martes, 30 de noviembre de 2010

NUESTRO PUERTO SEGURO DE ESPERANZA



               NUESTRO PUERTO SEGURO DE ESPERANZA

Te soñaron viejos alfareros de Triana y tus perfiles morenos fueron dibujados sobre lienzos de verde terciopelo. No fueron manos cristianas las que te dieron formas humanas, fueron los ángeles de la Cava quienes, desde la misma Gloria, te bajaron entre sus alas.

Entre olas de bonanza navegaste hasta un viejo Río, paseando entre barcas llegaste a nuestro Puerto y tus pies impregnados de sal reposaron en las dulces orillas del Altozano. Desde entonces late Triana como corazón de su hermana sevillana.

Bálsamo que alivia nuestras dolencias, Señora de belleza inalcanzable, Flor que marchita la pena, Lucero que alumbra nuestras vidas cuando caminamos entre tinieblas, Alfa en nuestra cuna, Omega en nuestra sepultura y perenne amor que llena nuestros días de la más deseada compañía.

Bendito sea el día que llamé al dintel de tu Capilla y que Tú, Capitana Divina, me abriste de par en par las puertas de tu trocito de mar sereno.

Me iré de este Mundo con la pena de no haber nacido en Triana, de no haberme bautizado en la Pila de Santa Ana y de no haber sido uno de tus elegidos hijos costaleros.

Déjame, Madre mía, al menos, que cuando muera pueda ir a dormir entre las blondas de tu regazo trianero. Ya sabes, Esperanza mía, lo mucho que te quiero.

Como pueden decir que no eres un milagro si hasta el Mudo de Santa Ana recobra la voz cada Viernes Santo por la mañana para decirte: guapa, guapa y guapa.

La calle de la Pureza es un espejo del Cielo en el que se refleja la Cara de la Madre de un Cristo Moreno. Tres veces cayó nuestro Maestro Divino sobre los adoquines de la vieja Cava, tres gritos de hermosa Esperanza, lo hicieron levantar y seguir en el sendero.

Somos marineros seducidos por Tu ternura, nuestras vidas anclaron atrapadas en tus redes soberanas. Cuando nuestras barcas deriven hacia el último Puerto y nuestras manos dejen de remar hacia un mar seguro, allí estarás Tú, Reina de nuestros corazones para despertarnos de nuestros sueños y hacernos alcanzar un lugar en la Gloria de Triana.

Dicen que no suben al Cielo cuando mueren, tus hijos trianeros, porque ya llegaron a Él cuando nacieron.

domingo, 28 de noviembre de 2010

DOS AÑOS SIN MANOLO BARRÓN

                                                  Fotografía: Conchita Díaz

                               DOS AÑOS SIN MANOLO BARRÓN

Quiero decirte, hermano Manolo, que hoy sonaron en San Jacinto esos mismos sonidos, que en armonioso compás, rompen el silencio pausado de la gélida mañana de Viernes Santo en nuestro Barrio, justo en el instante que la Cruz de Guía de nuestra Hermandad cruza de orilla a orilla las aguas que unen corazón y alma, Altozano y Giralda, Triana y Sevilla.

Roncos ecos de tambores y murmullos penetrantes de cornetas que en insólita metáfora se entremezclaban con las guirnaldas que anunciaban la cercanía del Adviento y tras su tiempo el nacimiento del Niño que cada Primavera se hace hombre para cargar con el peso de la Cruz de nuestras culpas. Vida y Muerte, compases distintos, amarrados a un mismo pentagrama de alegría y llanto.

La composición “AL CIELO EL REY DE TRIANA” me invitó a levantarme y a volver a casa, como volví aquella mañana de Viernes Santo cuando al otear hacia el Templo Dominico y alcanzar a ver los cuatro ciriales que anuncian al Señor de la Templaza, el dolor me derribó por tres veces hasta hacerme caer en la desesperanza. Cada año duele más levantar la vista desde las zapatillas que lo elevan hasta el azulado firmamento hasta alcanzar a la mirada serena del Rey de la Pureza.

He sentido esas mismas destemplanzas, la caricia del relente que inflexiona la llegada a Sevilla con la vuelta a nuestro Barrio. Por mi cuerpo aletearon los mismos escalofríos que en bendita jornada sentía cuando llegando a la Catedral en absoluta oscuridad, la abandonaba de mañana bajo un Cielo rasgado de vestiduras que buscaba entre cortinas de bruma a ese Sol que desde la colina del Aljarafe Cartujano bajaba para besar los aterciopelados pies descalzos del Viejo Arrabal trianero.

