sábado, 11 de diciembre de 2010

UN NUEVO ÁNGEL EN EL PALIO DE LA ESPERANZA MACARENA



UN NUEVO ÁNGEL EN EL PALIO DE LA ESPERANZA MACARENA

Cuando el aterciopelado otoño a punto estaba de colarse entre las opacas chimeneas del estío, una improvisada primavera asomaba su frondoso jardín de nácar entre cortinas de seda. Nos encontrábamos en los albores de una nueva e improvisada Cuaresma. Sin solución de continuidad descubrimos la llegada de un Jueves Santo. Extraño e inexplicable milagro que nos hacía mirar con asombro a los almanaques. Al igual que las abuelas utilizan el tiempo presente cuando rescatan pretéritas historias del baúl de la memoria, las páginas de los calendarios se adelantaron hasta llegar al minuto cero de nuestro tiempo. Con la misma celeridad que las aves peregrinas remontan el vuelo en búsqueda de la estación perenne de sus vidas llegó una nueva Madrugá.

En una poblada Plaza de San Lorenzo resonaban los cercanos redobles destemplados de la Centuria Romana Macarena y las lanzas del amor atravesaban de costado a costado nuestra Ciudad en análoga morfología a nuestro añejo Guadalquivir. Como afluentes de escarcha se esparcía un rumor por cada callejuela, plaza o rincón de la Ciudad. El Señor de Sevilla, principio y fin, nos indicaba el camino hacia la Madre.

Entreabiertos los ojos de San Román esperaban una nueva Madrugá de bronce entre soleares y zambras gitanas. San Antonio Abad buscaba entre los naranjos ramilletes de azahar para su Virgen de la Concepción y Triana miraba a la Giralda esperando la inequívoca señal de sus campanas. La Bendita Rosa de la Magdalena presagiaba la inminente arriada de alpargatas y túnicas de ruán.

Todo parecía ser, pero no todo era. El presagio de una nueva Madrugá era cierto, pero esa inesperada Madrugá tenía dos nombres propios: Caridad y Esperanza. Las niñas de Alcázares pasaban la noche en vela rezando junto a Madre María de la Purísima y Santa Ángela de la Cruz y la Basílica de la Esperanza recibía a miles de devotos que quedaban postrados a los pies de la Reina de Sevilla.

Las hermanas de la Cruz recibían con humildad el reconocimiento unánime del pueblo de Sevilla. Para ellas el peso de la Cruz que cargan sobre sus hombros en el diario camino de la amargura de sus pobres es un sello de compromiso y la alianza firme con Dios a pies del Altar.

Pocas horas antes, una hija del Pueblo de Morón de la Frontera cerraba sus ojos para compartir la eterna Madrugá junto a la Esperanza. Las aguas bautismales la acercaron a Cristo poco tiempo después de su nacimiento y la hicieron llamar con el nombre más hermoso de este Mundo: Esperanza Macarena.

Con gran abnegación y siguiendo un admirable paralelismo con las Hermanas de la Cruz, esta joven cristiana cargó sobre sus hombros la dura carga de una enfermedad. Amparada en la ayuda espiritual de María Santísima Auxilio de los Cristianos luchó sin desfallecer mirando al horizonte con esperanza.

Precisamente en estos momentos que todos esperábamos a la Madre de Dios junto al Atrio del Terrenal Cielo Macareno, la Esperanza quiso evitar más sufrimiento en su hija. Su familia queda asumida en el dolor más profundo. Una pena que únicamente puede encontrar alivio en el mucho cariño de los seres queridos y en la certeza de que su querida Esperanza Macarena está muy cerca de la Reina de San Gil.


Justo en la antesala de la Gloria recibo la noticia del fallecimiento de una hermana cofrade del Pueblo de Morón de la Frontera. En esos momentos me encontraba mirando a los ojos de la Virgen de San Gil en el interior de la Basílica. Esa misma mirada que desde hace muy poco tiempo es tan cercana a nuestra hermana, hija del Pueblo de mis cercanos antepasados, me hizo entender que la grandeza de la Esperanza Macarena está en que a la mayor belleza realizada por siglos se le unen el incondicional fervor de todo un pueblo y sobre todo que en la misma están marcados cada uno de los recuerdos que perviven en la memoria de nuestros seres amados que se apearon en la penúltima estación del viaje que nos llevará a la Santa Morada junto a Dios y a la Santísima Virgen.

