sábado, 4 de octubre de 2008

SAETA A UN CRISTO MUY VIVO

Querido amigo, tu mala suerte te llevó a vivir en la calle, sin otro techo que el celeste horizonte que cubre nuestra Sevilla. Conoces tu nombre y poco más sabes de ti. Hace años que la felicidad dejó de acompañarte en tu camino, los tuyos poco a poco te fueron abandonando, los besos de esa madre que tanto añoras te acompañarán para siempre y llenarán mínimamente tu mucha soledad. En tu morada las ventanas y puertas permanecen siempre abiertas dejando pasar el frío de la calle, con a penas una manta puedes protegerte de la helada noche. Tienes muy poco en esta vida, pero tu corazón es tan grande que no dudas en compartirlo con tus semejantes.

Quisiera ser tu costalero para aliviar el dolor que te embarga hermano mío, ser tu cirineo para hacerte más liviano el peso de la cruz que cargas sobre tus espaldas. Eres tú mi Dios y no otro: Señor de las aceras, Crucificado en el árbol del olvido, Jesús Preso amarrado a tu desdicha, Nazareno descalzo y errante en el interminable camino de tu Amargura, Cautivo a los pies de una farola, Desnudo de bienes materiales, Despojado de todo derecho, Flagelado por tu pena, Silencio ante el desprecio de tus hermanos, Presentado a la desesperación, Perseguido, Misericordioso en el fondo de tu triste y dulce mirada, Negado tres y mil veces, Abofeteado a manos abiertas, Prendido entre los árboles de un parque, Humillado, Sentenciado, Calumniado, Burlado, Maltratado, Vendido por tres monedas, falsamente Besado, Caído tantas veces que hasta perdiste la cuenta, Ajusticiado y Yacente en el banco de una plaza, eres Tú mi Dios y no otro.

Muchos que te ven pasan de largo. No conocen tu nombre, nada sobre tu vida, pero saben que sufres. Su egoísmo les impide dedicarte una palabra, una moneda, un gesto o una sonrisa. Están tan ciegos que son incapaces de leer en tus ojos el mensaje del Dios que llevas en tus entrañas. Es poco lo que tienes hermano mío y menos aún lo que pides.

Eres tu mi Cristo y no otro. Porque mi Cristo está muy vivo y vive en tu cuerpo y en la cárcel de tu condena. No pierdas nunca la fe en el Padre que por ti llora en el Cielo, no pierdas la fe en esa otra Madre que te espera para arrullarte entre sus brazos. El Reino de los Cielos te rescatará de la pobreza y de la miseria.

Recuerdo aquellas tristes palabras que nacían de la garganta de una mujer derrumbada por el dolor en la recién estrenada mañana de un Domingo de Resurrección. No olvidaré jamás la bellísima estampa del Cristo Resucitado a puertas del Salvador y aquella llorosa mujer que recitaba a su Dios la más penetrante saeta que mis oídos de por vida han podido escuchar: “qué pena Dios Mío que se me han muerto mi madre y mi marío, nada más me queda en esta vida que a ti Padre Mío”.

6 comentarios:

el aguaó dijo...

Vuelvo, como siempre... vuelvo y me pierdo en tu dulce prosa de versos largos, en tu bello mensaje de Humanidad y en tus lecciones de la vida, magistralmente expuestas en tus textos. Vuelvo y de nuevo siento emoción y mi corazón latir. Vuelvo y tengo que felicitarte.

Enhorabuena y gracias... gracias por enseñarme.

Un fuerte abrazo.

Reyes dijo...

Un mensaje que recojo, no te quepa duda.
Muy emotivo.

Híspalis dijo...

Mensaje recogido... preciosa entrada.

Anónimo dijo...

Soy Híspalis, quiero comentarte algo, ¿podrías enviarme tu correo?

sevillana dijo...

Aunque no tenga nada que ver con la entrada, solo es para decirte que con tu permiso te agrego a mi blog.
Esta noche que estaré más tranquila voy a leer algo de el y ya recibirás mi crítica, jajajaja
Saludos

sevillana dijo...

LLego y me encuentro con esta entrada, ya de madrugada, las lágrimas se saltan sin quererlo.
No tengo palabras para decirte que me has recordado muchas cosas que pasaran hace algún tiempo y yo tan solo me sentí como el Cirineo.
Saludos