viernes, 30 de diciembre de 2011

ÚLTIMO VIERNES DEL GRAN PODER - AÑO 2011 -



ÚLTIMO VIERNES DEL GRAN PODER - AÑO 2011 -

Me apresuro, mi Señor, a repetir el ritual de cada viernes del año. Será un momento especial y que quiero vivir en íntima soledad con el Dios de la Ciudad. Ha sido un año difícil, en el que se marcharon a poblar la eterna Plaza seres muy queridos. Se inicia para los devotos del Gran Poder una nueva era, vertebrada en torno al Señor y buscando siempre el horizonte del anhelado Parasceve de la santa Madrugá. Asumidos quedaremos en el insomnio que envuelve el permanente plenilunio que nos acompañará hasta alcanzar el momento cumbre: la apertura de las puertas del Templo para dar paso a la Cruz de los atributos pasionales que preceden la zancada del Que Todo lo Puede.

Difícilmente podré retener las lágrimas en mis ojos o articular palabra ante el Prodigio de los tiempos, pero indudablemente no desobedeceré al corazón que me pide insistentemente subir los peldaños que llegan al Cielo para besar la reliquia descalzada enquistada por los besos que acarician la más sutil textura. Algunos de nuestros hermanos, tantas veces, arrodillados ante Él, tomaron otro rumbo para alcanzar un mismo fin. El tiempo ha transcurrido a gran celeridad desde aquella negra Madrugá de truenos y lluvia, en la cual nuestros sueños perecieron antes de ver plasmado sobre el empedrado el desenlace más deseado.

Los vacíos de la Plaza al partir de los desolados devotos y los desgarradores silencios en el interior de la Basílica arremetieron con crueldad sobre nosotros. Bastaban las miradas apenadas, las lágrimas y la quietud para comprender que el Señor se quedaría en el Templo. No así su alargada huella que se proyectaría sobre todo la Ciudad atravesándola de costado a costado. Percibimos angustiados los silencios de Dios que nos asolan cuando el dolor nos embarga. El Señor disipa toda duda y vuelve a ofrecernos sus manos como mayor consuelo.

Realmente merece la pena la espera, algo más de 90 noches nos separan de un nuevo sueño. Los armarios contienen nuestro gran tesoro. La túnica de ruán espera ocupar su lugar, como nuestra segunda piel, en el momento oportuno en el que formaremos parte de la cofradía de los hermanos y devotos del Gran Poder. Los relojes de arena comenzarán a desgranarse lentamente sobre la superficie del continente, esparciendo su contenido desde la hora cero del nuevo año hasta llegar a la cima del Jueves Santo. Hablaremos de un antes y un después a partir de ese instante.


Jordi de Triana