domingo, 16 de diciembre de 2012

ETERNA ESPERANZA NUESTRA


                  ETERNA ESPERANZA NUESTRA
 
El tiempo fluye como imparable río sobre el caudal de la existencia. Buscamos la belleza en los detalles y hallamos la esencia de la vida en el amor. El Adviento es tiempo de preparación a la venida de Emmanuel, Dios con nosotros, y preámbulo de la curación del alma por ese mismo Dios encarnado que nacerá en nuestros corazones.
 

Los contornos de la Ciudad van modelándose lánguidamente, permaneciendo como inseparable ánima, la espiritualidad y el inalterable carisma de Miguel de Mañara y Santa Ángela de la Cruz, que ensalzan como enarbolada enseña la Sevilla prendida a la pobreza espiritual y material. La remembranza de la arquitectura de la palabra cincelada por Gustavo Adolfo Bécquer nos transporta a rescatar notas románticas del añejo órgano del pasado. La arraigada fe del pueblo lejos de desvanecerse, se acrecienta, acunada por las grandes devociones marianas que muestran en la firmeza y la bondad el camino hacia Dios. Los hornos cuecen el presente sin olvidar los leños consumidos del pasado. La primera semilla caerá sobre la mejor tierra para florecer en primavera. Fundidos quedan los más preciados metales ante el resplandor de la Gracia Plena. La labrada devoción sevillana estremece al encontrarse delante de sus ojos con la Macarena.
 

¿Cómo tan frágil tarro puede contener tan desbordante pena? ¿Quién talló con sus manos tal prodigio o tan siquiera pudo soñarlo? Se eternizan las preguntas, sin encontrar mejor respuesta que al contemplar el océano de hermosura de sus ojos, los perfiles perfectos que elevan a Sevilla a los más inalcanzables confines o la rosada brisa que besa sus mejillas. El permanente milagro de la Esperanza aflora sentimientos profundos que no se desvanecen como escarcha en la mañana. Preexiste un misterio de siglos que tratamos de desvelar, trascendiendo únicamente conmovedoras leyendas que enfatizan el marcado arraigo espiritual y la sustancial grandeza escultórica de una Imagen única e irrepetible. La alfa y la omega de la vida nunca quedaron tan íntimamente entrelazadas como en el marco del rostro de la Esperanza. La armonía subyacente que irradia al exterior un contraste de tan disímiles lances nos lleva a advertir que nos encontramos ante la obra cumbre de la imaginería mariana. Incluso podríamos aseverar que el propio autor quedó tan conmovido y sorprendido por el resultado de su creación artística que no quiso desvelar su nombre junto a tan magna obra.
 
La Esperanza representa a la Madre excelsa y a otras muchas madres que sufren amargamente por sus hijos. Desechas por tanta angustia clavada, contienen aún mucho amor que repartir entre el resto de sus hijos, en los cofres resguardados de sus corazones. No busquen en la Macarena únicamente el pórtico indeleble de su elevada belleza, miren en el fondo y encuentren luz en el misterio desvelado de su atrayente presencia. Es un imán de devociones que se acrecienta continuamente.
 
La Esperanza es el núcleo vertebral de la anatomía precisa del Barrio. Los callejones son sus arterias, la muralla inmunizadora y protectora, el Atrio y la Basílica los pulmones que exhalan paz y la respiración contenida en el quicio de la Gloria. No es consecuencia de la casualidad la orientada percepción de la Macarena hacia los confines de la muerte y la enfermedad: Instituto Anatómico Forense, Hospital Universitario, Cementerio de San Fernando, Hospital de San Lázaro y Tanatorios. Evidentemente acudimos a su seno amoroso para encontrar alivio cuando discernimos nuestros pensamientos en las oscuras galernas de la vida porque sabemos encontrar en Ella la calma necesaria para seguir transitando por las veredas marcadas por el Ser Supremo.
 
