jueves, 6 de noviembre de 2008

A Híspalis con la Justicia de su Causa.

Sevilla empieza a anochecer en el horizonte de un Aljarafe guardián y centinela cartujano. Sus calles a penas tienen vida, los pajarillos se protegen de la fría noche en las copas de los árboles arropando con sus alas a sus indefensas criaturas, las tupidas madreselvas y los naranjos cierran sus ojos de otoño soñando con el esplendor de una nueva primavera. A penas pueden percibirse los mínimos indicios de una Ciudad repleta de vida.
Lejanos al mundanal silencio cuentan las últimas horas del día en un acogedor hogar de nuestra Sevilla. Lentos y cautelosos pasos de un padre llevan a la pequeña Laura a descansar su pequeño cuerpo de ángel sobre una suave sábana de seda. El último beso del día sobre su carita aterciopelada es preludio de un profundo y hermoso sueño.
Se hace la noche por completo, el silencio y la oscuridad caen sobre una calle que es levemente alumbrada por parejas nombradas de farolas. Poco a poco se apagan las luces de las casas vecinas del Barrio.
Tras dar el último beso de la jornada a su princesita y cansado por la rutina diaria se sienta junto a la compañera de sus días, los párpados comienzan a pesar, los ojos entreabiertos lo acompañan a la puerta de un primer sueño que nos transporta a un balcón de Triana que a través del Guadalquivir apunta hacia la otra orilla del Río, en un primer plano su dorada Torre cercana y al fondo La Giralda soñadora, prendida por azucenas, que sobresale con su belleza y por su altura de las paredes del Templo Catedralicio.
Gran Poder y Macarena velan por el sueño de su niña. Mientras, él no termina de conciliar el sueño propio. Su preocupación por Sevilla puede con el cansancio. Se levanta presuroso para tomar papel y lápiz e inicia unas líneas marcadas por la honda preocupación por unas calles heridas, el abandono de unas plazas, el dolor por unas piedras rotas, el monumento agrietado por el paso de los años, el balcón que amenaza con descolgarse, la fachada fatalmente apuntalada, la Sevilla histórica salpicada por la mal entendida modernidad y en fin trata de buscar una solución para acabar con tanto abandono, desazón y desidia. Su Sevilla está tristemente malherida, las llagas cada vez son más profundas y el dolor más inconsolable.

Vencido por el sueño se marcha a descansar, antes toma el mismo lápiz para señalar un nuevo día en esa cuenta atrás que lo llevará a un nuevo Domingo de Ramos. En sus sueños aparece un penitente de morado antifaz abrazando una Cruz besada por las cuentas de un rosario. La mirada siempre al frente buscando al Señor de bronce y bendito. Sonidos de tambores y de cornetas, de zambras gitanas, de cantes jondos por seguidilla y por martinete, gitanos que bailan en San Román, soleares, bulerías y tientos, El Manué camina con duende y poderío al compás de la Laguna. El Rey de los payos y de los gitanos vuelve a reinar en la noche más hermosa de la vieja Híspalis. Radiante como el Sol y elegante como la Luna camina por Sevilla la Reina de San Román, el palio se estremece, requiebros, mecías leves a golpe de cintura, soleá entre varales de plata, la candelería encendida como el cisco gitano que huele a azúcar quemá a los pies de una mesa de camilla.

Noche del Señor y de la Esperanza, noche de sueños revividos y la noche más gitana. Quejíos y suspiros en los jardines del Valle despiertan a los ángeles dormidos de San Román. Noche de canela, terciopelo, silencios, llantos, oraciones y promesas. Silencio en una calle, oscuridad en el firmamento, una hilera de cirios encendidos y detrás el Cristo de los Gitanos al son de una saeta. Se acaba la noche gitana y un largo año tendremos que esperar para verte la cara rosa morena y calé de las Angustias Coroná.

A ti Híspalis.