El gran secreto de la Esperanza Macarena yace bajo los mármoles de los cementerios, entre las paredes de los tanatorios y en las habitaciones de los hospitales. Sus manos protectoras nos liberan de la cárcel del olvido y nos acercan a la luz, cuando caminamos entre tinieblas. Los que sufren y los que se marcharon dan sentido a la más hermosa historia de amor jamás concebida. Afortunados somos de tenerla a Ella. No muere la persona sino por el olvido y Tú, Madre Celestial, eres memoria perpetua que nos llevas a ellos en cada instante de nuestras vidas.

Entendí que la Esperanza Macarena no luciese, para esta ocasión, bajo su rojo palio. Los bordadores no tuvieron tiempo de labrar sobre su techo la cara de su nuevo ángel y además, querida hermana, de este modo mejor podrás ver su Rostro en tu primera Madrugá desde ese Cielo que durante una noche deja de ser azul para convertirse en verde macareno.



Descansa en Paz, Esperanza Macarena, que Dios te premie por haber sido tu vida, ejemplo para el resto de los cristianos y ayude a los tuyos a superar el trago más amargo que les tocó beber. No te faltarán nuestras oraciones.



Con todo mi afecto a mis hermanas: Victoria, cofrade de Morón de la Frontera y Esperanza Macarena, cofrade en el Cielo de Morón de la Frontera.


martes, 30 de noviembre de 2010

NUESTRO PUERTO SEGURO DE ESPERANZA



               NUESTRO PUERTO SEGURO DE ESPERANZA

Te soñaron viejos alfareros de Triana y tus perfiles morenos fueron dibujados sobre lienzos de verde terciopelo. No fueron manos cristianas las que te dieron formas humanas, fueron los ángeles de la Cava quienes, desde la misma Gloria, te bajaron entre sus alas.

Entre olas de bonanza navegaste hasta un viejo Río, paseando entre barcas llegaste a nuestro Puerto y tus pies impregnados de sal reposaron en las dulces orillas del Altozano. Desde entonces late Triana como corazón de su hermana sevillana.

Bálsamo que alivia nuestras dolencias, Señora de belleza inalcanzable, Flor que marchita la pena, Lucero que alumbra nuestras vidas cuando caminamos entre tinieblas, Alfa en nuestra cuna, Omega en nuestra sepultura y perenne amor que llena nuestros días de la más deseada compañía.

Bendito sea el día que llamé al dintel de tu Capilla y que Tú, Capitana Divina, me abriste de par en par las puertas de tu trocito de mar sereno.

Me iré de este Mundo con la pena de no haber nacido en Triana, de no haberme bautizado en la Pila de Santa Ana y de no haber sido uno de tus elegidos hijos costaleros.

Déjame, Madre mía, al menos, que cuando muera pueda ir a dormir entre las blondas de tu regazo trianero. Ya sabes, Esperanza mía, lo mucho que te quiero.

Como pueden decir que no eres un milagro si hasta el Mudo de Santa Ana recobra la voz cada Viernes Santo por la mañana para decirte: guapa, guapa y guapa.

La calle de la Pureza es un espejo del Cielo en el que se refleja la Cara de la Madre de un Cristo Moreno. Tres veces cayó nuestro Maestro Divino sobre los adoquines de la vieja Cava, tres gritos de hermosa Esperanza, lo hicieron levantar y seguir en el sendero.

Somos marineros seducidos por Tu ternura, nuestras vidas anclaron atrapadas en tus redes soberanas. Cuando nuestras barcas deriven hacia el último Puerto y nuestras manos dejen de remar hacia un mar seguro, allí estarás Tú, Reina de nuestros corazones para despertarnos de nuestros sueños y hacernos alcanzar un lugar en la Gloria de Triana.

