sábado, 13 de febrero de 2010

HERMANA NAZARENA EN EL CIELO DE SAN LORENZO


HERMANA NAZARENA EN EL CIELO DE SAN LORENZO
Te marchaste con las manos teñidas de cisco, con el recuerdo en tus labios del último beso al Sagrado Talón de JESÚS DEL GRAN PODER y con el corazón roto de tanto amor generosamente esparcido.
Tu vida se consumió como lirio tronchado en la canastilla del recuerdo, tu alma de mujer se elevó buscando en un horizonte lejano el calor de una Plaza.
Cerraste tus ojos vencidos al cansancio sin perder esa sonrisa perenne que se dibujaba en tu cara cada vez que vestida con hábito de promesa caminabas buscando la senda de la Luz del que Todo lo Puede.
Te esperaba tu madre con los brazos abiertos, habían pasado muchos años desde aquella lluviosa tarde de abril que se marchó presurosamente de tu lado sin a penas tiempo para despedirse. Por fin alcanzaste el reencuentro soñado y la tomaste de la mano.
El tiempo se detuvo como se detiene cada mañana cuando los vencejos cantan al SEÑOR para que despierte de su leve sueño.
Te marchaste de nuestras vidas sin hacer ruido, apretando entre tus manos un viejo rosario y sintiendo sobre tu nuca el aliento del Divino Cisquero.
Nos quedan tus vivencias, tu ternura, la dulzura de tus palabras y el vacío de ese banco que tantas veces compartimos en la Basílica de NUESTRO PADRE JESÚS DEL GRAN PODER.
Desde entonces, cada anochecer, miro al Cielo buscando tu mirada serena de niña grande. Recuerdo cuantas veces me dijiste que querías ser nazarena del GRAN PODER.
Como bien decías, querida mía, “las cosas serán como quiera el SEÑOR que sean”. Poco a poco tu anhelo se alejaba, tu luz se apagaba y la vieja ilusión comenzaba a ser una quimera inalcanzable para ti.
Una gélida noche tu sueño se cumplió. Horas antes habías acudido, como cada tarde de vísperas a rezar al SEÑOR de Sevilla. Por primera vez miraste a los ojos profundos de DIOS para pedirle por ti. Hasta entonces tus súplicas pertenecían a los más desfavorecidos.
Tus ojos rojizos se encontraron con la penetrante mirada del DIOS de las Certezas Absolutas. Un mudo diálogo embargó el aire de la Basílica y la brisa, que se colaba desde la Plaza, callaba otorgando respetuoso silencio para no romper el encanto del momento.
Por tus mejillas de seda resbalaron agrias lágrimas que anunciaban tu marcha. Te despedías de nosotros con tristeza y al tiempo te acercabas al SEÑOR con indescriptible alegría.
Estabas tan cerca de Él como los rojos claveles que acarician los pies descalzos del SEÑOR la noche oportunamente señalada por el almanaque de los tiempos.
Esta noche llueven sobre nuestra Ciudad dulces lágrimas de cristal. Son tus ojos que volvieron a empañarse y de tu carita de porcelana resbaló un inagotable manantial de pureza bautismal.
Amargas son las ausencias, tristes son las despedidas y dulces son los recuerdos.
Esta próxima Madrugá nuestras hermanas vivirán lo que tu tantas veces ansiabas alcanzar. Seguro que esa misma noche en el Cielo reinará una hermosa Luna del Parasceve y sonarán esas mismas campanas que anuncian la llegada del GRAN PODER a la Plaza de San Lorenzo, y tú querida mía, serás una nazarena más.
Lloverán saetas desde el balcón de las añoranzas, sentirás sobre tus dorados cabellos las caricias aterciopeladas de la noche misteriosa de la Sevilla inmortalizada por el paso de los siglos, el SEÑOR alargará la zancada surcando los caminos de las ausencias y tu volverás a ser la niña que lloraba desconsoladamente cada vez que mirabas a los ojos de JESÚS DEL GRAN PODER.
A todas mis hermanas del Gran Poder que durmieron en la paz del Señor.