sábado, 5 de octubre de 2013

A LA MEMORIA DE UNA TRIANERA LLAMADA ESPERANZA


A LA MEMORIA DE UNA TRIANERA LLAMADA ESPERANZA

Las arrugadas manos ceñidas a su cintura, la luz que mana del bendito rostro y el manantial de hermosura que brota de su mirada se elevan como piropos a los balcones adornados a su paso.

Una oscuridad honda e inquietante asoma tras unos amarillentos cortinajes. La pequeña habitación sobria y deshabitada huele a naftalina y recuerdos del pasado cercano. Secas azucenas, mustios geranios asidos al vacío de la intemperie y sueños desvanecidos en el umbral de la Gloria, contornean a uno y otro lado de la enrejada soledad.

La eterna sonrisa de la niña grande se apagó, como ese corazón latente que palpitaba a mayor cadencia al percibir como brisa de primavera el vaivén acompasado de las bambalinas. Su mirada enfermiza se encendía como antorcha al contemplar la tez morena de la Esperanza. Como pinceles humedecidos en acuarelas se dibujaban sobre los lienzos aterciopelados de la noche los perfiles de la Virgen. 

Por momentos el dolor profundo y la respiración contenida otorgaban la venia a una sonrisa contagiosa y amable, humedecida por los resquicios de unas lágrimas azucaradas que impregnaban la sequedad de unos labios implorantes. 

Dicen que por aquellas fechas iniciaste un largo viaje hacia un lejano lugar poblado de cerámicas, espadañas, patios vecinales y plazuelas. La eterna Triana abrió sus brazos al verte llegar para estrecharse con tu recobrada juventud. 

Siempre te recordaré saliendo al zaguán del Jardincillo para asomarte a la Parroquia de Señá Santa Ana, vestida de oscuridad y por el inconfundible olor a cisco que resbalando por las ranuras de una añeja puerta de madera acababa impregnándolo todo a su alrededor. 

Milagrosamente una fortaleza inexplicable se instrumentaba en tal menudo cuerpo. Sin tregua ni descanso aupabas tu humanidad desde las primeras claras del día, y de sol a sombra, entregabas lo mejor de ti para los demás. Como principal legado guardabas un antiguo retrato de nuestro Santísimo Cristo de las Tres Caídas delicadamente recompuesto con una camisa blanca de encajes. 

Te marchaste a los añiles arrabales dejando en tu camino una indestructible traza. Acunada sobre el regazo de la Esperanza en el susurro del eco de incontables madrugadas de Viernes Santo cerraste los ojos para descansar tu cansado cuerpo junto al Señor Caído. 

Te llamabas como Ella, Esperanza, Triana en cada pulsación de tu existencia y un amor con mayúsculas en cada línea de tus memorias.