sábado, 31 de diciembre de 2011

DOS BESOS EN TU SAGRADO TALÓN, MI SEÑOR

          

DOS BESOS EN TU SAGRADO TALÓN, MI SEÑOR

Embargado por la emoción de mi última visita al Gran Poder en este difícil 2011 os dejo la imagen que a bien representa la universal devoción al Señor. En esta ocasión, espero me perdonen mis hermanos, no trasladaré mi testimonio a la palabra. Difícilmente podría transcribir lo que he sentido cuando mirada al Señor en la altitud de su Reino de San Lorenzo. He besado por dos veces el Sagrado Talón del Gran Poder. He plasmado mi beso y otro en remembranza de mis hermanos en la memoria, de los que sufren una enfermedad, de los que la carga del peso de los años les impide caminar hacia la Basílica y por último de quienes viven lejos del corazón de Sevilla, aunque su amor al Señor los transporta cada instante a la inmortal Plaza.

He pedido por todos, por mí no tengo acostumbrado pedir, pues al estar tan próximo a Él, todo lo tengo y nada me falta. Al sentir su aliento sufro la bendita amnesia del olvido de todo lo malo que pudo pasarme. Este viernes ha sido especial, el Templo volvió a verse desbordado por la incesante riada de fieles que cincelaron moldeado fervor sobre los fríos mármoles. Se sucedieron escenas de autenticidad en el imperceptible diálogo de las miradas en los pocos instantes que los fieles permanecían junto a Dios. Aproveché un mínimo respiro para situarme justo detrás de mi Señor para rezar un Padrenuestro por todos mis hermanos y devotos del Gran Poder, cuando de repente pude oír la voz del celebrante y las primeras palabras de la oración que Jesús nos enseñó. Me uní en la plegaria a los fieles, sediento de espiritualidad y fortalecido por el Amor de los amores.

Tenéis delante de vosotros una imagen de este mediodía que recoge el portentoso Talón del Gran Poder justo después de ese beso que quise forjar por todos vosotros. Os pido que lo miréis con los ojos de la fe y que vuestros corazones alcancen el final de la excelsa escalera. Los besos del alma nos elevan hacia el Señor de Sevilla y nos hacen sentir el gozoso tacto con la Divina Madera.


viernes, 30 de diciembre de 2011

ÚLTIMO VIERNES DEL GRAN PODER - AÑO 2011 -



ÚLTIMO VIERNES DEL GRAN PODER - AÑO 2011 -

Me apresuro, mi Señor, a repetir el ritual de cada viernes del año. Será un momento especial y que quiero vivir en íntima soledad con el Dios de la Ciudad. Ha sido un año difícil, en el que se marcharon a poblar la eterna Plaza seres muy queridos. Se inicia para los devotos del Gran Poder una nueva era, vertebrada en torno al Señor y buscando siempre el horizonte del anhelado Parasceve de la santa Madrugá. Asumidos quedaremos en el insomnio que envuelve el permanente plenilunio que nos acompañará hasta alcanzar el momento cumbre: la apertura de las puertas del Templo para dar paso a la Cruz de los atributos pasionales que preceden la zancada del Que Todo lo Puede.

Difícilmente podré retener las lágrimas en mis ojos o articular palabra ante el Prodigio de los tiempos, pero indudablemente no desobedeceré al corazón que me pide insistentemente subir los peldaños que llegan al Cielo para besar la reliquia descalzada enquistada por los besos que acarician la más sutil textura. Algunos de nuestros hermanos, tantas veces, arrodillados ante Él, tomaron otro rumbo para alcanzar un mismo fin. El tiempo ha transcurrido a gran celeridad desde aquella negra Madrugá de truenos y lluvia, en la cual nuestros sueños perecieron antes de ver plasmado sobre el empedrado el desenlace más deseado.

