sábado, 29 de noviembre de 2008

Réquiem por un costalero de Triana

Tarde de primavera, tarde triste de Triana. Una calma tensa se apoderó por momentos de las calles del Barrio. Tocaba ensayo para la cuadrilla de costaleros del palio de la Reina de Triana. A la hora prevista, ninguna premisa hacia presagiar nada bueno, mucha tristeza en los rostros conocidos, ausencia de costaleros, capataces, componentes de Junta de Gobierno y de hermanos habituales en los ensayos. Lo que sería una tarde noche de sonidos de la Madrugá y de rachear de alpargatas de costaleros que se preparaban para la gran noche, se tornó en silencios y murmullos. Tratábamos de buscar respuesta a tanta tristeza y dolor. Para nuestra pena, un corazón grande de Triana se paraba para siempre. Un joven amigo costalero dejó su barrio de Triana para iniciar el viaje hacia el encuentro con su Estrella y su Esperanza. Su alma de niño bajo un cuerpo de hombre se elevó a lo más alto llamado por el martillo del Divino Capataz.
Esa tarde no pudimos intercambiar palabra alguna, ese habitual saludo del leve golpe sobre la espalda, ese “¿cómo va la cosa?” “¿qué como va?, como va a ir, de lujo como siempre, que poquito queda para que Sevilla se ponga en pie con la Señora”. En ese instante todo terminó y todo empezó de nuevo. Por un momento la amistad se hizo recuerdo y con el paso de los años, memoria justa y agradecida. Soleadas tardes del Copero, charlas en el patio del Bécquer, los encuentros de los sábados por la mañana, partidos de fútbol en los Salesianos y sobre todo cuando nos parábamos a hablar de cofradías y todo lo demás sobraba. El gran corazón dejó de latir bajo el pecho de una buena persona, de un costalero de ley, de un joven alegre, entusiasta y bondadoso. Se marchó de esta vida en silencio, como siempre, sin hacer ruido, sin quejarse, sin causar la mínima molestia, derrochando amor y con esa sonrisa perenne que siempre se dibujaba en su cara.


Han pasado muchos años, y como verás querido Juan, no sólo no te olvidamos sino que cada día nos acordamos más de ti. Aquel Domingo de Ramos, Nuestro Cristo de las Penas llegó a San Jacinto y entró en la Capilla a sones de Réquiem por Juan Vizcaya, capataz grande que duerme junto a ti y a otros tantos costaleros y capataces de nuestro Barrio el sueño eterno en el Cielo de Triana. La Virgen de la Estrella, llorando más que nunca, terminaba la más triste noche de Domingo de Ramos al son de Hermanos Costaleros. Hermanos Costaleros por ti amigo Juan, por tu generosidad y por ese amor tan grande que desbordabas cada Domingo de Ramos cuando paseabas a la Señora de la calle San Jacinto como ella se merece. Como justo homenaje, tú lugar en el palio quedó vacío esa tarde-noche de llantos y emociones. Vacío, pero lleno, lleno con tu recuerdo. Noche de Estrella Sublime en San Jacinto y noche de Amarguras en las entrañas del Barrio que vio partir hacia el infinito Celeste al niño de su alma.
“Por Dios que pare la música, no veis que va dormido bajo el palio de su Madre”, “Capataz, no llames al martillo, que el jamás volverá a contestar a tu llamada”. Noche triste de Triana, Juan subió al Cielo y atrás quedaron sueños revividos junto a su Estrella de Triana. Que pena y que alivio Juan, tus padres ya están contigo. Pena por tanto sufrimiento por la más irreparable ausencia y que alivio porque ahora te tendrán para siempre y podrán decirte tantas cosas que no te pudieron contar. No sabes Juan, el pellizco que siento cada vez que suena un martillo en San Jacinto o en Pureza y algo me dice, que entre los costaleros estás tú. Parece todo un mal sueño que despierta a la más deseada realidad.