Vuelvo a asomarme al balcón de los anhelos y a la cornisa del Guadalquivir para embeberme de espumas y sentir sobre mi pecho el rumor penetrante de la melancolía. Cada día que pasa es más intenso el recuerdo y nuestra amistad, lejos de perder rigor, recobra mayor firmeza.

Dos años, querido Manolo, han pasado desde aquel día de noviembre que atendiste a la llamada de nuestro Señor de las Tres Caídas. Para ti se acabaron las promesas y los sueños. El relámpago tenebroso del Parasceve hizo estremecer a tus seres queridos y tu vida se quebró hasta que tu rodilla terminó por besar la canastilla entre lirios de la parihuela celeste de la eterna Madrugá.

Con orgullo, Manolo Barrón, cada año reabro las líneas de ese libro que comenzaste a escribir muy pronto y en el que cada día, con tus actos, sumabas un nuevo capítulo de amor y generosidad. Como mejor legado nos dejaste a tus hijos, tu fiel reflejo, la alargada sombra de tu bondad. La tristeza de quienes como tú hablan mirando a los ojos, sin iras ni resentimientos, aunque sin apartar de sus palabras la gran verdad que subyace en cada uno de sus pensamientos, contrasta con esa bendita Esperanza que llena de gozo sus corazones.

Gracias hermano, por mostrarnos esa otra hermosa Esperanza. La que no llora de Madrugá, la que no se mece al compás de la música, la que no nos roba a diario el corazón, la que no funde el bronce de su Rostro Moreno con el precioso metal de sus varales.

Nuestra Hermandad es grande y la devoción de nuestra Esperanza Universal, por reflejar en su estética y en su misterio, la vida y obra de quienes como tú derrochasteis cada gota de vuestra existencia para hacerla grande, sólida en sus cimientos y agradecida de su Historia.

Querido hermano, anclaste tu nave en otro Puerto y tus ojos se encontraron con la mirada de la misma Esperanza que en la Calle de la Pureza nos recuerda que un trianero de ley pasó por delante de nuestras vidas.




 
Te queremos siempre y tu memoria no morirá al estar muy viva en nuestros corazones.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

ESPERANZA

                                          Fotografía: Luis Manuel Jiménez

ESPERANZA


Viene la Virgen llorando
entre encajes de seda
El palio se está alejando,
aunque ELLA se queda.

Me ciega un destello,
un varal mi balcón está rozando.
No cabe, Dios mío, paisaje más bello
que el que su hermosura va derramando.

Camina la Esperanza por Pureza,
besando sus cabellos la Luna.
Triana a sus plantas le reza
como lo hace desde su cuna.

Por volver a verla el Barrio está gozando,
en el aire prenden jondos quejíos,
gitanos de la Cava le vienen cantando
coplas que se clavan en los sentíos.

Los ventanales permanecen iluminados,
las plazuelas con las puertas abiertas,
los patios vecinales engalanados
y sus habitaciones desiertas.

En vela la Giralda mira al Guadalquivir,
viejo compañero de sus nocturnas andanzas,
es su alma, su fiel amigo y su razón de vivir,
sinfonía de compases entre alabanzas.

Dulce sal son sus orillas,
su corazón es un Puente,
sus aguas son semillas
que germinan bajo una fuente.

 
                                          Fotografía: Luis Manuel Jiménez

Daría mi vida por liberarte de tu cárcel de madera
y por verte asomada a la ventana
para que sientas sobre ti cada candelero y su cera
y puedas mirar a los ojos a tu Virgen Gitana.

No llores, que me rompes el corazón.
Si no te asomas conmigo,
volver a verla no tiene razón,
es más bien un castigo.

Todo en esta vida tiene sentido
Mi cuerpo desgastado yace en calma.
No llora el cuerpo vencido
ni llora cautiva mi alma.

Llora el corazón agradecido
por tanta felicidad compartida,
por tanto amor sentido
y por estar tan cercana mi partida.

La Virgen nunca dejó de quererme,
no pienses que me abandonó a mi suerte.
La Esperanza ya vino a verme
para reposar su mano en mi frente.

