A medida que se acercaba la hora las voces presentes se convirtieron en tenue murmullo, el sonido rotundo de una campana, el chirriar de una puerta que acaba abriéndose por completo hacen decrecer el murmullo, la Cruz de Guía escoltada por faroles traspasa el umbral de la Basílica y lentamente llega hasta las puertas del Templo de San Lorenzo donde esperaban sendas representaciones de las Hermandades del Dulce Nombre y La Soledad.
Una comitiva de hermanos de luz completa el Cortejo. En sus miradas podemos encontrar respuesta a tanto amor por el Señor. Unos hermanos que han forjado su existencia en la fuerza del Señor. Entre ellos pudimos encontrar a hermanos cargados de años, caminaban lentamente pero con firmeza. Una firmeza que los acompañará hasta que el Señor los invite al banquete del gozo. Cuantas madrugadas concentradas en unos hombres que son parte de la Historia, porque esta bella Historia tiene como protagonistas al Dios que todo lo puede y a tantos hombres que se entregaron en cuerpo y alma a la justicia de su causa.
Se hace el más absoluto silencio ante una nube de incienso tras la cual se adivina la silueta del Señor. En unos segundos el humo de los incensarios decrece y el rostro del Divino Cisquero queda perfectamente visible a los ojos de una Sevilla que no termina de sorprenderse ante la infinita sucesión de matices que en cada golpe de vista descubre en el Señor. La emoción se hace presente, las gentes tratan de contener las lágrimas, resultando imposible.
En unos segundos se produce el milagro imposible la luz del Sol queda completamente eclipsada ante la Luz del Señor. El rey de los planetas claudica ante el Dios Celestial. Es un día distinto, la Historia nos enseñó que el momento del Señor está en la Santa e irrepetible Madrugá y en la mañana de los pajarillos que despiertan para cantar las alabanzas del Señor. Esta vez todo era distinto, era una mañana especial, para recordar toda una vida.
"La dulzura de tu cara en perfecta armonía con la angustia de tu pena Traspasó mi alma de sevillanía. Fue hermoso volver a encontrarme contigo Madre Mía. No tenías que demostrarme que no necesitas palio ni madrugada para eclipsar la hermosura de las flores y la luz de los planetas, pero fue hermoso verte en soledad de parihuela y luciendo manto celeste de delicia macarena, para resaltar todavía más la hermosura de Tu rostro quebrado por el llanto, pero firme en Tu esperanza. El Rosario de Tu aurora refrescó el calor de una Plaza que no para de rendirse a tus encantos de lirio y azucena".