domingo, 23 de noviembre de 2008

A Manolo Barrón

Nuestras vidas son como ríos, los días pasan como el agua que recorre su caudal y finalmente terminan en la muerte como el río encuentra su punto y final al desembocar en el mar. Las personas pasan con mayor o menor pena por este Mundo. Según sus acciones los valoraremos, estarán presentes en el recuerdo y permanecerán para siempre en nuestras memorias o quedarán en el olvido. Como el río que a pesar de ir a morir al mar, sus aguas se renuevan y no termina de morir, nuestras vidas encuentran en la muerte un paso más en la larga cadena de la vida. El mar al fin es una etapa más en la vida del río, como la muerte del hombre es un estado transitorio que nos llevará a través de un oscuro túnel a encontrar la verdadera Luz de Dios, motivo esencial de nuestra existencia.
En esta vida nos encontramos ante un crisol de caracteres, de actitudes y de sentimientos. Unas personas pasan sin pena ni gloria, no pudieron o quisieron saborear los buenos momentos o guardaron para si mismos todo lo bueno que se encontraron en el camino.
Por suerte nos encontramos con personas desprendidas, generosas y entregadas a sus semejantes que nos hacen más fácil la convivencia, saborear los dulces tragos del destino e incluso con su cariño nos ayudan a superar el dolor en nuestra amargura.

Manolo guarda bajo su pecho un corazón grande, fuerte y generoso, es un hombre que transmite ilusión y ganas por luchar ante la adversidad. Es fiel a sus ideas, defendiéndolas a capa y espada. Nadie lo hace comulgar con ruedas de molino. Es firme en sus creencias, es inquebrantable en su amistad, un padre y un marido ejemplar. Un hombre abnegado y bondadoso.
El sabio Maestro Eterno vuelve a separarnos de uno de los mejores.
A punto de iniciar la última chicotá de su vida desde la Catedral de Triana, el paso de su vida arriará por penúltima vez a las plantas de su Virgen Morena y de ese Cristo al que nunca jamás volverá a besar sus pies. En Él encontró la fuerza suficiente para cargar la Cruz de su enfermedad y fue Jesús su Cirineo, el mismo que Cayó por tres veces en el suelo de Triana levantó para ayudar a su hijo en su particular camino hacia el Calvario de la vida. ¿Recuerdas Manolo cuántas veces hablamos del arte de nuestro amigo Javi al vestir a la Virgen?. Hoy la ha vestido para ti y de este modo la verás siempre desde ese rincón que Dios tiene reservado a los mejores hijos de Triana.
Nos queda rezar por tu alma, acompañarte por última vez hasta la última parada de tu existencia, esa si amigo, te llevará a compartir Santa Morada con la Caída eterna del Cristo de Triana y con los perfiles más hermosos que dibujaron los pinceles celestiales en la cara divina de la Reina de Triana.
Espero que en Cielo te acuerdes de nosotros y nos sigas dando fuerzas para conseguir llevar a cabo nuestro proyecto de Hermandad. No te olvidaremos nunca Manolo. Por suerte tenemos entre nosotros a tu hijo Fernando, que ha sabido tomar el testigo de su padre y en él siempre te veremos a ti. Las buenas personas nunca acaban de marcharse para siempre. Tristemente no volveremos a tener unas palabras tuyas, no volveremos a coincidir en un banco de la Capilla de los Marineros, a charlar en el encuentro de cualquier calle de Triana, el saludo lejano de cualquier mañana, las emociones compartidas la mañana del Jueves Santo delante de la Capilla o el pellizco del Viernes de Dolores al contemplar con devoción la dulce agonía del Cristo que no termina de morir por las Calles de Triana. Duerme amigo Manolo, duerme que pronto abrirás los ojos y en tu despertar lo verás a Él en el esplendor de su Gloria. Tu mensaje y tu bondad no sólo no morirán sino que estarán cada día más presentes en nuestros corazones.
Hasta pronto querido Manolo, que Dios te bendiga y ayude a los tuyos a superar el trago más amargo de sus vidas.

