miércoles, 24 de diciembre de 2008

Tú eres la Verdad

Volverá a repetirse la Concordia con los nazarenos hijos de Tu Madre, La Centuria Romana Macarena desfilará hasta San Lorenzo para rendirte honores, se marchitarán los rojos claveles que besan Tus pies sobre el canasto de Tu paso, se consumirá la cera llorando sobre las velas, oscurecerán los cuatro faroles de las esquinas de Tu canastilla, morirá la noche y de sus entrañas nacerá la claridad de un nuevo día, despertarán los pajarillos que madrugan para cantarte cada amanecer. Se abrirán de nuevo los balcones que apuntan a las entrañas mismas de Sevilla, pasarán por pares los nazarenos de negro ruan con cirios color tinieblas, pasarán las insignias del cortejo, bajarán las cruces de penitentes al pisar el suelo de la Basílica con sus pies descalzos, arriará la parihuela, despertarán las dormidas almas de Sevilla, retornarán los pellizcos a los corazones, el murmullo de la Plaza quedará roto ante los silencios penetrantes de la Madrugada, regresarán los diálogos de la gente entre emociones contenidas y lágrimas, reaparecerán siglos de miradas hacia el Portentoso Milagro de nuestra existencia, pasarán los ángeles que Te acompañan, pero Tú, Dios Mío, permanecerás en nuestras vidas y nunca pasarás de largo. Tú no eres de madera, Tú eres Cuerpo y Sangre de Salvación. Todo se acaba en esta vida, menos Tú, Rey de Judea.

No encuentro palabras para alabarte, ni versos exactos que rimen en justicia con el amor que esparces, ni oraciones para rezarte. Perdóname Padre Mío, pero ante Ti el mundo se detiene y mi mente se paraliza. Tú eres el pan nuestro de cada día, el aire que respiramos, la sangre que corre por nuestras venas y tuyo es el corazón que late bajo nuestros pechos. En Tu ausencia nuestras vidas carecen de sentido. Tú eres la mayor Verdad de este Mundo.

Quisiera clavar sobre mí frente las espinas que Te atormentan, ser Tu cirineo para aliviar el duro peso de la Cruz que cargas sobre Tus espaldas por nuestras miserias. En el poder de Tu mirada encuentro la fuerza que me hace seguir en el camino. En Tus manos la caricia que me hace levantar en mis caídas, en Tus pies el milagro del esfuerzo sobrehumano del Hijo del Hombre y en Tu zancada la certeza del Dios que nos espera al final de nuestros pasos.

Dios mío no me abandones nunca. Mis pasos son torpes cuando ando lejos de Ti, perdona si Te ofendí o me alejé del sendero que Tú me marcaste en la pila del bautismo. Tantas veces que mis hermanos me abandonaron, Tú te acordaste de mí y acudiste a mi rescate. Cada vez que la ceguera no me dejó ver al otro lado del río, en Ti encontré la verdadera Luz de Dios. En Tus ojos encuentro la certera respuesta a todas mis dudas.

Te seguiré amando hasta el día que el capataz Eterno llame al martillo para que me una a Su cuadrilla de costaleros. No dudes Rey de Reyes que lo dejaré todo para cumplir la voluntad del Padre y unirme a Tu Santo Reino. Incluso, Dios Mío, después de la muerte seguiré amándote con todas mis fuerzas. Todavía no había nacido de mi madre cuando empecé a quererte. La primera vez que contemplé la perfección de Tu rostro o descubrí en Tu mirada la profundidad de Dios, no descubrí nada nuevo. En mis sueños de niño pude ver con claridad lo mismo que puedo contemplar cada vez que voy a visitarte. En esos sueños de infancia, Te adelantaste, y fuiste a mi encuentro.

Ante Ti, Señor de las Espinas, fui temeroso de Dios y al mismo tiempo encontré el amor verdadero. Cada beso en Tu Sagrado Talón es un beso en la mejilla de los hermanos que se nos adelantaron en el último viaje, un último viaje que nos llevará a abrazarte por todos los Siglos. Junto a Ti Señor, no habrá tristeza, ni lágrimas que derramar, ni dolor, ni pena, ni odios, ni rencillas, ni guerra. Junto a Ti Señor habrá descanso eterno, paz y amor.

