domingo, 11 de octubre de 2009

A MI PEQUEÑA MYRIAM QUE ACABA DE NACER

Te esperábamos, pequeña niña, como la Plaza de entre las plazas espera cada tarde de Jueves Santo la destemplanza de unos tambores que anuncian la llegada de la Centuria para rendir pleitesía al Señor de Sevilla.
Te esperábamos, pequeña reliquia de amor, como aquellos niños, muy cerquita de aquí, esperan a los Armaos de la Macarena para sentirse fortalecidos ante el dolor y débiles ante la fuerza del amor del Dios que los protege con celo.
Te esperábamos, pequeña rosa de nuestras vidas, como el Arco floreciente y la muralla fortalecida esperan a los inigualables ojos de la Esperanza para sentirse resguardados por su verde manto macareno.
Te esperábamos, pequeño ángel, como las entrañas de la Ciudad conmovidas esperan resucitar de entre tinieblas para presenciar el caminar sin descanso de parejas de cirios suspendidos entre naranjos cubiertos de azahar.
Te esperábamos, pequeña princesa, como esperan los ángeles dormidos de San Román la llegada del Señor de los Gitanos para asomarse a su balcón de cercano pasado y volver a sentir el moreno rostro del Manué y la gracia soleana de su Reina y filigrana que camina mecida entre varales.
Te esperábamos, hermoso anhelo, como aquel viejo balcón abierto de par en par en calle Pureza espera a la Reina de Triana llegar como siempre de mañana, cansada y con sus marías apagadas, pero sin perder esos perfiles morenos que ni soñados se pudiesen igualar.
Te esperábamos, querida niña, como los más pobres de entre los pobres esperan la visita diaria de las hijas de Santa Ángela, para recibir ternura, consuelo y amor.
Te esperábamos, sangre de nuestra sangre, como los enfermos y abandonados esperan sobre sus cabezas la fraternal caricia de los hermanos franciscanos de la Cruz Blanca para encontrar cobijo y protección en el Hospital de la Santa Caridad.
Hoy mismo hemos recibido la bendición de Dios y el calor de nuestra Madre del Cielo con la llegada de un ángel que viene a inundar nuestro hogar de felicidad.
Por fin he podido sentir el latir de un su pequeño corazón, he visto sus ojos abrirse por completo, su mirada confundida y al tiempo complaciente. Unas primeras lágrimas contagiosas, como contagiosa resultó ser esa esperada sonrisa que por fin pudimos contemplar dibujada en su carita.
Has llegado para borrar nuestra tristeza, para endulzar el amargor de nuestras muchas penas, para dar más sentido a nuestra existencia. Para acompañar a nuestra querida Sarita, tú hermana, a partir de hoy inseparable compañera.
Justo al nacer y sin pensarlo te he tomado entre mis brazos y te he mecido a manera de costero a costero para acallar tu llanto. Como salida del alma te he tarareado al oído una hermosísima melodía. Esas mismas notas que la Esperanza Macarena susurró al maestro D. Pedro Morales en la Madrugá del Viernes Santo de 1969 y que quedaron inmortalizadas en verde lienzo con aromas de la más sublime excelencia de pentagrama.
Vuelvo la vista atrás para recordar cuantas dificultades se nos presentaron en el camino para ver, por fin, cumplido este hermoso sueño. Cuanta razón tenías Gran Poder cuando me mirabas como miras cada Madrugá a los ojos de Sevilla y me dejabas claro que nada es imposible para Ti. De tus labios Macarena pude leer el más hermoso poema de amor, certeza absoluta e innegociable de esa Esperanza que nunca debe perderse. Esa misma Esperanza que germinó en nuestras vidas para ofrecernos el fruto más sincero y apetecible del amor entre esposos y compañeros.
Querida Myriam, cuantas veces te habrás preguntado ¿para qué nacer y encontrarte con una realidad tan distante de tus sueños? Pensabas que tanta belleza soñada resultaba ser imposible. Muy pronto verás a la Esperanza de Triana, que te espera en Santa Ana, conocerás la certeza de Dios enclavada en la profundidad de una mirada, la mirada de un Dios transustanciado de la madera en carne y sangre, y al que llaman Gran Poder, bajo una espadaña reconocerás la mirada de la Madre de Dios ¿soñabas con Ella, verdad?
Muy pronto te enseñaré a rezar, para que pidas a Dios por el alma de tantos niños que no llegaron a nacer, por los que se marcharon muy pronto de este Mundo, por esos padres desconsolados que los vieron marchar y por tantas personas que sufren soledad, pobreza e incomprensión.