martes, 18 de noviembre de 2008

400 años Caído por Triana

La mañana se abría paso por las calles de Triana, desde Castilla pasando por Alfarería, San Jorge, Callao, Altozano, San Jacinto, Pagés del Corro, Rodrigo de Triana, Pelay Correa y Pureza hasta llegar a la Plazuela y adentrarse en Santa Ana. Oscuridad en la Catedral de Triana, al final del pasillo central que se inicia en el Coro se divisaba la hermosura incomparable de la Reina de Triana. San Pedro que tomó prestados el rostro y las llaves del Mudo de Santa Ana atónito se quedó al mirarla a la cara. Don Juan y Don José se frotaban los ojos en el Cielo, Don Manuel su privilegiado heredero tomaba el testigo con el agradecimiento de su corazón. La postal que muchos trianeros anhelaban se hacia realidad a los pies de Señá Santa Ana. Cuantos trianeros soñaron y seguirán soñando con esta imagen y el reencuentro con el esplendor del otro Templo grande de Triana. Esperanza y Estrella en Cuaresma volverán a darse la mano prolongando en el tiempo el saludo pasajero y eterno del Viernes Santo por la mañana. La Virgen Capitana vestida de luto por sus hijos difuntos a pocos pasos de su Madre y junto a Ella el Hijo de sus entrañas, sólo, con la túnica bordada, en recuerdo de la original del inolvidable Juan Manuel, sobre un pequeño paso alumbrado por cuatro candelabros de guardabrisas con cirios morados y dos faroles sobre un monte de lirios. Interminable trasiego de fieles hasta el mediodía cuando el portalón se cerraba.

Por la tarde el Cristo de las Tres Caídas caminaba en silencio, un silencio roto por un murmullo de plegarias, ruegos y oraciones. El almanaque retrocedía en a penas un par de horas cuatrocientos años en su tiempo. Vuelta atrás en la Historia hasta llegar al principio y a un rejuvenecido Convento de la Encarnación. Los ojos de las monjitas mínimas encerradas en la clausura del Convento atravesaban los muros para contemplar a la perfección los maravillosos perfiles del Rey de los corazones de Triana. Los ojos del alma alcanzaron a ver el milagro de Dios en el umbral de sus vidas. Vuelco de corazones y suspiros de ángeles en la Cava. Las monjitas dormidas en la profundidad del sueño eterno despertaron para acariciar a su Cristo Moreno. El tiempo se detuvo en Triana, las errantes vidas encontraron rumbo cierto en su camino, los débiles de espíritu la fuerza para levantarse y los hijos lejanos retornaron a su paraíso de niños. Cristo Caído en la alfombra de Triana, añoranzas de viejas postales que murieron en sus entrañas. Abuelas vestidas de negro lloraban sin consuelo tomando de la mano a sus nietecillos “abuela no llores más que me rompes el alma”.