Dicen que no suben al Cielo cuando mueren, tus hijos trianeros, porque ya llegaron a Él cuando nacieron.

domingo, 28 de noviembre de 2010

DOS AÑOS SIN MANOLO BARRÓN

                                                  Fotografía: Conchita Díaz

                               DOS AÑOS SIN MANOLO BARRÓN

Quiero decirte, hermano Manolo, que hoy sonaron en San Jacinto esos mismos sonidos, que en armonioso compás, rompen el silencio pausado de la gélida mañana de Viernes Santo en nuestro Barrio, justo en el instante que la Cruz de Guía de nuestra Hermandad cruza de orilla a orilla las aguas que unen corazón y alma, Altozano y Giralda, Triana y Sevilla.

Roncos ecos de tambores y murmullos penetrantes de cornetas que en insólita metáfora se entremezclaban con las guirnaldas que anunciaban la cercanía del Adviento y tras su tiempo el nacimiento del Niño que cada Primavera se hace hombre para cargar con el peso de la Cruz de nuestras culpas. Vida y Muerte, compases distintos, amarrados a un mismo pentagrama de alegría y llanto.

La composición “AL CIELO EL REY DE TRIANA” me invitó a levantarme y a volver a casa, como volví aquella mañana de Viernes Santo cuando al otear hacia el Templo Dominico y alcanzar a ver los cuatro ciriales que anuncian al Señor de la Templaza, el dolor me derribó por tres veces hasta hacerme caer en la desesperanza. Cada año duele más levantar la vista desde las zapatillas que lo elevan hasta el azulado firmamento hasta alcanzar a la mirada serena del Rey de la Pureza.

He sentido esas mismas destemplanzas, la caricia del relente que inflexiona la llegada a Sevilla con la vuelta a nuestro Barrio. Por mi cuerpo aletearon los mismos escalofríos que en bendita jornada sentía cuando llegando a la Catedral en absoluta oscuridad, la abandonaba de mañana bajo un Cielo rasgado de vestiduras que buscaba entre cortinas de bruma a ese Sol que desde la colina del Aljarafe Cartujano bajaba para besar los aterciopelados pies descalzos del Viejo Arrabal trianero.

Vuelvo a asomarme al balcón de los anhelos y a la cornisa del Guadalquivir para embeberme de espumas y sentir sobre mi pecho el rumor penetrante de la melancolía. Cada día que pasa es más intenso el recuerdo y nuestra amistad, lejos de perder rigor, recobra mayor firmeza.

Dos años, querido Manolo, han pasado desde aquel día de noviembre que atendiste a la llamada de nuestro Señor de las Tres Caídas. Para ti se acabaron las promesas y los sueños. El relámpago tenebroso del Parasceve hizo estremecer a tus seres queridos y tu vida se quebró hasta que tu rodilla terminó por besar la canastilla entre lirios de la parihuela celeste de la eterna Madrugá.

Con orgullo, Manolo Barrón, cada año reabro las líneas de ese libro que comenzaste a escribir muy pronto y en el que cada día, con tus actos, sumabas un nuevo capítulo de amor y generosidad. Como mejor legado nos dejaste a tus hijos, tu fiel reflejo, la alargada sombra de tu bondad. La tristeza de quienes como tú hablan mirando a los ojos, sin iras ni resentimientos, aunque sin apartar de sus palabras la gran verdad que subyace en cada uno de sus pensamientos, contrasta con esa bendita Esperanza que llena de gozo sus corazones.

Gracias hermano, por mostrarnos esa otra hermosa Esperanza. La que no llora de Madrugá, la que no se mece al compás de la música, la que no nos roba a diario el corazón, la que no funde el bronce de su Rostro Moreno con el precioso metal de sus varales.

Nuestra Hermandad es grande y la devoción de nuestra Esperanza Universal, por reflejar en su estética y en su misterio, la vida y obra de quienes como tú derrochasteis cada gota de vuestra existencia para hacerla grande, sólida en sus cimientos y agradecida de su Historia.

Querido hermano, anclaste tu nave en otro Puerto y tus ojos se encontraron con la mirada de la misma Esperanza que en la Calle de la Pureza nos recuerda que un trianero de ley pasó por delante de nuestras vidas.