Un hombre agonizaba y sobre su envejecido rostro se dibujaba una sonrisa jamás entendida. Una pequeña luz encendida en su mirada que se apagaba muy lentamente. Se acercaba la hora y la sonrisa permanecía intacta e inamovible. Ningún gesto de rabia, ninguna lágrima que resbalara sobre los caudales de los surcos de sus mejillas. El candil de su vida se oscurecía, sus arrugadas manos resbalaban sobre la sábana de seda que cubría su cuerpo vencido. Sus hijos y su mujer trataban de disimular el llanto ante su último aliento. Los párpados se cerraban por completo, apretaba sus labios por última vez, su corazón se paraba y sobre su cara pálida y azul seguía dibujada la misma sonrisa. Ese viejo hombre empezaba a ver Luz al final del túnel. Entre las sombras de la oscuridad comenzaba a adivinar el Rostro de Dios. Lejos de resignarse ante el calvario de su muerte trataba con ímpetu de aferrarse a la vida, a la vida junto al Señor.

A los que amaron al Señor y durmieron en su Gloria. Esta Noche las lágrimas de sus ojos besarán los pies descalzos del Niño que nacerá en nuestros corazones. Para ellos existe en el Cielo una Plaza y un balcón donde asormarse cada Madrugá.
A mis amigos y maestros Paco Robles y Víctor García Rayo.

Mi Niño Jesús Nacerá Roto


Mi Niño Jesús Nacerá Roto

Esta noche volverán a encontrarse dos sentimientos profundos y sinceros: la alegría por vernos todos juntos de nuevo, señal de que los años pasan y el amor permanece y al tiempo será una noche de ausencias y de recuerdos por nuestros queridos familiares y amigos que se nos adelantaron en el último viaje de la vida para alcanzar la Gloria compartida con Dios.
Desgraciadamente no todos podremos participar de una misma Fiesta. Son muchos nuestros hermanos que lejos de sentirse dichosos, sufrirán un nuevo pellizco en sus corazones, recordarán que la felicidad fue plato del pasado y que el fruto del presente es manjar muy amargo para sus dolidos corazones.
Esta noche oí llorar a un niño, su llanto era inconsolable. Su vida se agotaba en cada lágrima derramada sobre su tierno rostro de ángel. Su cuerpecito se consumía por la hambruna, sus ojos se cerraban, sus pequeños pies apenas se movían, las manitas arrugadas caían inertes sobre su triste lecho de muerte. Impotente fuí testigo de la tristeza de ese quebrado corazón. Sabía que ese dolor era lejano en la distancia, llegaba desde otro rincón del Planeta, desde un lugar donde hablan otra lengua. No podía hacer nada por ese débil y pequeño hermano desvalido que se desvanecía entre sollozos. Los sonidos de su ronca garganta penetraban en mi corazón como sables afilados. Su alma se elevaba para encontrar la ternura de Dios y su joven existencia se apagaba por completo. Su eterno silencio perforó los tímpanos de la desesperación.
Para mí ya no existe Fiesta que celebrar. Mientras un solo niño sufra en este Mundo para mi no habrá una Navidad plena. Mi Niño Jesús nace roto, su mirada es triste y su corazón late lento. Porque hermanos míos ese Niño que nace esta Noche, no es otro que aquél niño que escuché llorar.

Nuestro Niño Jesús está muy vivo y vive entre nosotros. No tiene nada en esta vida, su único tesoro es su pobreza. A diario lo vemos tirado en nuestras calles y no le dedicamos una moneda, un gesto o una sonrisa.

Nuestra ceguera nos impide reconocer en esos ojos hundidos de un tierno niño la profunda y penetrante mirada de Dios. Pocas horas faltan para que ese Niño nazca en nuestros corazones y con nuestro egoísmo empezamos a cargarlo con el duro peso de la Cruz.

Nuestro Niño se consumirá entre lágrimas, perecerá atrapado por una bala perdida en una injusta guerra o su cuerpo de ángel descenderá a las profundidades del mar ante los ojos llorosos de una madre que tratará de alcanzarlo con sus manos.
En la felicidad de un niño veremos reflejada la sonrisa del Niño que a punto está de nacer y en sus lágrimas el Calvario de Cristo en su Amargura.
Noche de sentimientos contrapuestos. El Niño de Dios no nacerá por igual para todos los hombres. Para algunos son tan profundas las heridas de la miseria que ni si quiera pensaron en desocupar un lugar en sus corazones para recibir al Hijo de María.
Noche de recuerdos y añoranzas. En nuestros teléfonos dejarán de sonar las llamadas de los que se marcharon, nuestros corazones con justicia volverán a recordar que fueron parte de nuestras vidas. En el salón de nuestras casas no volverán a sonar tan ansiadas llamadas, pero en nuestros corazones sonarán y con más fuerza que nunca.

Mi Niño Jesús nacerá roto y las espinas de su amargura me romperán el corazón.