Amores soñados en la Cava volvieron a reencontrarse al anochecer. Aromas y esencias puras de Triana perfumaban unas calles totalmente abarrotadas de fieles entregados en cuerpo y alma a la fría y hermosa noche de este lado del Río. Se hicieron viva presencia recuerdos de gitanos y civiles de la Cava, de corrales de vecinos con olores de jazmín y de romero, de mareantes perdidos en el azul océano, alfareros y ceramistas del pasado, betuneros y carboneros en el olvido, hombres que madrugaban para cruzar el puente de barcas en busca del pan de sus hijos y tantos trianeros que durmieron para siempre para seguir soñando. Sabor a viejo Barrio, lágrimas en el recuerdo, emociones por el momento y esperanzas en pos del reencuentro. Vacíos y ausencias en la Calle Larga de Triana. Pureza no esperaba como en la verde Madrugada, trataba de ver y no veía, trataba de llegar y no llegaba y trataba de sentir y Dios Mío, sentir y como sentía.
Desde el Puente de Triana empezaba a percibirse una suave brisa que terminaba por acariciar el dulce rostro del Cristo de las Tres Caídas, sus manos sutilmente apoyadas sobre los lirios morados, sus labios implorantes y sus rodillas clavadas en la tierra, el suave terciopelo de su túnica besaba la canastilla de Sol, la luz de sus ojos y los guardabrisas encendidos de Candelaria eclipsaban el firmamento infinito y el brillo de las estrellas hasta cegarlos por completo. En el Cielo asomaba una Luna hermana de aquella que llaman del Parasceve, en el Barrio León de los naranjos brotaba azahar. Todo parecía tan igual a la noche señalada.
Ausencia de túnicas moradas y verdes de terciopelo, de Centurión a caballo mostrando el camino en la proa y de Cirineo aliviando el peso en la popa. Ausencia de claveles y de roja cera resbalando sobre el canasto. Ausencia de capataces y costaleros que se marcharon a la Gloria para pasear la Caída de su Cristo a la voz del capataz eterno. Ausencia de vidas derramadas sobre un mar de sueños retomados. El barco del recortado paso navegaba sin perder el compás sobre un mar de amores en busca de un horizonte de bonanza. El Señor tres veces volvió a caer en Triana, tres veces que levantó y volvió al camino. Cada golpe de llamador sonaba con fuerte eco sobre los pechos trianeros. Cristo paseaba sobre los hombros de hermanos costaleros, los suyos propios y los que llevan a su Madre cada Madrugá.
Sonidos de cornetas y tambores nacidos del corazón y del sentimiento profundo de un Barrio, sonidos evocadores de largas chicotás y de sublimes revirás, música celestial para los oídos de Triana. Bulerías y soleares sonaron en la Cava más gitana, clásicas como Cristo del Amor y otras como Santa María del Rocío, Esperanza Gitana, Al Cielo El Rey de Triana, La Pasión. Sobre los pies y muy despacio, a penas sin alargar el izquierdo, avanzaba por las entrañas del Barrio, emoción especial ante la Capilla de la Estrella. El Cristo Caído en el suelo de Triana miraba para Sevilla, pero esa noche no, los pellizcos del Puente tendrán que esperar como lo hará Sevilla. Esa noche era para Triana, no hubo despedidas en la Capillita del Carmen, atrás no quedaron San Jacinto y Altozano, la silueta del Señor no se dibujó sobre las aguas del Río, las lágrimas de cera se derramaron sobre las calles de Triana, las barcas no iluminaron el Puente con destellos de luces, Reyes Católicos no resultó ser el punto y seguido en su camino hacia la otra orilla, La Campana no volvió a ponerse en pie a su llegada, La Catedral no guardó silencio ante el Monumento, El Postigo no esperaba el milagro del Misterio bajo su Arco, ni el Baratillo se asomó a su balcón para recibirlo con los brazos abiertos. Sevilla esperaba como siempre a que llegase su hora.


A mi mujer y a mi hija

sábado, 8 de noviembre de 2008

El Centinela de Santa Ana

Despierta Triana muy de mañana, sus calles empiezan a recobrar la normalidad de un nuevo día. El tenue murmullo de las primeras voces quedan en un segundo plano ante el rotundo sonido de un cerrojo, instantes después un viejo portalón abre sus puertas de par en par. De las entrañas mismas del Templo se escucha el rachear de unas zapatillas que acompasan el caminar de un hombre todo corazón que vuelve a repetir el mismo ritual de cada día a lo largo de una ya dilatada vida. Sin tregua, descanso o fatiga que valga, siempre es fiel a la cita. El cariño de todo un Barrio y por extensión de toda una Ciudad ha dado a catalogar a este gran hombre de Dios como “Patrimonio Humano de Triana”. Todos sus amigos llevamos con orgullo su verdadera amistad. El Mudo es un hombre bueno, sencillo, entregado, abnegado, cumplidor, trabajador, buen vecino y mejor cristiano. La Iglesia de Santa Ana es su única morada, el sentido de su vida y su todo. Como pude entender perfectamente en esa peculiar manera que tiene de entenderse con sus amigos, el día que se levante, y sus lentos, pero decididos pasos, no lo lleven hacia su Triana y hasta la Madre de su Esperanza, se muere de pena.