Vino a levantarme en mis caídas
y a postrarse en mi cama.
Vino a abrir su pecho a mis heridas
y a posarse como pájaro herido en su rama.

No necesito respirar porque es Ella mi aliento.
No necesito caminar porque es Ella mi sendero.
No necesito comer porque es Ella mi alimento.
No necesito mirar porque es Ella mi lucero.

La próxima Madrugá te asomarás a esta misma reja,
sentirás un profundo vacío en tu pecho.
Pensarás que la Virgen de nuestras vidas se aleja,
sin saber que nos separa muy corto trecho.

Pasará la Virgen dejando su huella,
mirarás a sus ojos, faro brillante,
me verás pasar junto a Ella
y olvidarás tu desplante.

Cuando la Reina me llame a su vera
marcharé a vivir las historias más bellas
me pondré mi vestido de verde primavera
y caminaré descalza tras su palio de estrellas.

Mis pies desnudos bañados de Río
y mi corazón palpitante de amor marinero,
estremecidos por el amanecer escalofrío
buscan cobijo en Tu mar trianero.

Son nuestras vidas errantes prisioneras,
que siguen con embelezo el clamor
navegante entre olas pasajeras,
condenadas a vivir en la cárcel de Tu amor.

martes, 23 de noviembre de 2010

DUELE



                                                 DUELE

Duele recordar nuestros sueños de niños a pies del Atrio Macareno.

Duelen los redobles destemplados de la Centuria que se clavan en el alma.

Duelen los vacíos y las ausencias entre los tramos de verde terciopelo.

Duelen las miradas compungidas de quienes dejaron de soñar y empiezan a verla.

Duele la nube de incienso que a penas nos permite contemplar su hermosura.

Duelen las campanas que la despiden cada Madrugá.

Duelen los lamentos entre azucenas de la Giralda al revirar el palio por Placentines.

Duele el pulso de sus costaleros ante el portalón de las Hermanas de la Cruz.

Duelen las voces de los ángeles que le cantan asomadas al zaguán del Convento.

Duele cada palmo de tierra que nos separa de Ella cuando se aleja su rojo palio.

Duelen su sublime sonrisa y su profunda pena.

Duelen la belleza más excelsa y el caminar más armonioso.

Duelen las arrugadas manos de tergal que buscan consuelo en la mirada complaciente de la Reina de Sevilla.

Duelen los labios sedientos que buscan beber de la fuente de la gracia.

Duelen los cuerpos abatidos que enderezan al sentirla de cerca.

Duelen los versos y la prosa que anhelamos escribir para Ella.

Duelen los pentagramas y las notas de fina pedrería que nacen de sus entrañas.

Duelen las notas de seda que suspendidas en el aire van perdiéndose por los últimos callejones del Barrio.

Duelen las saetas que le rezan entre barandas y geranios.

Duelen las lágrimas de las abuelas asomadas por última vez a sus ventanas de Viernes Santo.

Duele la memoria de quienes se marcharon a vivirla de otra manera.

Duele la cera consumida sobre los adoquines.

Duele la candelería apagada desde el amanecer.

Duele el imperceptible vaivén de sus varales.

Duelen las cinturas fatigadas bajo las trabajaderas.

Duelen la voz rota del capataz y la mirada de su padre que lo observa desde Cielo.

Duele el cansancio de toda una noche en vela.

Duele el atronador silencio del alba.

Duelen la dormida Luna y la recién asomada mañana.

Duele el leve susurro que nos recuerda que todo se acaba.

Duelen la respiración contenida y el latir acelerado de los corazones sevillanos.

Duele pensar que fue mera ilusión y que al despertar perderemos su estela.

Duele pensar que tras pasar la Macarena nada nos queda.


¿Cómo puedo temerte muerte si me devuelves a Ella?

Tu oscura guadaña me tomará por sorpresa y mis ojos se cerrarán por completo.

Al despertar me sentiré liberado de las ataduras que aprietan mis manos.

Y ante mis ojos descubriré a mi primer y último amor.

En la pila bautismal pude oír mi Sentencia.

Mi destino estaba escrito entre líneas de pureza.

Mi final me llevaría al principio.

Mi corazón dejará de sufrir y mi alma encontrará rumbo cierto.

Mi muerte tiene nombre y apellidos, y que bien me suena, Esperanza y Macarena.