Los vacíos de la Plaza al partir de los desolados devotos y los desgarradores silencios en el interior de la Basílica arremetieron con crueldad sobre nosotros. Bastaban las miradas apenadas, las lágrimas y la quietud para comprender que el Señor se quedaría en el Templo. No así su alargada huella que se proyectaría sobre todo la Ciudad atravesándola de costado a costado. Percibimos angustiados los silencios de Dios que nos asolan cuando el dolor nos embarga. El Señor disipa toda duda y vuelve a ofrecernos sus manos como mayor consuelo.

Realmente merece la pena la espera, algo más de 90 noches nos separan de un nuevo sueño. Los armarios contienen nuestro gran tesoro. La túnica de ruán espera ocupar su lugar, como nuestra segunda piel, en el momento oportuno en el que formaremos parte de la cofradía de los hermanos y devotos del Gran Poder. Los relojes de arena comenzarán a desgranarse lentamente sobre la superficie del continente, esparciendo su contenido desde la hora cero del nuevo año hasta llegar a la cima del Jueves Santo. Hablaremos de un antes y un después a partir de ese instante.


Jordi de Triana

sábado, 24 de diciembre de 2011

Nacerá en Triana


NACERÁ EN TRIANA
Las calimas del atardecer reposan su velo color cenizas desde Castilla hasta el Altozano. Se palpa el cercano milagro de la Luz en las orillas de la Zapata y relucen los candeleros en el Puerto Camaronero. Las horas se precipitan lentamente reposadas sobre el reloj de arena que pende desde el trianero Templete del Cielo. El Niño Manué retoñará en nuestros corazones como aterciopelada caricia de salvación. Su pequeña luz se encenderá de Madrugada y nuestros espíritus quedarán fortalecidos ante su misericordia. Desterramos de nosotros las pesadumbres que nos embargan y clamamos profundos cánticos y sentidas oraciones al Cielo, al tiempo que el ave peregrina de nuestras añoranzas retomará el vuelo, que a pasos decididos nos llevará hasta la anhelada Madrugá de nuestros sueños.

Celebraremos su llegada a este Mundo en la Misa del Gallo, instantes después de haber compartido con nuestros seres queridos la cena más especial del año. Notaremos los vacíos a uno y otro lado de la mesa. Las remembranzas nos llevarán a ocupar cada uno de esos asientos de recuerdos y vivencias. Soñaremos despiertos para encontrar respuesta a las ausencias en nuestra Madre marinera. No murieron nuestros seres queridos, simplemente tomaron otro camino bajo la aureola de una misma Esperanza, la Madre buena que los acuna en su regazo y sus imborrables rostros encontramos en el atardecer trianero cuando retoma la senda de nuestro Barrio tras haber conquistado el corazón roto de Sevilla.

Arrorró la abuela Señá Santa Ana acunará a su nietecito entre los brazos al calor del cisco de la Plazuela, los angelitos dormidos de la Cava despertarán de su leve sueño al son de las zambombas y los repiques sigilosos de las campanas de San Jacinto anunciarán la buena nueva. Dios está con nosotros y llega a nuestro Barrio como ancla de redención. En sus ojitos, luceros del alba, reposan nuestros sueños y anida la Esperanza que nunca nos falta. El Niño se hará hombre entre fraguas, alfarerías y cerámicas. En su destino está escrito que por tres veces caerá en el sendero y que tres veces levantará para mostrarnos el camino.

Laten acelerados los corazones trianeros, enamorados de una mirada, dulce embelezo que como imán nos atrae en la blancura almidonada de las saladas paredes prendidas de cal que envuelven a la Capilla de los Marineros. Emanuel apura sus últimos instantes adormecido en el seno maternal de la Virgen. La noche opaca de la Nochebuena se hará luz en el Puente, las barcas de antaño alumbrarán con sus faroles al Rey de Reyes y las almas inmortalizadas se asomarán a las temblorosas barandas que miran al viejo Guadalquivir para cantar a la Virgen conmovedoras alabanzas “Dios te salve dulce María, Señora de Triana y Reina de los Cielos, hoy en Ti nacerá nuestro Mesías y gozosos alcanzaremos nuestros anhelos”.

