SEVILLA
Sevilla,
toma tu cruz y sígueme, desnuda el alma y desposéete de las espinas que
atraviesan tu corazón llagado. El tiempo sin tiempo vencerá a la ingravidez del
destino. Lo rubrican el azahar que prende como blanquecina antorcha en las
pobladas copas de los naranjos y el murmullo adormecido de la respiración
contenida del abuelo que vuelve a calzar las primeras sandalias de su niñez y
lo dicen los silencios de la Ciudad que tanto cuentan a nuestros oídos. La
madera tomará todo el protagonismo como continente envolvente del gran
contenido.
La rampla del Salvador es el primer indicio de lo que se aproxima a
gran celeridad, los palcos prosperan desde su estructura metálica y los
balcones fraguados adivinan el aliento del Cristo que abre sus brazos. El
sevillano rasga su corazón y blanquea la fachada de su hogar al paso de las
cofradías. La imparable explosión de sentimientos y creencias nos elevará a una
contemplación casi mística. Insuperables lienzos de matices y formas
traspasarán los umbrales de la
sensibilidad para hacernos sentir como en ningún tiempo anterior. Predominará
la Luz sobre la luz, la realidad sobre las sombras del sueño y la musicalidad
del alma sobre los sublimes compases brotados de los pentagramas. Sevilla
contornea su silueta entre acuarelas para redescubrirnos su perfil más
esplendido. La vida en siete días y el Cielo en cada palabra, mirada o latido.