tras de sí el aliento y el amor de su Madre. Las monjitas esperan al Señor como el milagro de sus vidas. A penas pueden hacerse una idea del rostro del Gran Poder, si acaso lo reconocerían por alguna vieja foto. Una primera vista hacia el Señor provocará admiración y cierta sorpresa ante la piadosa contemplación de la perfección de sus formas y ante la carga de profundidad de su mirada. En apenas unos segundos las hermanas clarisas capuchinas percibirán que esa misma mirada profunda del Señor fue protagonista de sus sueños desde novicias. El Señor que un día despertó en ellas la necesidad de dar testimonio en vida de los mandatos del Dios Padre ha venido a visitarlas a su casa. Que mejor que las monjitas para cuidar de Él y que mejor que el Señor para velar por sus sueños de inocencia. El silencio conventual no se verá alterado por la presencia del Señor y de su Madre. Sus paredes serán testigo del milagro de la madera encarnada en el Dios de la Vida. La paz y la armonía invadirán el silencio claustral de Santa Rosalía y el Pueblo de Sevilla será convidado de excepción al banquete del encuentro.

No me olvido de vosotras abuelas de Sevilla, tampoco faltaréis a la cita del Señor. Una vez más volveréis a ser niñas ante Él. El Señor que rejuvenece al paso de los años se acercará a vosotras en la lejanía de su zancada y la eterna promesa del reencuentro se hará presente en el ruego de vuestros corazones, cansados por el paso de los años, rejuvenecidos ante el Señor.