Será una noche de luces y sombras. Muchos de nuestros hermanos sufrirán la soledad de las ausencias, el vacío de la amistad o incluso no tendrán un techo donde refugiarse. Su única riqueza es la pobreza que tan generosamente no dudan en compartir con quienes tienen a bien dirigirles una palabra o una mínima sonrisa. Esta noche no debemos olvidarlos. En su sufrimiento y en la tristeza de sus miradas se refleja el verdadero rostro de Nuestro Cristo Caído. Nuestras oraciones deben ir acompañadas de actos de generosidad, en otro caso quedarán vanas de contenido.


Felices Fiestas.

EL QUE ESTÁ POR NACER


                              EL QUE ESTÁ POR NACER
 
Como el recóndito Miserere entonado por voces penetrantes de monjes ocultos bajo el soterramiento lapidario del pasado, puedo oír angustiosas plegarias que imploran piedad al estremecedor alud de los mármoles basilicales. La sequedad de nuestra existencia recobra el ansiado aliento al beber del manantial inacabable de fervientes aguas que brotan de los labios del Señor. La tenebrosa oscuridad del temor a lo oculto trasciende de la milagrosa madera para aflorar en nuestro interior y fortalecernos confiadamente en el Que Todo lo Puede. Un nuevo viernes nos despojamos del rutinario transitar de la existencia para experimentar el gozo temprano del Adviento que clama como rumor entre cálices y la luz de la inminente Pascua, la venida del Dios eterno que se proyecta desde la Plaza a toda la Ciudad.

Desvanecidos en el esfuerzo y ávidos en la esperanza, al divisar el último tramo de la vía que nos lleva hasta el absorbente firmamento del encarnado Mentor de todo lo creado, nuestros cuerpos se elevan contemplativamente, sustrayéndose de lo intrascendente y palpando milagrosamente la intangibilidad del alma y la palpable realidad de la belleza más excelsa. Nos postramos ante el Dios que nos hace recobrar la paz ante la tormentosa cotidianeidad que nos envuelve amargamente cada instante y alzamos la vista para buscar en los pies descalzados del Señor la primera zancada que nos devuelva a recobrar la estela de la Luz. El Gran Poder surca los recónditos retiros de nuestra íntima morada anunciándonos la buena nueva de su cercana presencia, que emerge como compasiva caricia de Salvación.

En la profundidad de la mirada encontramos motivos sustanciales para aferrarnos al Credo cierto de nuestra fe. La atroz traviesa que oprime el hombro del Gran Poder le hace perder fuerzas, pero en ningún momento logra hacerlo desfallecer. Vencerá nuestro Señor y alzará sus manos sobre el indefinible Universo que trazó como prueba irrebatible del mayor Poder e Imperio cimentados.

Contemplamos el pulcro Belén de la Parroquia del Santo Mártir y buscamos en el pesebre la reminiscencia del “Que Está por Nacer” para hacernos recobrar el pulso acelerado de nuestros corazones y buscar líricos Parasceves. Anidarán los vencejos que despertarán al Niño Grande de La Ciudad del primer sueño y claudicaremos ante la dulzura que prenderá de su Rostro. Las imperceptibles manijas del tiempo se eternizan impasibles ante la inmutable verdad de Dios que sella nuestras horas. El Alfa del entronado Mesías nos infundirá el espíritu de Dios, que se hará Hombre abrazándose al Leño Redentor y nos mostrará el camino de las certezas absolutas en la Omega, al alba de la Resurrección.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