 
Te queremos siempre y tu memoria no morirá al estar muy viva en nuestros corazones.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

ESPERANZA

                                          Fotografía: Luis Manuel Jiménez

ESPERANZA


Viene la Virgen llorando
entre encajes de seda
El palio se está alejando,
aunque ELLA se queda.

Me ciega un destello,
un varal mi balcón está rozando.
No cabe, Dios mío, paisaje más bello
que el que su hermosura va derramando.

Camina la Esperanza por Pureza,
besando sus cabellos la Luna.
Triana a sus plantas le reza
como lo hace desde su cuna.

Por volver a verla el Barrio está gozando,
en el aire prenden jondos quejíos,
gitanos de la Cava le vienen cantando
coplas que se clavan en los sentíos.

Los ventanales permanecen iluminados,
las plazuelas con las puertas abiertas,
los patios vecinales engalanados
y sus habitaciones desiertas.

En vela la Giralda mira al Guadalquivir,
viejo compañero de sus nocturnas andanzas,
es su alma, su fiel amigo y su razón de vivir,
sinfonía de compases entre alabanzas.

Dulce sal son sus orillas,
su corazón es un Puente,
sus aguas son semillas
que germinan bajo una fuente.

 
                                          Fotografía: Luis Manuel Jiménez

Daría mi vida por liberarte de tu cárcel de madera
y por verte asomada a la ventana
para que sientas sobre ti cada candelero y su cera
y puedas mirar a los ojos a tu Virgen Gitana.

No llores, que me rompes el corazón.
Si no te asomas conmigo,
volver a verla no tiene razón,
es más bien un castigo.

Todo en esta vida tiene sentido
Mi cuerpo desgastado yace en calma.
No llora el cuerpo vencido
ni llora cautiva mi alma.

Llora el corazón agradecido
por tanta felicidad compartida,
por tanto amor sentido
y por estar tan cercana mi partida.

La Virgen nunca dejó de quererme,
no pienses que me abandonó a mi suerte.
La Esperanza ya vino a verme
para reposar su mano en mi frente.

Vino a levantarme en mis caídas
y a postrarse en mi cama.
Vino a abrir su pecho a mis heridas
y a posarse como pájaro herido en su rama.

No necesito respirar porque es Ella mi aliento.
No necesito caminar porque es Ella mi sendero.
No necesito comer porque es Ella mi alimento.
No necesito mirar porque es Ella mi lucero.

La próxima Madrugá te asomarás a esta misma reja,
sentirás un profundo vacío en tu pecho.
Pensarás que la Virgen de nuestras vidas se aleja,
sin saber que nos separa muy corto trecho.

Pasará la Virgen dejando su huella,
mirarás a sus ojos, faro brillante,
me verás pasar junto a Ella
y olvidarás tu desplante.

Cuando la Reina me llame a su vera
marcharé a vivir las historias más bellas
me pondré mi vestido de verde primavera
y caminaré descalza tras su palio de estrellas.

Mis pies desnudos bañados de Río
y mi corazón palpitante de amor marinero,
estremecidos por el amanecer escalofrío
buscan cobijo en Tu mar trianero.

Son nuestras vidas errantes prisioneras,
que siguen con embelezo el clamor
navegante entre olas pasajeras,
condenadas a vivir en la cárcel de Tu amor.

martes, 23 de noviembre de 2010

DUELE



                                                 DUELE

Duele recordar nuestros sueños de niños a pies del Atrio Macareno.

Duelen los redobles destemplados de la Centuria que se clavan en el alma.

Duelen los vacíos y las ausencias entre los tramos de verde terciopelo.

Duelen las miradas compungidas de quienes dejaron de soñar y empiezan a verla.

Duele la nube de incienso que a penas nos permite contemplar su hermosura.

Duelen las campanas que la despiden cada Madrugá.

Duelen los lamentos entre azucenas de la Giralda al revirar el palio por Placentines.

Duele el pulso de sus costaleros ante el portalón de las Hermanas de la Cruz.

Duelen las voces de los ángeles que le cantan asomadas al zaguán del Convento.

Duele cada palmo de tierra que nos separa de Ella cuando se aleja su rojo palio.

