Joselito
y Belmonte. Una revolución complementaria (1914-1920)
Sevilla cuenta desde octubre hasta mediados
de diciembre con la exposición de “Joselito y Belmonte. Una revolución
complementaria (1914-1920)”. Dicho evento, celebra conjuntamente los
centenarios de las alternativas de los dos toreros sevillanos e invita al
visitante a vivir Edad de Oro del toreo.
Desde el martes 15 de octubre hasta el
domingo 15 de diciembre. La exposición estará abierta de martes a sábado en
horario de 10 a 14 h y de 17 a 20 h, en el Espacio Santa Clara de la calle
Becas y en el Castillo de San Jorge en
la Plaza del Altozano. Los domingos el horario se reduce, abriendo sus puertas
de 10 a 14 h.
La exposición, organizada por el ICAS,
evoca los seis años de apogeo del toreo en Sevilla. En ella se ha querido
plasmar el deseo de renovación de la ciudad y que la aparición de José Gómez
Ortega “El Gallo” y Juan Belmonte “El pasmo de Triana” al año siguiente,
hicieron posible. Esta revolución no se dio sólo en los ruedos, sino en todos
los campos del ser humano. Una revolución complementaria que se ha dado a
conocer como “La Edad de Oro de la Tauromaquia”.
Joselito y Belmonte, considerados por
muchos como los fundadores del toreo moderno, crearon una amigable rivalidad
profesional que hizo que la popularidad de la tauromaquia llegara a cotas nunca
vistas antes ni después en la sociedad española.
Joselito sentía desde temprana edad un
inmenso fervor por la Macarena, en la exposición podemos contemplar una saya de
la Virgen realizada con el bordado de oro de un vestido de torear regalado por
Joselito.
Belmonte era maniguetero del palio de
la Virgen del Patrocinio. En la muestra encontramos un manto de camarín de la
Virgen del Patrocinio bordado con el oro de un traje de torear del diestro. La
exposición cuenta también con dos valiosas fotografías de la Fototeca Municipal
en la que aparece Juan Belmonte en la cofradía del Cachorro. El día de su muerte,
la familia decidió amortajarlo con la última túnica con la que desfiló en el
año 1961.
En definitiva, la exposición nos acerca
a dos maestros del toreo relacionados con la Semana Santa. Belmonte y Joselito
sentían un especial fervor por las imágenes más veneradas por los sevillanos en
la actualidad y la muestra deja entrever con algunas piezas, la devoción y
entrega de los diestros.
Parece que destino, casualidad y Providencia tomaron partida en este trascendente momento de la historia de la Tauromaquia.
Sin lugar a dudas la incursión de estas dos figuras convergentes en la Plaza,
divergentes en el sentir de dos sectores de la afición claramente definidos por
uno u otro, muestran a las claras el espíritu dual de esta Ciudad. La tragedia
marcó el final de dos vidas apasionantes, dignas de elogio y firmemente
cinceladas en el alma de Sevilla. Imposibles casualidades llevaron a Joselito a
perder la vida en Talavera de la Reina ante las lágrimas de su cuñado Ignacio
Sánchez Mejías, habiendo cumplido tan solo un cuarto de siglo. Belmonte atravesado
por el acero de la desesperación a un lustro de cumplir los tres cuartos de
siglo marcó el camino de la leyenda. Realmente la gloria de la puesta en escena
fue efímera en el tiempo, perdurables el sabor y la esencia.
José Gómez Ortega “Joselito el Gallo” nació el 8 de mayo de 1895 en Gelves
y falleció el 16 de mayo de 1920 en la Plaza de toros de Talavera de la Reina compartiendo cartel con Ignacio Sánchez Mejías, acabando con
su vida el toro “Bailaor”. Tomó la
alternativa en Sevilla el 28 de septiembre de 1912 de manos de su hermano
Rafael Gómez “El Gallo”.
JOSELITO
EL GALLO
Pervive Joselito el Gallo como eterno ángel
macareno en un viejo tapiz de la Esperanza ataviada de riguroso luto. La muerte
del joven torero recorrió como rumor desgarrador las calles de la Ciudad desembocando
en la Alameda de Hércules y San Gil, desbordándose la tristeza a raudales.
Reposa su cuerpo bajo el portentoso paisaje escultórico que representa con
majestuosidad el descanso del torero sobre hombros inclinados y rostros
abatidos.
Sin lugar a dudas lejos de morir, Joselito renace en el lenguaje de
las silenciosas miradas admiradas por la obra elevadora a la metáfora del
paralelismo de dos arquitecturas dispares: mármol, bronce y barro frente a humanidad, acero y
albero.
Prematuramente destapó el tarro de las esencias
del arte del Toreo acunado en los lazos consanguíneos de generaciones de
toreros y genes de otros artes españoles por excelencia. Sin duda era un torero perfeccionista,
de amplio recorrido en los movimientos, enérgico en la entrega, dominador de
las distintas suertes del toreo, mandando con la muleta, efectivo en el manejo
del acero, portentoso y lustroso en la suerte de banderillas.