BAJO EL CIELO DE TU MIRADA


                         BAJO EL CIELO DE TU MIRADA

Como era de prever, Sevilla acudió al reclamo de la Esperanza Macarena. Un año más descendió la Señora del Camarín, entre líricas alabanzas y glorificada por los cánticos de los jubilosos ángeles del Cielo macareno. Viejas estampas de San Gil renacían en la remembranza de los tiempos. Los naranjos arrullados bajo las sombrías campanas de la vieja Parroquia despuntaban figurados ramilletes de azahar al tiempo que una nubecilla de incienso aireaba un embriagador perfume desde el interior del Templo. El Arco de los sueños nos transportaba a noches de insomnio al relente de los albores de la anhelada primavera. Las arterias subyacentes al más profundo sentimiento macareno confluían vertebradas al punto álgido del corazón de la devoción del Barrio. Se destapaba el tarro de las esencias, esparciendo sutiles fragancias y aromas sempiternos, que se plantaban en los frondosos jardines del alma. Como afluentes del más caudaloso río convergían los fieles al anhelado Mar de pasiones encendidas en los ojos de la Spes Nostra.

Latían los corazones a ritmo acelerado, contenida permanecía la respiración y desgarrador replicaba el grito apasionado del silencio entre los nebulosos resquicios de siglos de pisadas. El Cielo macareno abría las puertas que apuntan al Gozo. Tomados de la mano de los recuerdos y envueltos en nubes de plegarias de eternas Madrugadas, los devotos de la Virgen aderezaban sus afligidos cuerpos para tomar hospedaje en la antesala de la Gloria. A cada paso sobre los gélidos mármoles, que desde el Atrio, antesala del prodigio, llegan hasta el egregio Atril de la más sublime belleza, se acrecentaba el hiriente palpitar interior de los privilegiados fieles de la Señora. Como herederos, de los elegidos predios del verde Paraíso, tomaban posesión de sus parceladas haciendas del Goce.

Miles de sevillanos contorneaban embelesados los bancos de la Basílica para al fin alcanzar el Altar de la excelentísima Gracia. No besaban únicamente los labios sedientos, ávidos de beber de las aguas del manantial de hermosura destilado por la Esperanza Macarena, lo hacían las miradas que como un clamor se concentraban en la venerada Señora de Sevilla. Entreverados los piropos que ensalzan las virtudes de la Esperanza y las lágrimas que fluían por los rojizos ojos que buscaban en Ella la indeleble huella de quienes descansaron para siempre reposados en su maternal regazo, las notas de fina pedrería plasmadas en los pentagramas por el maestro Pedro Morales y los desgarradores profundos sonidos de la marcha de Cebrián, afloraban como vestigios del ayer, ahondando en las heridas entrañas de quienes encuentran en la Esperanza el consistente puente que los lleva a alcanzar al Señor de la Sentencia.

En desgarrador paralelismo, los labios cautivos de los enfermos soterrados en las celdas de crueles enfermedades, derribaban los muros infranqueables de la distancia material para alcanzar a las manos de la Macarena. No existen distancias ni barreras ante el desborde de sincera devoción del pueblo de Sevilla. Allí donde mora el dolor anida la Esperanza. Sobre las lápidas de los cementerios están escritos los nombres de quienes se forjaron en el amor a la Virgen. Ellos habitan las resplandecientes callejas del Cielo, y al tiempo, ocupan un lugar de privilegio en el corazón de quienes buscamos en la Reina de nuestras vidas un atisbo de luz que borre de nosotros la amarga reminiscencia del adiós.

Al fin la Esperanza Macarena es un caudal de hermosura, siempre asomada al balcón de Sevilla, que tiende sus manos al Pueblo, que espera en Ella el incesante milagro del encuentro. Nuestras alabanzas tornan en parabienes que acrecientan nuestra fe y fortalecen los consistentes cimientos de una devoción universal que trasciende de lo físico a lo mental y espiritual. Nacemos acunados bajo el regazo de Tu manto, soñamos con perennes madrugadas para despertar ante el rojo palio que adormece Tu belleza inmaculada y morimos bajo Tu Cielo para vivir en Tu mirada.

