miércoles, 21 de diciembre de 2011

BAJO EL CIELO DE TU MIRADA


                         BAJO EL CIELO DE TU MIRADA

Como era de prever, Sevilla acudió al reclamo de la Esperanza Macarena. Un año más descendió la Señora del Camarín, entre líricas alabanzas y glorificada por los cánticos de los jubilosos ángeles del Cielo macareno. Viejas estampas de San Gil renacían en la remembranza de los tiempos. Los naranjos arrullados bajo las sombrías campanas de la vieja Parroquia despuntaban figurados ramilletes de azahar al tiempo que una nubecilla de incienso aireaba un embriagador perfume desde el interior del Templo. El Arco de los sueños nos transportaba a noches de insomnio al relente de los albores de la anhelada primavera. Las arterias subyacentes al más profundo sentimiento macareno confluían vertebradas al punto álgido del corazón de la devoción del Barrio. Se destapaba el tarro de las esencias, esparciendo sutiles fragancias y aromas sempiternos, que se plantaban en los frondosos jardines del alma. Como afluentes del más caudaloso río convergían los fieles al anhelado Mar de pasiones encendidas en los ojos de la Spes Nostra.

Latían los corazones a ritmo acelerado, contenida permanecía la respiración y desgarrador replicaba el grito apasionado del silencio entre los nebulosos resquicios de siglos de pisadas. El Cielo macareno abría las puertas que apuntan al Gozo. Tomados de la mano de los recuerdos y envueltos en nubes de plegarias de eternas Madrugadas, los devotos de la Virgen aderezaban sus afligidos cuerpos para tomar hospedaje en la antesala de la Gloria. A cada paso sobre los gélidos mármoles, que desde el Atrio, antesala del prodigio, llegan hasta el egregio Atril de la más sublime belleza, se acrecentaba el hiriente palpitar interior de los privilegiados fieles de la Señora. Como herederos, de los elegidos predios del verde Paraíso, tomaban posesión de sus parceladas haciendas del Goce.

Miles de sevillanos contorneaban embelesados los bancos de la Basílica para al fin alcanzar el Altar de la excelentísima Gracia. No besaban únicamente los labios sedientos, ávidos de beber de las aguas del manantial de hermosura destilado por la Esperanza Macarena, lo hacían las miradas que como un clamor se concentraban en la venerada Señora de Sevilla. Entreverados los piropos que ensalzan las virtudes de la Esperanza y las lágrimas que fluían por los rojizos ojos que buscaban en Ella la indeleble huella de quienes descansaron para siempre reposados en su maternal regazo, las notas de fina pedrería plasmadas en los pentagramas por el maestro Pedro Morales y los desgarradores profundos sonidos de la marcha de Cebrián, afloraban como vestigios del ayer, ahondando en las heridas entrañas de quienes encuentran en la Esperanza el consistente puente que los lleva a alcanzar al Señor de la Sentencia.

En desgarrador paralelismo, los labios cautivos de los enfermos soterrados en las celdas de crueles enfermedades, derribaban los muros infranqueables de la distancia material para alcanzar a las manos de la Macarena. No existen distancias ni barreras ante el desborde de sincera devoción del pueblo de Sevilla. Allí donde mora el dolor anida la Esperanza. Sobre las lápidas de los cementerios están escritos los nombres de quienes se forjaron en el amor a la Virgen. Ellos habitan las resplandecientes callejas del Cielo, y al tiempo, ocupan un lugar de privilegio en el corazón de quienes buscamos en la Reina de nuestras vidas un atisbo de luz que borre de nosotros la amarga reminiscencia del adiós.

Al fin la Esperanza Macarena es un caudal de hermosura, siempre asomada al balcón de Sevilla, que tiende sus manos al Pueblo, que espera en Ella el incesante milagro del encuentro. Nuestras alabanzas tornan en parabienes que acrecientan nuestra fe y fortalecen los consistentes cimientos de una devoción universal que trasciende de lo físico a lo mental y espiritual. Nacemos acunados bajo el regazo de Tu manto, soñamos con perennes madrugadas para despertar ante el rojo palio que adormece Tu belleza inmaculada y morimos bajo Tu Cielo para vivir en Tu mirada.

Fotografía: Luis Manuel Jiménez
Texto: Jordi de Triana

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