sábado, 15 de diciembre de 2012

ADVIENTO DE ESPERANZA


                ADVIENTO DE ESPERANZA

Esperamos la venida del Salvador rejuveneciendo nuestros corazones y apreciando en el silencio del alma, la profunda voz de Dios. El ave peregrina del ayer detiene sus alas para posar el vuelo en el albor de la primera estación de nuestro credo. Una pequeña Cruz envolverá los pequeños ojos del Mesías bajo la metáfora del plenilunio del Parasceve. Prosa y poesía; Adviento y Esperanza; cuerpo y alma; vida y muerte; convergen como caudalosos afluentes hacia un mismo río.

Crecemos en la Esperanza desposeídos de los miedos que nos avistan, siempre la Luz de Cristo eclipsando cualquier atisbo de sufrimiento. Trasciende la belleza que desciende del camarín para ofrecer sus manos a los hijos ávidos de ser colmados de su presencia. Todo parece comenzar de nuevo, la quietud entarimada sobre los gélidos mármoles resuena como música celestial destilada sobre los pentagramas de la melancolía. Incontables encuentros, vivencias y oraciones relumbran sobre las reposadas cales de la Capilla.

La Esperanza es puente sólido que nos sostiene. Firmes y decididos lo cruzaremos de alfa a omega para retornar a la vía del gozo. Bajo sus forjadas barandas navegan las aguas que nos harán beber de la fe indestructible. La belleza perfecta de la Virgen rememora la grandeza del espíritu que mora en el interior. Su nombre reúne rotundidad y armonía en un mismo tenor. Para Ella no existe lugar a la indecisión, los límites humanos que la concretan tienden al infinito en el amor. La Niña Celeste Inmaculada de Pureza abrirá su Verde posada a la primera Caída del Redentor, precisamente la que nos hará levantar en la virtud que la moldea.

El ser humano a lo largo de los siglos ha ansiado hacer realidad los más extraordinarios sueños que destellaron en las veladas oscuridades de la vida. Ante la Esperanza de Triana el anhelo es lucidez incesante que nos invita a creer en la intangibilidad del alma presentida y valorada en unos acontecimientos que exceden de la evidente cotidianeidad. Pasan las generaciones de devotos cumpliendo cada ceremonial manifiesto ante la Señora venerada y descubriendo en la intimidad del templo aquellos momentos colmados de emoción que quedarán a buen resguardo.

La izada verde bandera y el ancla vertida sobre su textura, ondean de proa a popa sobre las mareas de fervor que nos esbozan felicidad. Cada día se abren las páginas de los evangelios ante nosotros como certeras respuestas existenciales. El preludio de lo inminente nos lleva al desvelo y al discernimiento de lo tangible y lo aparente. Tomamos el testigo de quienes nos participaron del más hermoso legado de vivencias y creencias, para retomar en nuestros corazones su propio latido. Días de lágrimas dulces nos esperan para borrar esas otras amargas que nos embargan.

Nacerán en nuestros labios los besos cautivos que libres quedarán de las celdas de la distancia, al alcanzar tus manos, que nuevamente nos llevarán a nombrar sin palabras tu bellísimo nombre: Esperanza. No tiene sentido, Madre nuestra, extrapolar a la palabra todo aquello que podemos leer en tu mirada. Sólo tú sabes entender el mudo diálogo que me acerca al Atril de tu hermosura en el efímero paso por el Cielo que se dibuja en tus ojos.