Fotografía: Luis Manuel Jiménez
Texto: Jordi de Triana




viernes, 16 de diciembre de 2011

Y EN DICIEMBRE: LA ESPERANZA


Y en Diciembre: La Esperanza

La pureza de María es proclamada entre aireadas campanas que vuelan presurosas sobre azoteas y plazuelas. Gozos de la Cava pregonan a su blanca Inmaculada entre primorosos trazos y sublimes perspectivas. Tras la Torre de Santa Ana, asoma la más excelsa belleza humana conocida, en admirable contemplación divina. Bajo la espadaña de Pureza enmarcados están los versos que mejor alaban a María. Las estrofas están escritas en la hermosura que la Reina de nuestras vidas va destilando por doquier. “Altozano centinela, abre tus puertas a Sevilla, que cercanos están los días, que esperamos bien despiertos, asomados al zaguán de los recuerdos, para no dejarlos morir entre las oscuras cortinas de la melancolía”.

Las añoranzas retoman su camino descalzadas de amarguras y aferradas a las bondades de nuestro palpitante pasado. Imborrables son las huellas de quienes nos entregaron el más firme legado. Seguiremos vuestros pasos con firmeza y sin desdeño. Vuestros nombres están escritos en el interior de sutiles vasijas y en los barnices que consolidan la mejor madera. Con orgullo entonamos vuestro canto, y plegarias por bandera, para decirle a Sevilla, no mueren los trianeros porque viven para siempre asomados al balcón de su Esperanza.

No existen muros infranqueables para nuestra Madre. Su amor es una puerta abierta a un futuro rebosante de vida. Noviembre es un oscuro túnel que nos devuelve al pasado y a retomar con mayor consistencia la senda del camino junto a nuestros seres queridos moradores de la Gloria. En Diciembre proclamamos el dogma de la Inmaculada Concepción de María. Una fiesta que ensalza a nuestra Madre y que predica en la Santísima Virgen la virtud frente a la ausencia de pecado. Encontramos verdadero sentido al sacrificio de Jesús y a la Redención que nos libera de las sogas de la más absoluta imperfección humana. Expectantes con María esperamos anhelantes la llegada del Mesías.

La Madre de nuestro Santísimo Cristo de las Tres Caídas es portadora de la esperanza teologal que nos fortalece ante la dificultad y nos abre los ojos ante la predicada Resurrección de Jesús. La piedra angular de nuestra fe toma consistencia ejemplarizante en la figura de María. Llenamos nuestros labios de piropos y parabienes para Ella, y entre todos, nos emociona especialmente, pronunciar tan musical como concluyente nombre: Esperanza de Triana.

Quiero apresurarme al pórtico de mi Triana y sentir tus caricias como anhelos que alcanzamos en desvelos. Tu mirada es el puerto navegante entre olas de amor donde anclamos nuestros sueños. Entre brisas de bonanza bordeamos rumbo cierto. Nuestras vidas pasajeras fondearemos en orillas de tu Mar sereno. Atrás quedan las quimeras. Son tan reales tus destellos, que cegados quedamos al aprehenderlos en tus ojos. Bajarás del Atril de la Capilla de Los Marineros hacia la alfombra que pisamos como errantes prisioneros desterrados en la cárcel de tu amor. “Carcelero libérame de estas rejas que quiero ser su costalero para llevarla a ese Cielo que pregonaron sus anhelados hijos trianeros”.

Pronto volveré a sentirte tan cercana que creeré encontrarme ante un nuevo milagro de tu Hijo. Tan próxima presencia poblará mi corazón de sinceros sentimientos y elevará mi alma en mística levitación. Viejos aromas de San Jacinto y Santa Ana, entre luces, candeleros, tapices y lámparas recrearán inmemorables pasajes impresos en los anales de nuestra Hermandad. Un derroche de luz y el mejor marco contextual posible encuadrarán las líneas perfectas de nuestra Virgen marinera. Reposará su vuelo sobre el viejo árbol del Templo dominico el ave peregrina del ayer y nuevas trazas se dibujarán sobre la Calle Larga del Viejo Arrabal. Entre nanas de Señá Santa Ana al pasar por la Plazuela ahondaremos en el corazón de Triana para avisar entre brisas de Guadalquivir nuestro faro, luz y guía: Esperanza de Triana.