Duelen su sublime sonrisa y su profunda pena.

Duelen la belleza más excelsa y el caminar más armonioso.

Duelen las arrugadas manos de tergal que buscan consuelo en la mirada complaciente de la Reina de Sevilla.

Duelen los labios sedientos que buscan beber de la fuente de la gracia.

Duelen los cuerpos abatidos que enderezan al sentirla de cerca.

Duelen los versos y la prosa que anhelamos escribir para Ella.

Duelen los pentagramas y las notas de fina pedrería que nacen de sus entrañas.

Duelen las notas de seda que suspendidas en el aire van perdiéndose por los últimos callejones del Barrio.

Duelen las saetas que le rezan entre barandas y geranios.

Duelen las lágrimas de las abuelas asomadas por última vez a sus ventanas de Viernes Santo.

Duele la memoria de quienes se marcharon a vivirla de otra manera.

Duele la cera consumida sobre los adoquines.

Duele la candelería apagada desde el amanecer.

Duele el imperceptible vaivén de sus varales.

Duelen las cinturas fatigadas bajo las trabajaderas.

Duelen la voz rota del capataz y la mirada de su padre que lo observa desde Cielo.

Duele el cansancio de toda una noche en vela.

Duele el atronador silencio del alba.

Duelen la dormida Luna y la recién asomada mañana.

Duele el leve susurro que nos recuerda que todo se acaba.

Duelen la respiración contenida y el latir acelerado de los corazones sevillanos.

Duele pensar que fue mera ilusión y que al despertar perderemos su estela.

Duele pensar que tras pasar la Macarena nada nos queda.


¿Cómo puedo temerte muerte si me devuelves a Ella?

Tu oscura guadaña me tomará por sorpresa y mis ojos se cerrarán por completo.

Al despertar me sentiré liberado de las ataduras que aprietan mis manos.

Y ante mis ojos descubriré a mi primer y último amor.

En la pila bautismal pude oír mi Sentencia.

Mi destino estaba escrito entre líneas de pureza.

Mi final me llevaría al principio.

Mi corazón dejará de sufrir y mi alma encontrará rumbo cierto.

Mi muerte tiene nombre y apellidos, y que bien me suena, Esperanza y Macarena.



viernes, 22 de octubre de 2010

DÉJAME HABLAR POR TI




DÉJAME HABLAR POR TI

Déjame hablar por ti.

Déjame ser la voz que rompa tu silencio.

Déjame ser aliento en tu ahogo.

Déjame ser luz en la oscuridad que te cegará.

Déjame gritar por ti “quiero vivir”.

Déjame soñar con tu sonrisa.

Déjame llamarte querido niño.

Déjame ocupar los vacíos de tu ausencia.

Déjame ser sombra prolongada de tu efímera existencia.

Déjame suplicar contra la injusticia que te condenará a muerte.

Déjame soñarte como blanco nazareno en Domingo de Ramos.

Déjame anhelarte en los primeros tramos de túnicas verdes de la Esperanza.

Déjame pedirle al Señor por tu joven alma cercana a abandonarte.

Déjame clamar tu inocencia ante quienes te privaron del derecho a nacer.

Déjame hacerles la pregunta que a ti te negaron hacer.

Déjame que busque en el Cielo tu sonrisa robada.

Déjame que con mis manos acaricie tu rostro aniñado.

Déjame que pose mis labios sobre tu carita para darte un primer y último beso.

Déjame llorar por ti querido ángel porque siento que te marchas.

Déjame que por momentos sienta sobre mi pecho la espina que te atravesó el corazón.

Déjame que grite a viva voz tu nombre.

Déjame que cubra tu débil cuerpo con un pañuelo de seda.

Déjame que mire por última vez a tus ojos rasgados.

Déjame que encienda una vela por tu vida.

Déjame que busque un lugar donde enterrar tu cuerpo.

Déjame que deposite rosas sobre tu nicho.

Déjame decirles a tus padres que como hijo los has perdonado.

Déjame pedirles que piensen en lo mucho que perdieron.

Déjame mostrarles el camino de la felicidad.

Déjame contarles que ésta es alcanzable al tomar entre los brazos al niño que engendraron.



