sábado, 24 de diciembre de 2011

Nacerá en Triana


NACERÁ EN TRIANA
Las calimas del atardecer reposan su velo color cenizas desde Castilla hasta el Altozano. Se palpa el cercano milagro de la Luz en las orillas de la Zapata y relucen los candeleros en el Puerto Camaronero. Las horas se precipitan lentamente reposadas sobre el reloj de arena que pende desde el trianero Templete del Cielo. El Niño Manué retoñará en nuestros corazones como aterciopelada caricia de salvación. Su pequeña luz se encenderá de Madrugada y nuestros espíritus quedarán fortalecidos ante su misericordia. Desterramos de nosotros las pesadumbres que nos embargan y clamamos profundos cánticos y sentidas oraciones al Cielo, al tiempo que el ave peregrina de nuestras añoranzas retomará el vuelo, que a pasos decididos nos llevará hasta la anhelada Madrugá de nuestros sueños.

Celebraremos su llegada a este Mundo en la Misa del Gallo, instantes después de haber compartido con nuestros seres queridos la cena más especial del año. Notaremos los vacíos a uno y otro lado de la mesa. Las remembranzas nos llevarán a ocupar cada uno de esos asientos de recuerdos y vivencias. Soñaremos despiertos para encontrar respuesta a las ausencias en nuestra Madre marinera. No murieron nuestros seres queridos, simplemente tomaron otro camino bajo la aureola de una misma Esperanza, la Madre buena que los acuna en su regazo y sus imborrables rostros encontramos en el atardecer trianero cuando retoma la senda de nuestro Barrio tras haber conquistado el corazón roto de Sevilla.

Arrorró la abuela Señá Santa Ana acunará a su nietecito entre los brazos al calor del cisco de la Plazuela, los angelitos dormidos de la Cava despertarán de su leve sueño al son de las zambombas y los repiques sigilosos de las campanas de San Jacinto anunciarán la buena nueva. Dios está con nosotros y llega a nuestro Barrio como ancla de redención. En sus ojitos, luceros del alba, reposan nuestros sueños y anida la Esperanza que nunca nos falta. El Niño se hará hombre entre fraguas, alfarerías y cerámicas. En su destino está escrito que por tres veces caerá en el sendero y que tres veces levantará para mostrarnos el camino.

Laten acelerados los corazones trianeros, enamorados de una mirada, dulce embelezo que como imán nos atrae en la blancura almidonada de las saladas paredes prendidas de cal que envuelven a la Capilla de los Marineros. Emanuel apura sus últimos instantes adormecido en el seno maternal de la Virgen. La noche opaca de la Nochebuena se hará luz en el Puente, las barcas de antaño alumbrarán con sus faroles al Rey de Reyes y las almas inmortalizadas se asomarán a las temblorosas barandas que miran al viejo Guadalquivir para cantar a la Virgen conmovedoras alabanzas “Dios te salve dulce María, Señora de Triana y Reina de los Cielos, hoy en Ti nacerá nuestro Mesías y gozosos alcanzaremos nuestros anhelos”.

Será una noche de luces y sombras. Muchos de nuestros hermanos sufrirán la soledad de las ausencias, el vacío de la amistad o incluso no tendrán un techo donde refugiarse. Su única riqueza es la pobreza que tan generosamente no dudan en compartir con quienes tienen a bien dirigirles una palabra o una mínima sonrisa. Esta noche no debemos olvidarlos. En su sufrimiento y en la tristeza de sus miradas se refleja el verdadero rostro de Nuestro Cristo Caído. Nuestras oraciones deben ir acompañadas de actos de generosidad, en otro caso quedarán vanas de contenido.


Felices Fiestas.

EL QUE ESTÁ POR NACER


                              EL QUE ESTÁ POR NACER
 
Como el recóndito Miserere entonado por voces penetrantes de monjes ocultos bajo el soterramiento lapidario del pasado, puedo oír angustiosas plegarias que imploran piedad al estremecedor alud de los mármoles basilicales. La sequedad de nuestra existencia recobra el ansiado aliento al beber del manantial inacabable de fervientes aguas que brotan de los labios del Señor. La tenebrosa oscuridad del temor a lo oculto trasciende de la milagrosa madera para aflorar en nuestro interior y fortalecernos confiadamente en el Que Todo lo Puede. Un nuevo viernes nos despojamos del rutinario transitar de la existencia para experimentar el gozo temprano del Adviento que clama como rumor entre cálices y la luz de la inminente Pascua, la venida del Dios eterno que se proyecta desde la Plaza a toda la Ciudad.

Desvanecidos en el esfuerzo y ávidos en la esperanza, al divisar el último tramo de la vía que nos lleva hasta el absorbente firmamento del encarnado Mentor de todo lo creado, nuestros cuerpos se elevan contemplativamente, sustrayéndose de lo intrascendente y palpando milagrosamente la intangibilidad del alma y la palpable realidad de la belleza más excelsa. Nos postramos ante el Dios que nos hace recobrar la paz ante la tormentosa cotidianeidad que nos envuelve amargamente cada instante y alzamos la vista para buscar en los pies descalzados del Señor la primera zancada que nos devuelva a recobrar la estela de la Luz. El Gran Poder surca los recónditos retiros de nuestra íntima morada anunciándonos la buena nueva de su cercana presencia, que emerge como compasiva caricia de Salvación.

En la profundidad de la mirada encontramos motivos sustanciales para aferrarnos al Credo cierto de nuestra fe. La atroz traviesa que oprime el hombro del Gran Poder le hace perder fuerzas, pero en ningún momento logra hacerlo desfallecer. Vencerá nuestro Señor y alzará sus manos sobre el indefinible Universo que trazó como prueba irrebatible del mayor Poder e Imperio cimentados.

Contemplamos el pulcro Belén de la Parroquia del Santo Mártir y buscamos en el pesebre la reminiscencia del “Que Está por Nacer” para hacernos recobrar el pulso acelerado de nuestros corazones y buscar líricos Parasceves. Anidarán los vencejos que despertarán al Niño Grande de La Ciudad del primer sueño y claudicaremos ante la dulzura que prenderá de su Rostro. Las imperceptibles manijas del tiempo se eternizan impasibles ante la inmutable verdad de Dios que sella nuestras horas. El Alfa del entronado Mesías nos infundirá el espíritu de Dios, que se hará Hombre abrazándose al Leño Redentor y nos mostrará el camino de las certezas absolutas en la Omega, al alba de la Resurrección.