El paso de la Esperanza Macarena por la Santa Madrugá de Sevilla acelera el ritmo vital de una Ciudad que duerme durante doce calmados meses para despertar ante el gran sueño renacido. Un lienzo rojo, continente de verdes pinceladas acuarelas, recrea sobre el inconmensurable museo de Sevilla el paisaje más conmovedor. Cada año se repite el esperado ritual de la apertura de las Puertas del Cielo y la aparición gloriosa de nuestra Esperanza. La alegría y la pena que colman la cara morena de la Señora se proyectan sobre los rostros de los devotos. Pasa la Macarena y permanece como resonancia visual su imborrable huella. Brotan de los pentagramas notas de seda para acariciar a la eterna Azucena, Sevilla llora junto a los invictos lanceros de la Centuria en el preciso instante que el Cielo cierra sus cortinajes al cumplidor Plenilunio.
 
A mis hermanos macarenos

sábado, 15 de diciembre de 2012

ADVIENTO DE ESPERANZA


                ADVIENTO DE ESPERANZA

Esperamos la venida del Salvador rejuveneciendo nuestros corazones y apreciando en el silencio del alma, la profunda voz de Dios. El ave peregrina del ayer detiene sus alas para posar el vuelo en el albor de la primera estación de nuestro credo. Una pequeña Cruz envolverá los pequeños ojos del Mesías bajo la metáfora del plenilunio del Parasceve. Prosa y poesía; Adviento y Esperanza; cuerpo y alma; vida y muerte; convergen como caudalosos afluentes hacia un mismo río.

Crecemos en la Esperanza desposeídos de los miedos que nos avistan, siempre la Luz de Cristo eclipsando cualquier atisbo de sufrimiento. Trasciende la belleza que desciende del camarín para ofrecer sus manos a los hijos ávidos de ser colmados de su presencia. Todo parece comenzar de nuevo, la quietud entarimada sobre los gélidos mármoles resuena como música celestial destilada sobre los pentagramas de la melancolía. Incontables encuentros, vivencias y oraciones relumbran sobre las reposadas cales de la Capilla.

La Esperanza es puente sólido que nos sostiene. Firmes y decididos lo cruzaremos de alfa a omega para retornar a la vía del gozo. Bajo sus forjadas barandas navegan las aguas que nos harán beber de la fe indestructible. La belleza perfecta de la Virgen rememora la grandeza del espíritu que mora en el interior. Su nombre reúne rotundidad y armonía en un mismo tenor. Para Ella no existe lugar a la indecisión, los límites humanos que la concretan tienden al infinito en el amor. La Niña Celeste Inmaculada de Pureza abrirá su Verde posada a la primera Caída del Redentor, precisamente la que nos hará levantar en la virtud que la moldea.

El ser humano a lo largo de los siglos ha ansiado hacer realidad los más extraordinarios sueños que destellaron en las veladas oscuridades de la vida. Ante la Esperanza de Triana el anhelo es lucidez incesante que nos invita a creer en la intangibilidad del alma presentida y valorada en unos acontecimientos que exceden de la evidente cotidianeidad. Pasan las generaciones de devotos cumpliendo cada ceremonial manifiesto ante la Señora venerada y descubriendo en la intimidad del templo aquellos momentos colmados de emoción que quedarán a buen resguardo.

La izada verde bandera y el ancla vertida sobre su textura, ondean de proa a popa sobre las mareas de fervor que nos esbozan felicidad. Cada día se abren las páginas de los evangelios ante nosotros como certeras respuestas existenciales. El preludio de lo inminente nos lleva al desvelo y al discernimiento de lo tangible y lo aparente. Tomamos el testigo de quienes nos participaron del más hermoso legado de vivencias y creencias, para retomar en nuestros corazones su propio latido. Días de lágrimas dulces nos esperan para borrar esas otras amargas que nos embargan.

Nacerán en nuestros labios los besos cautivos que libres quedarán de las celdas de la distancia, al alcanzar tus manos, que nuevamente nos llevarán a nombrar sin palabras tu bellísimo nombre: Esperanza. No tiene sentido, Madre nuestra, extrapolar a la palabra todo aquello que podemos leer en tu mirada. Sólo tú sabes entender el mudo diálogo que me acerca al Atril de tu hermosura en el efímero paso por el Cielo que se dibuja en tus ojos.