sábado, 29 de noviembre de 2008

Réquiem por un costalero de Triana

Tarde de primavera, tarde triste de Triana. Una calma tensa se apoderó por momentos de las calles del Barrio. Tocaba ensayo para la cuadrilla de costaleros del palio de la Reina de Triana. A la hora prevista, ninguna premisa hacia presagiar nada bueno, mucha tristeza en los rostros conocidos, ausencia de costaleros, capataces, componentes de Junta de Gobierno y de hermanos habituales en los ensayos. Lo que sería una tarde noche de sonidos de la Madrugá y de rachear de alpargatas de costaleros que se preparaban para la gran noche, se tornó en silencios y murmullos. Tratábamos de buscar respuesta a tanta tristeza y dolor. Para nuestra pena, un corazón grande de Triana se paraba para siempre. Un joven amigo costalero dejó su barrio de Triana para iniciar el viaje hacia el encuentro con su Estrella y su Esperanza. Su alma de niño bajo un cuerpo de hombre se elevó a lo más alto llamado por el martillo del Divino Capataz.
Esa tarde no pudimos intercambiar palabra alguna, ese habitual saludo del leve golpe sobre la espalda, ese “¿cómo va la cosa?” “¿qué como va?, como va a ir, de lujo como siempre, que poquito queda para que Sevilla se ponga en pie con la Señora”. En ese instante todo terminó y todo empezó de nuevo. Por un momento la amistad se hizo recuerdo y con el paso de los años, memoria justa y agradecida. Soleadas tardes del Copero, charlas en el patio del Bécquer, los encuentros de los sábados por la mañana, partidos de fútbol en los Salesianos y sobre todo cuando nos parábamos a hablar de cofradías y todo lo demás sobraba. El gran corazón dejó de latir bajo el pecho de una buena persona, de un costalero de ley, de un joven alegre, entusiasta y bondadoso. Se marchó de esta vida en silencio, como siempre, sin hacer ruido, sin quejarse, sin causar la mínima molestia, derrochando amor y con esa sonrisa perenne que siempre se dibujaba en su cara.


Han pasado muchos años, y como verás querido Juan, no sólo no te olvidamos sino que cada día nos acordamos más de ti. Aquel Domingo de Ramos, Nuestro Cristo de las Penas llegó a San Jacinto y entró en la Capilla a sones de Réquiem por Juan Vizcaya, capataz grande que duerme junto a ti y a otros tantos costaleros y capataces de nuestro Barrio el sueño eterno en el Cielo de Triana. La Virgen de la Estrella, llorando más que nunca, terminaba la más triste noche de Domingo de Ramos al son de Hermanos Costaleros. Hermanos Costaleros por ti amigo Juan, por tu generosidad y por ese amor tan grande que desbordabas cada Domingo de Ramos cuando paseabas a la Señora de la calle San Jacinto como ella se merece. Como justo homenaje, tú lugar en el palio quedó vacío esa tarde-noche de llantos y emociones. Vacío, pero lleno, lleno con tu recuerdo. Noche de Estrella Sublime en San Jacinto y noche de Amarguras en las entrañas del Barrio que vio partir hacia el infinito Celeste al niño de su alma.
“Por Dios que pare la música, no veis que va dormido bajo el palio de su Madre”, “Capataz, no llames al martillo, que el jamás volverá a contestar a tu llamada”. Noche triste de Triana, Juan subió al Cielo y atrás quedaron sueños revividos junto a su Estrella de Triana. Que pena y que alivio Juan, tus padres ya están contigo. Pena por tanto sufrimiento por la más irreparable ausencia y que alivio porque ahora te tendrán para siempre y podrán decirte tantas cosas que no te pudieron contar. No sabes Juan, el pellizco que siento cada vez que suena un martillo en San Jacinto o en Pureza y algo me dice, que entre los costaleros estás tú. Parece todo un mal sueño que despierta a la más deseada realidad.