El Mudo con el paso de los años ha ido modelando un carácter afable que lo ha convertido en un ser especial. Muy temprano se vio privado de sus seres más queridos. A base de golpes de corazón ha ido superando los tragos amargos que ha tenido que soportar a lo largo de su existencia, ha vivido cada momento con intensidad. No necesita hablarnos para ser entendido, cuando el corazón es transparente y sincero no necesita de palabras para transmitir un sentimiento, un deseo o una pena. Como bien decía nuestro añorado D. Juan Martín Pérez, el Mudo te entiende cuando quiere, cuando no, se hace el desentendido. En el interior de su mirada y en sus ojos humedecidos podemos encontrar respuesta a una vida entregada a los demás, de mucho sufrimiento y no menos esperanza. El Mudo siente gran emoción al ver como los niños que correteaban por Santa Ana, vuelven un día para celebrar su Primera Comunión, el Matrimonio e incluso bautizan a sus hijos.

Las paredes del Templo y el Mudo son los grandes guardianes de los muchos secretos que se esconden bajo los techos de la Catedral de Triana. Se adelanta perfectamente a los distintos acontecimientos religiosos que tienen su punto álgido en la Parroquia de Santa Ana. Con arte inigualable e inquieto, espera algunos sábados por la mañana, sentado junto a una vieja mesa, a los muchos fieles que llegan a Santa Ana. Cada moneda que suena en el fondo de una bandeja es correspondida con un retrato de Señá Santa Ana, El Niño y La Virgen, cuando le parece insignificante la limosna, te mira a los ojos y enseguida te hace descubrir en su mirada aquello de “mi arma estírate un poco o quédate esperando que te dé una foto”. Llega la Cuaresma y por ende los traslados de las Imágenes Titulares de la Hermandad de la Esperanza de Triana para la celebración de sus Cultos anuales en la Real Parroquia de Santa Ana. El Mudo empieza a vivir los días con mayor intensidad, su corazón se acelera, su cansado cuerpo se fortalece, es fiel testigo de cada detalle, de cada flor colocada en el Altar de Cultos, de cada gota de cera que lagrimea sobre la plateada candelería.

Mañana de Jueves Santo y el Mudo que no cabe de si por tan incomparable gozo, no duda en compartir sus sentimientos con sus fieles amigos del Barrio que a muy temprana edad lo acogió como su niño protegido. No deja de dibujar sonrisas en su envejecido rostro, pasa la tarde y llega la noche. La Calle Larga de Triana, poco a poco es cubierta por un público expectante, sueños revividos de Madrugada y llega la Mañana. Su corazón se acelera ante el sonido de cornetas y tambores en el cercano Convento de la Encarnación, sin saber porque extraño milagro el Mudo por una mañana percibe con claridad los sonidos de la que se apaga Verde Madrugada. Desde la Puerta que apunta a la casa del Párroco puede ver como asoman seis ciriales y siente como el corazón se le sale del pecho del que cuelga una medalla. Se acerca la Reina de Triana, el Mudo levanta la vista y contempla con contenida entereza la aparición de los primeros varales y dos repletas esquinas de flores. Poco a poco revira el palio hasta que asoma por completo la belleza incomparable de la Esperanza de Triana, el Mudo no aguanta más, cada paso de su Virgen Morena su corazón un punto más acelera, hasta que llega a su vera y se detiene ante él. El milagro de la voz se hace presente en su callada garganta, tres veces llama guapa a la Virgen, tres piropos que no podrían entenderse mejor ni recitados por el mejor de los poetas. El más grande pregonero de Sevilla enmudece su silencio para gritar con fuerza “guapa” “guapa” “guapa” ¿Dime Dios mío si estoy en Triana o si me llamaste ya a la Gloria?, mares de lágrimas recorren sus mejillas, cierra los puños y en la Virgen de Pureza clava su mirada. No sólo son sus lágrimas, cientos de trianeros lloran con el Mudo de Santa Ana. Se aleja el palio y con él la Esperanza, el Mudo pierde a la Virgen de su vista y hace cuentas con sus manos para saber cuantos días le quedan para volver a encontrarse con Ella.

Al Mudo de Santa Ana con cariño de su amigo Jordi de Triana.

jueves, 6 de noviembre de 2008

A Híspalis con la Justicia de su Causa.