No soy quien para juzgar a nadie y menos para condenar. Creo en la justicia de Dios y en el mayor regalo que podemos recibir en esta vida: un hijo. Tengo dos hijas maravillosas que me colman de esa felicidad que tanto deseo a mis semejantes. No puedo ocultar mi dolor por cada vida abortada y por cada una de las mujeres que vuelven la vista al pasado con desesperación. Estos días en nuestra Ciudad se celebrarán unas jornadas tristes para nuestra memoria. Sevilla, Templo de la vida y la convivencia, pasará a ser la Capital del dolor. Seremos convidados de piedra en unas jornadas que nos hablarán de prácticas abortivas. ¿Dónde está mi Sevilla? Mi Ciudad habla de la vida, del amor, de la gloria, de María, de nuestro Señor..........

Quiero seguir mirando a los ojos del Gran Poder como vengo haciéndolo durante décadas cada Viernes y quiero seguir su estela cada Madrugá de Viernes Santo. Mi silencio en estos momentos no me haría digno de ser merecedor de tal privilegio. Mi madre de pequeño me enseñó a pedirle a la Virgen por los que se marcharon, por los que llegarán y por los que están. Hoy, más que nunca, rezaré a mi otra Madre por los que siendo vida no tuvieron el derecho a nacer.

Mi verdadera cofradía pone la Cruz de Guía esta misma semana en las calles de Sevilla. Empiezo a notar en sus primeros tramos la ausencia de muchos niños, cuyos sueños se desvanecieron en los vientres maternos. Sin la memoria y la oración por estos jóvenes mártires mi otra cofradía carece de sentido.

Mi querido niño déjame hablar por ti y déjame llevar la esperanza a esos otros niños por nacer.

lunes, 4 de octubre de 2010

A LA MEMORIA DE D. RAFAEL ARIZA SÁNCHEZ




A LA MEMORIA DE D. RAFAEL ARIZA SÁNCHEZ

Sevilla permanecía asumida en el profundo sueño de una fugaz e inesperada Semana Santa que rebrotaba entre aromas de incienso y azahar en puertas del otoño. La Virgen Niña de San Gil hacía dibujar sonrisas en los rostros apenados de los enfermos, que liberados por momentos de la cárcel de sus dolencias, se asomaban al balcón de la Esperanza para encontrar alivio en la mirada de la Reina de Sevilla. La Virgen de Regla retomaba el camino hacia su Templo tras ser coronada, entre miles de fieles que quedaban prendados ante su belleza primaveral revestida de brisa marinera. Hermosísimas pinceladas que como aterciopelados lienzos quedarán enmarcadas en nuestra memoria.

Una calma tensa nos hacía retornar a la normalidad y al curso de los acontecimientos. Repentinamente despertamos con destemplanza y dolor para recibir una tristísima noticia. El silencio y un amargo rumor se apoderaban de nuestras calles. Por momentos las sombras eclipsaron la luz de la tarde. Se marchaba un capataz con mayúsculas, un hombre de hermandad que dignificó el mundo del martillo y del costal. Su inesperada ausencia nos hace perder el paso y sentir un gran vacío en nuestro interior. Las personas pasamos de largo por esta vida y realmente son nuestros Amantísimos Titulares quienes permanecen inalterables al devenir de los siglos. No obstante no podemos obviar que algunas personas con su compromiso, abnegación y generosidad dejan una huella imborrable en nuestra memoria. La familia Ariza forma parte esencial de la Historia de nuestra Semana Santa. Sería impensable hablar de Ella sin nombrar a D. Rafael, a su hermano D. José y a quienes les mostraron el camino. El árbol genealógico del apellido Ariza se extiende a lo largo de distintas generaciones que han sabido transmitir que el sello de lo auténtico sigue siendo seña de identidad de cada relevo generacional.