A nuestros hermanos en la memoria que durmieron en la paz de nuestro Santísimo Cristo de las Tres Caídas y Nuestra Señora de la Esperanza de Triana.

ENTRE ÁNGELES DEL CIELO


ENTRE ÁNGELES DEL CIELO


Muy vivos los ecos de la celebración de la Inmaculada Concepción de María, festividad de profundo arraigo en nuestra Ciudad, nos disponemos a elogiar la Expectación del parto de la Santísima Virgen María. En el vientre de la Señora de Sevilla late un pequeño corazón rebosante de amor que prenderá como llama en el interior de sus fieles hijos macarenos. Resplandecerán sus ojos como luceros y en la profundidad de su divina existencia estará marcada la más injusta Sentencia. Abnegadamente, nuestro Señor, aceptará los mandatos del Padre, entregará su vida para redimirnos de las tachas que nublan nuestros senderos y seremos nosotros quienes con nuestro fervor apartaremos espinas y hojarascas de su perenne transitar por las callejuelas de nuestras esencias.

Ávidos de la cercana presencia de nuestra Madre de los Cielos y de sus terrenales caricias, disponemos nuestros corazones para vivir grandes emociones. Un sin fin de acontecimientos se irán sucediendo y los verdaderos sentimientos macarenos comenzarán a desgranarse por las calles del viejo Arrabal y como casi imperceptible rumor de fresca brisa se irá esparciendo por toda la Urbe.

Buscaremos en unos ojos luminosos y en la profundidad de una mirada, certeras respuestas a nuestras incertidumbres existenciales. Su manto matiz celeste Cielo, huella irrefutable de la Tota Pulchra Virgen María, es la patina externa que transluce la curtida blancura que germina en el talle de la más sublime Flor. Pronto la hallaremos ataviada con un manto del color de ese otro Cielo que cada Madrugá de Sevilla se perfila en los aterciopelados lienzos que envuelven al Parasceve.

Sonarán maitines en el pardo firmamento y Madre Angelita asomará a una ventanita para anunciar la buena nueva a sus niñas meditantes en el Coro del Convento "asomad queridas hijas mías que a punto está de bajar la Madre Superiora del camarín del Gozo".

Descenderá custodiada por ángeles y la musicalidad de los cánticos, plegarias, y oraciones que clamarán ante el milagro de la cercanía. Las lágrimas inundarán los gélidos mármoles de la Basílica y los eternos macarenos despertarán para asomarse a la cancela custodiada por el gran macareno Abelardo, portador de las llaves del portalón que los devuelve cada momento a su Esperanza.

Miles de fieles acudirán embelezados, conformando auténticas mareas humanas, ávidos de beber de la inagotable fuente de la gracia y del hiriente manantial de pena que mana por sus rosáceas mejillas y que como crisol cristalino cala en lo más hondo anidando en el alma. La indescriptible belleza de la perfección divina bajo hechuras de mujer prende bajo la espadaña que anuncia orgullosa “aquí vive la Esperanza”. Besar sus sagradas manos ofrecidas en señal de amor a Sevilla es como alcanzar las bienaventuranzas del Cielo en vida.

Buscamos calificativos que merezcan ser esparcidos entre versos o acunados en la incuestionable prosa que pregona su nombre a cada instante, pero volvemos a descubrir que existe un único Atril al que asoma su mirada y que sus labios son el Templo de la voz. No existe más hermoso pregón que el escuchan nuestros oídos al traspasar el umbral Celeste del Atrio Macareno. Bendito Arco, Puerta del Cielo, que abre sus brazos a nuestros sueños y nos hace traspasar como flecha de inmortal herida los costados de la más firme devoción mariana.

Fotografía: Luis Manuel Jiménez
Texto: Jordi de Triana