Sevilla empieza a anochecer en el horizonte de un Aljarafe guardián y centinela cartujano. Sus calles a penas tienen vida, los pajarillos se protegen de la fría noche en las copas de los árboles arropando con sus alas a sus indefensas criaturas, las tupidas madreselvas y los naranjos cierran sus ojos de otoño soñando con el esplendor de una nueva primavera. A penas pueden percibirse los mínimos indicios de una Ciudad repleta de vida.
Lejanos al mundanal silencio cuentan las últimas horas del día en un acogedor hogar de nuestra Sevilla. Lentos y cautelosos pasos de un padre llevan a la pequeña Laura a descansar su pequeño cuerpo de ángel sobre una suave sábana de seda. El último beso del día sobre su carita aterciopelada es preludio de un profundo y hermoso sueño.
Se hace la noche por completo, el silencio y la oscuridad caen sobre una calle que es levemente alumbrada por parejas nombradas de farolas. Poco a poco se apagan las luces de las casas vecinas del Barrio.
Tras dar el último beso de la jornada a su princesita y cansado por la rutina diaria se sienta junto a la compañera de sus días, los párpados comienzan a pesar, los ojos entreabiertos lo acompañan a la puerta de un primer sueño que nos transporta a un balcón de Triana que a través del Guadalquivir apunta hacia la otra orilla del Río, en un primer plano su dorada Torre cercana y al fondo La Giralda soñadora, prendida por azucenas, que sobresale con su belleza y por su altura de las paredes del Templo Catedralicio.
Gran Poder y Macarena velan por el sueño de su niña. Mientras, él no termina de conciliar el sueño propio. Su preocupación por Sevilla puede con el cansancio. Se levanta presuroso para tomar papel y lápiz e inicia unas líneas marcadas por la honda preocupación por unas calles heridas, el abandono de unas plazas, el dolor por unas piedras rotas, el monumento agrietado por el paso de los años, el balcón que amenaza con descolgarse, la fachada fatalmente apuntalada, la Sevilla histórica salpicada por la mal entendida modernidad y en fin trata de buscar una solución para acabar con tanto abandono, desazón y desidia. Su Sevilla está tristemente malherida, las llagas cada vez son más profundas y el dolor más inconsolable.

Vencido por el sueño se marcha a descansar, antes toma el mismo lápiz para señalar un nuevo día en esa cuenta atrás que lo llevará a un nuevo Domingo de Ramos. En sus sueños aparece un penitente de morado antifaz abrazando una Cruz besada por las cuentas de un rosario. La mirada siempre al frente buscando al Señor de bronce y bendito. Sonidos de tambores y de cornetas, de zambras gitanas, de cantes jondos por seguidilla y por martinete, gitanos que bailan en San Román, soleares, bulerías y tientos, El Manué camina con duende y poderío al compás de la Laguna. El Rey de los payos y de los gitanos vuelve a reinar en la noche más hermosa de la vieja Híspalis. Radiante como el Sol y elegante como la Luna camina por Sevilla la Reina de San Román, el palio se estremece, requiebros, mecías leves a golpe de cintura, soleá entre varales de plata, la candelería encendida como el cisco gitano que huele a azúcar quemá a los pies de una mesa de camilla.

Noche del Señor y de la Esperanza, noche de sueños revividos y la noche más gitana. Quejíos y suspiros en los jardines del Valle despiertan a los ángeles dormidos de San Román. Noche de canela, terciopelo, silencios, llantos, oraciones y promesas. Silencio en una calle, oscuridad en el firmamento, una hilera de cirios encendidos y detrás el Cristo de los Gitanos al son de una saeta. Se acaba la noche gitana y un largo año tendremos que esperar para verte la cara rosa morena y calé de las Angustias Coroná.

