domingo, 27 de abril de 2008

El Señor no termina de pasar por nuestras vidas

La Sevilla pasional no termina de rendirse al sueño perpetuo del anhelo. La estancia de Dios en las calles de nuestra Ciudad no terminó de agotar las últimas cuentas del rosario de su tiempo. Un tiempo breve e intenso que formará parte de la Historia de nuestra Ciudad, la cosecha de una Historia labrada durante siglos por el esfuerzo de hombres y mujeres abnegados a la causa de Dios y a la verdad de su mensaje de amor infinito y cuya imborrable huella perdurará en el tiempo y en el espacio. El Señor con su presencia volvió a ser el mejor alivio para curar las heridas de la desidia, el Todo para llenar el vacío de la soledad, la Certeza para encontrar respuesta a las dudas de la existencia, la Luz para superar la ceguera que nos alejó de la verdad de Dios y el Credo incuestionable que nos reafirma en nuestra Fe.

Los hijos de la Sevilla del sentimiento y del inquebrantable amor al Dios que rejuvenece ante el paso de los años, no sintieron el pellizco de otras veces cuando sus ojos apenas podían divisar la silueta del Señor al perderse en un horizonte de súplicas y oraciones. Algo les decía que muy pronto el milagro del Dios de las Alturas volvería a repetirse.


El Dios nacido de la madera que tomó vida propia, muy pronto se hará presente en las calles de Sevilla. El Señor traspasará el alma de la Basílica para hacerse presente en el corazón de una Plaza que enamora con nombrarla y que cautiva con pisarla. sus pasos le dirigirán a las arterias principales que conducen a los sevillanos al gran corazón que late fuertemente en el Pecho del que Todo lo Puede, poco a poco Conde de Barajas, Jesús del Gran Poder y Las Cortes sentirán la cercanía del Señor. La Plaza de la Gavidia será la penúltima estación antes de llegar a la calle que recibe el nombre del hombre que más amó al Señor en vida y que descansó para gozar eternamente de su misericordia.

La austeridad de un Convento será el punto y final en este breve, pero no menos intenso camino del Señor, que en todo momento sentirá tras de sí el aliento y el amor de su Madre. Las monjitas esperan al Señor como el milagro de sus vidas. A penas pueden hacerse una idea del rostro del Gran Poder, si acaso lo reconocerían por alguna vieja foto. Una primera vista hacia el Señor provocará admiración y cierta sorpresa ante la piadosa contemplación de la perfección de sus formas y ante la carga de profundidad de su mirada. En apenas unos segundos las hermanas clarisas capuchinas percibirán que esa misma mirada profunda del Señor fue protagonista de sus sueños desde novicias. El Señor que un día despertó en ellas la necesidad de dar testimonio en vida de los mandatos del Dios Padre ha venido a visitarlas a su casa. Que mejor que las monjitas para cuidar de Él y que mejor que el Señor para velar por sus sueños de inocencia. El silencio conventual no se verá alterado por la presencia del Señor y de su Madre. Sus paredes serán testigo del milagro de la madera encarnada en el Dios de la Vida. La paz y la armonía invadirán el silencio claustral de Santa Rosalía y el Pueblo de Sevilla será convidado de excepción al banquete del encuentro.

No me olvido de vosotras abuelas de Sevilla, tampoco faltaréis a la cita del Señor. Una vez más volveréis a ser niñas ante Él. El Señor que rejuvenece al paso de los años se acercará a vosotras en la lejanía de su zancada y la eterna promesa del reencuentro se hará presente en el ruego de vuestros corazones, cansados por el paso de los años, rejuvenecidos ante el Señor.


1 comentario:

el aguaó dijo...

La alegría de las monjitas fue tremenda. Y la estampa de su encuentro con el Señor y Su Bendita Madre tuvo que ser indescriptible e inenarrable.

Un fuerte abrazo.