Quedará abierto
un interrogante misterioso de lo que pudo ser de Joselito, trazo fugaz y
perfecto de torería escrito con letras de oro de no haberse cruzado en su
camino los hierros del infortunio y la fatalidad. Joselito bebió de la fuente
inagotable de recursos de Belmonte, aparición enriquecedora para Gallito que
pronto alcanzó la cima del éxito. La vida del hijo de “el Gallo” transcurrió por
la senda del triunfo y un afán continuo de superación, sin desdeñar los consejos
de su hermano, consejero y componente destacado de su cuadrilla y de la
recopilación de “bienaventuranzas” toreras de Belmonte.
Joselito abrió la
Puerta de la Gloria como el Arco de la Macarena “Puerta del Cielo” abre sus
puertas la Santa Madrugá para ser moldura envolvente de la obra más perfecta de
Sevilla dibujada sobre el lienzo rojo de un palio juanmanuelino. Desde entonces
dicen que son más amargas las lágrimas de la Esperanza Macarena y más dulce su
sonrisa, dolor y sangre en la Plaza, alegría en un cielo teñido de albero. Llegó
al Atrio del Paraíso como nazareno de luces de la Madrugá ensoñadora de Sevilla,
vestido con túnica y capa de la Hermandad de la Macarena.
Juan Belmonte García nació en Sevilla el 14 de abril de 1892 y
falleció en Utrera el 8 de abril de 1962. Tomó la alternativa el 26 de octubre de 2013 en
Madrid con Machaquito de padrino y Rafael el Gallo como testigo.
JUAN BELMONTE
Cada día, vigilante desde su faro en el Altozano, Juan Belmonte clava su mirada en la Plaza de Toros de la Real Maestranza, como un “Rodrigo de Triana” de su tiempo avistó la “Tierra Prometida” para los hijos ensoñadores del barrio. A modo de valeroso almirante de luces surcó ríos de albero al mando de tres lustrosas naos “Triana”, “Patrocinio” y “Cachorro” colonizando innumerables plazas a su paso. Sus pies bañados de Guadalquivir caminaban templados al contrapunto de un lejano pasodoble, la brisa de la anochecida volaba su montera entre escalofriantes pases que llevaban a temblar las forjadas barandas del Puente y el alma del torero se elevaba a los confines de las eternas arenas que pregonaban la gloria como inquietante murmullo.
Belmonte era un revolucionario emprendedor del arte del toreo, llevándolo a su máxima expresión, arrimaba el talle hacia los más contiguos contornos del animal, enterrando las zapatillas sobre el albero y marcando los tiempos con elegancia. Muy despacio en la faena y sembrando las arenas de semillas perennes de torería. La quietud ante los lóbregos encastados y el inquietante derroche de valor llevaron a cambiar conceptos y tiempos. De una percepción de la Fiesta ciertamente rígida pasamos a la elegancia; del mando del toro en el ruedo a la iniciativa del matador, que no teme sino a los vacíos y silencios de los tendidos.
Los 6 años que rivalizaron en los carteles, mantuvo una simbiosis excelsa con el joven matador Joselito el Gallo que enriqueció el diálogo Triana-Macarena, diálogo que alzó sus miras a los más altos confines de la Fiesta Nacional. Sin duda, la repercusión actual de los Toros en España y en Sevilla, se debe en gran medida a los dos genios sevillanos que subieron al Paraíso amortajados con su hábito nazareno.
La metáfora inverosímil del “Pasmo de Triana” esculpida a golpe de autoridad, tarde a tarde, lance a lance, despojó de prejuicios a los incrédulos poetas que claudicaron ante la poesía desnuda asomada a temples de verónicas, la rima acelerada del atrevimiento de Belmonte, fugaces estrofas al natural y la continua incursión en el cauce del recorrido del toro. De la negación sistemática de la tauromaquia como arte pasamos a una predominante necesidad. El museo envolvente de la plaza pasó a ser teatro cuasi trágico, las faenas del torero de Triana el mejor argumento y la suerte de la espada el desenlace. Cruzó la puerta grande de la Gloria atravesado por las astas de un toro menor que creció enormemente en sus pensamientos. Se marchó vestido de negro y blanco como tantas tardes de Viernes Santo acompañando para siempre al Cristo de "El Cachorro" y a la Virgen del Patrocinio".
Cinco
maniguetas,
rachear de costaleros.
Cuatro en la tierra
y una
en el Cielo.
Clama
una saeta
teñida
de albero
la quinta manigueta
la lleva un torero.
Desalmado
penetra
atravesado
el acero
el
corazón aprieta
del
forjado trianero.
Pasmo
de Triana
reposa malherido:
apenada la mañana,
silencioso el tendido.
Sangre
que mana
como
quebrado lirio;
Sevilla
lo aclama
Patrocinio su destino.
Belmonte
derrama
en
la plaza delirio
Joselito
lo llama
"la Gloria
es tu sitio"