D. Rafael Ariza es un exponente de la mesura y del saber estar. Se caracterizó por ser un hombre humilde y con especial habilidad para transportarse al corazón del costalero por el camino más corto. Fue el mejor maestro de los jóvenes costaleros y mantuvo en los más veteranos la ilusión de la primera levantá. Lejano a todo protagonismo, exquisito en las formas y plasmando en cada orden las palabras justas, rehuyendo de todo alarde, supo transmitir el noble arte de mandar un paso y de hacerlo andar como nuestro Santísimo Cristo y su Bendita Madre merecen. Forjado por miles de vivencias con sus hermanos del martillo y sus niños del costal, D. Rafael hizo perdurar la gran verdad que subyace en las entrañas de este maravilloso cometido. Su labor fue trascendental en un hito histórico: la aparición de las cuadrillas de hermanos costaleros. Consiguió que el cambio resultase menos traumático de lo que era de presagiar en un principio.

D. Rafael arrió la parihuela de esta senda del camino para cruzar el Puente que lo llevará hacia la otra orilla. Su recuerdo queda muy vivo en nuestros corazones. Se marcha para seguir la alargada zancada del Señor de Sevilla. Esa misma zancada que durante años, y tras su voz rotunda, hizo estremecer a la Madrugá sevillana. Las callejuelas de la Eterna Cofradía lo esperaban como cada Viernes Santo Castilla, Callao y San Jorge esperan a los Titulares de la Hermandad de la O caminando con elegancia a la voz de los Ariza. D. Rafael se une a la tertulia de capataces y costaleros en la memoria, santo y seña para las nuevas generaciones que siguen la vereda que ellos les marcaron.


Su familia queda asumida en la desolación y en la tristeza. Les tocó superar la más inaccesible ojiva al paso de sus vidas. Como ocurrió este último Martes Santo en el instante que la Virgen de los Desamparados superaba la imposible estrechez de San Esteban para pisar los adoquines de Sevilla, sus hijos y sobrino, tirarán del corazón y de las sabias enseñanzas de sus mayores para continuar su legado. Recordarán los consejos del maestro y en especial ese primer momento de soledad frente al martillo de Nuestro Padre Jesús Nazareno y María Santísima de la O.

El próximo Domingo de Ramos sentiremos un fuerte pellizco en San Julián. El Cristo de la Buena Muerte abrirá sus brazos a Sevilla y su Bendita Madre Hiniesta brotará en sublime aparición en el jardín de la floreciente primavera. Notaremos la ausencia de D. Rafael y esas templadas manos acariciando los martillos de la primera Gloria.

La Puerta ojival de San Esteban estrechará todavía más su arco, accesible únicamente al imposible milagro de la sabia voz del Maestro y al esfuerzo de los corazones fundidos entre trabajaderas de amor.

En el ocaso del Viernes Santo y cuando todo parecerá consumado, Triana volverá a abrir sus brazos entre barandas de bronce para recibir a uno y otro lado de su enorme corazón al Cristo de la Eterna Agonía que mira a ese mismo Cielo en el que habitan los buenos capataces de la bien ganada Gloria Sevillana. Al tiempo Nuestro Padre Jesús Nazareno sentirá sobre sus hombros la carga del peso de la ausencia de la voz que anunciaba cada paso en su camino. Buscaremos con nostalgia a D. Rafael delante de la parihuela de la hermosa Esperanza de la Calle Castilla. Finalmente descubriremos su serio semblante entre varales de plata y en los ojos luminosos de su Virgen de la O.

El Templo de San Lorenzo cerrará sus puertas a la llegada de la Soledad de una Madre, bendito broche de oro que cierra nuestra Semana Santa. Lloverán saetas en la Plaza de entre las Plazas y desde el Cielo una voz inquebrantable hará levantar por última vez el paso de la hermosa pálida Rosa de San Lorenzo.

Nos queda el consuelo de saber que no existe una última chicotá y que el camino de D. Rafael sigue su curso que lo llevará junto al Padre Celestial. En ese Cielo de jazmines, claveles y azahar cada Viernes Santo volverá a cruzar junto a su padre y a su abuelo, Ariza el Viejo, un Puente de Barcas a continuación de un viejo Castillo, para reconquistar la Gloria Sevillana junto a su Virgen de la O.