A ti Híspalis.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Un Viejo Balcón en San Lorenzo ...................A ti querida Glauca

El balcón permanece abierto de par en par esperando al Señor. Un mínimo haz de luz termina por alumbrar la oscuridad del interior de una vieja casa, en sus entrañas se divisan dos sombras hermanas, simétricas e inmutables. Sentadas en sendos sillones y padeciendo el hondo pesar que sienten en sus cansados corazones por el mucho vacío de las ausencias pasan sus horas en silencio. Un silencio tenuemente alterado por el leve murmullo de la brisa que acaricia el suave tacto de una cortina blanca de seda. El recuerdo de incontables madrugadas permanece intacto en la frágil habitación de sus memorias. Sus vidas transcurren en torno a una mesa de camilla perfectamente arropada, sobre la cual podemos contemplar media docena de paños de encaje y un arrugado pañuelo bordado sobre el que se adivinan unas iniciales cuidadosamente marcadas. Visten hábito morado en señal de promesa. El mismo que vestirán al final de sus días cuando sus cuerpos sean amortajados para iniciar el viaje que las llevará a descansar para siempre junto al que Todo lo Puede. Dos candelabros de plata ennegrecidos por el paso del tiempo, un rosario apoyado sobre un misal de amarillentas páginas, un reloj de pared de aquellos que vemos a diario en tiendas de antigüedades, una estantería repleta de libros de vidas de santos y mártires, un pequeño transistor vestigio de viejas novelas y de partes de noticias componen el humilde mobiliario de un estrecho, calido y al tiempo confortable cuarto de estar. Como mejor tesoro y estrechados entre sus arrugadas manos viejos retratos del Señor de estimada fecha en los años cuarenta, cuando todavía residía en la Parroquia de San Lorenzo.
Meses atrás, entre lágrimas y oraciones, se asomaron por última vez al viejo balcón para ver marchar al Señor. No pueden disimular la tristeza que les produjo tan irreparable marcha. Como puñal penetrante sienten cada uno de los pasos que dio El Señor hacia la lejanía de un oscuro, para ellas, horizonte sin su Dios. Sus cansados pies se detienen cada noche detrás de las cortinas, el dolor les impide dar un último paso para asomarse a su balcón y con ello sentir todavía más si cabe la soledad de una Plaza y la ausencia de su Dios. Su fe en el Señor permanece inalterable tras su marcha, pero como buenas hijas necesitan de su cercanía, de su calor y de su mirada. Fueron muchas las madrugadas en las que estas mujeres acompañaron sin descanso al Señor de Sevilla. Cada día no les faltaba tiempo para acercarse a la Basílica y tras minutos de oración subir la escalera de mármol que llega al camarín del Señor, una mirada a su costado y un beso en su Sagrado Talón. Hace años que las fuerzas abandonaron sus envejecidos cuerpos y el sueño de cada Madrugá es fruto prohibitivo para ellas. No pueden seguir acompañándolo durante toda la noche.
Su gran consuelo está en un privilegiado balcón que apunta hacia el corazón de San Lorenzo y que les permite contemplar al mismísimo Dios caminando por las calles de Sevilla. Toda una noche en vela, sin tiempo para conciliar el sueño, esperando con ansiedad el canto de los pajarillos que despiertan para bendecir al Señor de Sevilla en su retorno a la Plaza. Volverán a asomarse al balcón como la madre que espera al hijo durante toda una noche con preocupación y que lo ve llegar tal como se marchó, con una sonrisa celosamente guardada para ella. Meses de ausencias, de soledades, de vacíos y de oscuridad. No desesperéis piadosas mujeres que muy pronto, vivos los ecos de dos penetrantes saetas que partieron de un balcón cercano, del silencioso murmullo de una abarrotada Plaza y de la infinidad del Dios Todopoderoso que se marchó a cuidar de sus hijas, monjitas de Santa Rosalía, volverá con su Luz para deslumbraros con la infinidad de su Amor.
Despertarán los vencejos de la Santa Madrugada, la soledad de la Plaza volverá a llenarse por completo, renacerán viejos aromas de pasión, nos reencotraremos con nuestro pasado más lejano, despertaremos de un profundo sueño, los viejos corazones latirán como lo hicieron antes de la ausencia más inesperada, San Lorenzo volverá a ser pórtico del Cielo y la Basílica la única morada del Señor.
No me olvido de ti querida abuela, tras los pasos del Señor caminará tu bella azucena.