Por fin la Señora de Sevilla descendió del Camarín de Gloria que un día labró con sus propias manos un hombre de plata con un corazón de oro. Un sevillano de ley que estará exultante en ese rincón que Dios tiene reservado para los Hijos predilectos de Sevilla. Que poquito falta para que ese gran corazón que latió fuertemente por Sevilla vuelva a asomarse al balcón del Cielo junto a tantos hombres que amaron Sevilla y que dejaron lo mejor que llevaban dentro para regalarnos esta Ciudad eterna que perdurará para siempre en las justas memorias de sus gentes.
Junto a él estará el enorme macareno Abelardo portador de las llaves que abren la puerta de la Gloria de los Cielos a los que se entregaron en cuerpo y alma a su Virgen Macarena. Una saeta brotará de la profundidad de una garganta macarena, una voz que ni ese duro trance de la dama oscura y misteriosa que nos sorprende con su guadaña traicionera y que nos separa en cuerpo de nuestros seres queridos, podrá silenciar. Doña Juana volverá a rezarle a su Virgencita de San Gil esa plegaria bellísima de profundo amor sincero.
El Cielo se inundará por un mar de salves y oraciones macarenas. El color del Cielo por una noche dejará de ser el azul y pasará a ser verde, como el color con el que Sevilla define un sentimiento, una advocación y un deseo. La Esperanza volvió a subirse a su trono de Reina, el noble metal se arrodilló ante su infinita belleza. Cuanto amor concentrado bajo un palio sublime de Esperanza. Cuantos corazones rotos por tanto fervor y cuantas ilusiones concentradas en un Barrio. Juan Manuel rozó la perfección con un palio del mismo color que la sangre derramada por un Hijo injustamente sentenciado.
El Atrio de los sueños macarenos rebosa júbilo ante la inminente presencia de la Esperanza. El largo viaje de la espera muy pronto se detendrá junto a un Arco, pórtico irrenunciable de ese otro viaje que durante una larga noche acercará a la Esperanza al otro lado de la Muralla. El verde manto de la Esperanza volverá a cubrirnos de nuestras miserias. Las penas y los sinsabores dejarán de embargarnos. Los hombres errantes encontrarán segura morada en su regazo de Madre. Sevilla volverá a ser testigo de la Divinidad de la Madre de Dios que caminará con elegancia y sobre los pies, a hombros de sus hijos costaleros.
Los más ilustres poetas que durmieron la paz eterna de una Sevilla inmortalizada en el tiempo compararon su belleza con las más hermosas flores. ¡Madre Mía no existe flor que compararse contigo pudiera, porque Tú eres la Reina del Cielo, la Madre de los Macarenos, la dueña de los corazones de Sevilla y la Flor más hermosa que cada primavera florece en el jardín de este trocito de Gloria que suspira por verte de cerca en esa única Madrugá donde los sueños se convierten en realidad!
En tus ojos Macarena, en la sonrisa mejor dibujada, en el dolor de tu pena, en las lágrimas de cristal que recorren tus mejillas, en tus pies sutilmente apoyados sobre la peana, en la gracia inigualable de Tu cara, en la caída de Tu verde manto, en las flores de Tu palio, en la candelería y sus velas encendidas, en las lágrimas de cera que resbalan por las marías, en el techo de Tu palio y en las bambalinas que se mecen levemente al compás de una marcha, en la elegancia de Tu saya, en la toca de malla, en el amor que fluye por tus venas, en Tu derroche de generosidad, en el enorme corazón que late bajo Tu pecho, en Tu fuerza imán de devociones, en Tu inigualable hermosura, en los silencios de Sevilla cuando pasa la Esperanza, en su llanto cuando Te alejas, en los recuerdos en Tu ausencia, en la devoción de todo un pueblo que reza ante Su Reina. En cada detalle, en cada palabra y en cada silencio estará muy viva la Esperanza. Todo pasará por delante de nuestras vidas, pero Tú nunca terminarás de pasar, Macarena.
Una fría tarde de diciembre mi pequeña niña me formuló una difícil pregunta ¿Papá como es el Cielo? ¿Es guapa la Virgen? ¿Cómo es la cara de la Virgen? Me quedé paralizado por unos minutos, no encontraba la certeza en una respuesta que su niñez pudiese asumir. Esa misma noche tomé de la mano a mi pequeña flor de tres años, traspasando el tupido velo que terminó por cubrir totalmente la claridad del día, caminé junto a ella y traspasando el umbral que separa la Sevilla terrenal de la Sevilla Celeste me acerqué a mi otra Flor y Madre. Parecía que nos estaba esperando, lucía más hermosa que nunca y por fin en su cara Divina encontró respuesta mi princesita. Mi niña, con sorpresa miró a los ojos de su emocionado padre y yo a los suyos que brillaban como luceros. De mis labios brotó una respuesta tan rotunda como cierta “si hija de mi corazón esa es la cara de la Virgen y este es el Cielo”.
Dedicada a tantos macarenos que durmieron en la Esperanza y que como Élla no terminan de pasar por nuestras vidas, al estar muy presentes en la agradecidas memorias de sus seres queridos. Para ellos y en el Cielo existe un Arco, una Muralla, un Atrio, un camarín, una Madrugá y sobre todo una ESPERANZA.