A D. ALFREDO ÁLVAREZ MENSAQUE,
NUESTRO HERMANO MAYOR.
Hoy,
Padre mío de las Tres Caídas, has llamado a Alfredo a tu lado. El sueño de cada
nueva Madrugá de Viernes Santo será una auténtica realidad en su sentir del día
a día. Queda una huella imborrable esculpida en el ancla que llevamos en el
corazón. Parte de mis años perteneciendo al grupo joven de la Hermandad se
marchan al Cielo contigo. Quedan tu humanidad y abnegación en la entrega por
todos tus hermanos. Lejano a todo protagonismo, entregaste lo mejor de ti por convertir
nuestra Hermandad en una gran familia. Miles de latidos unidos en sístole y
diástole en la grandeza emocional y espiritual que conlleva pertenecer a la
Hermandad de la Esperanza de Triana.
Sentimos
el abrazo de nuestro Cristo, que levanta de su Tercera Caída para hacer de su
bondad el pan nuestro de cada día. Naufragar en unos ojos negros que iluminan
desde San Jacinto o Pureza a las naves que contornean por las espumas blancas
del viejo Río, compañero inseparable de añoranzas. Duele ver como tu existencia
marcha por otras veredas, pero bien ha querido Cristo que el insufrible peso de
la cruz se apartara de tu cuerpo, para fundir tu alma revestida de verde
Esperanza y alzarla allá más arriba del lugar que ocupan las lejanas estrellas.
Comenzar a contemplar otros verdes paisajes en la misteriosa eterna Triana
adornada de geranios, damas de noche y lustrosos azulejos. Esa gran vasija de
porcelana que contiene en su interior la justa medida del amor más grande al
Dios bendito jurado por los hijos de Triana que duermen el sueño de los justos.
Llevará
nuestra Esperanza tu nombre dibujado en sus lágrimas y nuestro Cristo en su
rostro dulce y templado. Capirotes morados y verdes, música de ángeles y un
lazo negro de riguroso luto en los varales de nuestra Madre. No podemos
disimular nuestra tristeza en este frío y grisáceo anochecer. Nuestros
titulares permanecen inmutables al paso de los siglos y nosotros pasamos como
sombras de nazarenos caminando por las oscuras callejas de la Ciudad. Alfredo
no pasará, pues no existen límites ni muros infranqueables para la Esperanza.
La que nunca abandona a sus hijos y consuela a los que lloran por la marcha de
un ser querido no permitirá que te apartes para siempre. Hoy estarás en el
Paraíso por nuestro Cristo de las Tres Caídas prometido, gozando de su
misericordiosa presencia. Descansa querido Alfredo, rezaremos por ti y por tu
alma, arrodillados ante el semblante de nuestro Cristo de tez morena.
Te
llevaremos siempre en el corazón y en las remembranzas de los brillosos
amaneceres que anuncian la vuelta a Triana de nuestro Cristo. Y el admirable
paisaje de una luz que destella y resplandece admirada por la contemplación
excelsa de la belleza más imperial de todas las Dolorosas de Sevilla, que toma
la Avenida mecida por marineros que reman bajo su verde palio, nao también
revestida de verde como el manto de su Capitana soberana, Reina del Cielo y
Esperanza de Triana.