La agridulce metáfora de nuestra Semana Santa vuelve a pregonarnos versos rociados de rosas y espinas. Tras las triunfales procesiones de la Esperanza Macarena y la Virgen de Regla por las calles de Sevilla, muy vivos lo ecos de la Coronación de la Virgen de la O y en vísperas de la procesión de Madre de Dios del Rosario, patrona de capataces y costaleros, uno de los más grandes cofrades de Triana se marcha al Cielo.


Descanse en paz D. Rafael Ariza, cofrade ejemplar de Triana, maestro de capataces y costaleros e inigualable sevillano.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

NO EXISTEN VERSOS ......................



NO EXISTEN VERSOS -A Reyes-

Como réplica de amor a lo mucho que he recibido de la Esperanza Macarena a lo largo de mis días, y en cambio, ser tan poco lo que he podido ofrecerle, he querido corresponderla regalándole un ramillete de versos.

Unos versos que he tratado de descubrir para Ella y que vanamente he querido plasmar en el papel en esta noche de insomnio.

Busqué esos versos entre las cortinas de seda del anochecer cartujano, busqué en el desvelo de la sosegada madrugada sevillana y busqué en el gentil trinar en el amanecer de San Lorenzo.

Traté de encontrarlos en el radiante Sol que se cobija en el cercano horizonte del Aljarafe. Traté de encontrarlos en la Luna esbelta que asoma presuntuosa en la oscuridad de la noche.

Pregunté a la Torre Dorada que baña sus pies descalzos en la orilla del Guadalquivir, pregunté a sus profundas aguas embebidas de secretos inconfesables y pregunté a las temblorosas barandas de sus puentes. Por allí no habían pasado.

Ahondé en las estrechas calles del Barrio de Santa Cruz, en la cristalina caricia de enamorados de sus fuentes y en el remanso de paz de sus plazuelas.

Esos versos no estaban resguardados en el Parque de María Luisa bajo las copas de la frondosa arboleda, ni entre los remos de las antiguas barcas de la Plaza España, ni caminaban errantes por los jardines del Cristina.

No fueron escritos por Gustavo Adolfo Bécquer ni por los hermanos Machado.

¿No eres tú Torre Centinela, a la que llaman Giralda, la más sabia? ¿Sí conoces esos versos por qué no respondes a mi llamada?

Guardaré silencio al escuchar tus campanas y seguiré buscando entre las azucenas que cuelgan de tus viejas paredes de piedra.

Todos sabían que esos versos estaban escritos, pero nadie atinaba a decirme donde encontrarlos.



Fugaces son los encuentros y perennes son los recuerdos. El Barrio de la Macarena es un jardín y la Virgen Macarena la Flor que lo embellece. Frágil es el verso y estéril la prosa que traten de alcanzar a su hermosura.

Ante Tu cara divina se agotan los adjetivos y pierden sentido los atriles. No necesitas pregoneros, trovadores, ni poetas. Eres Tú Señora de nuestra existencia perpetuo pregón que acaricia nuestros oídos.

Benditos sean los ángeles que te tomaron de la mano y te bajaron a Sevilla, bendito sea el pincel que dibujó tu sonrisa y bendito sea el lienzo que cobija tu pena.

Bendito sea el Atrio que nos lleva a tus plantas, bendito el Arco que te acerca a Sevilla cada Madrugá, bendita la Muralla que te protege con celo, bendita la Espadaña que corona tu Templo y benditas las campanas que la acompañan.

La mayor belleza conocida por los siglos se hizo mujer en San Gil. A su llegada se derramaron los tarros de las esencias, los moldes se rompieron en mil pedazos y la más excelsa hermosura tomó un nuevo patrón para su medida.

Quiso Sevilla que se acortara la espera. Muy pronto las empedradas calles de nuestra Ciudad sentirán la sutil caricia de la que siempre fue y por siglos seguirá siendo su Reina.

Sevilla espera a la Reina de los Cielos y a su niña "Princesa de los Pobres", para seguir soñando con verdes madrugadas y para hacer justicia a la vida y obra de la más fiel sucesora de Madre Angelita. Las mayores glorias de Sevilla unirán sus manos como cada mañana de Viernes Santo un coro de novicias une sus cantos para despedir a su Madre de los Cielos.

Los devotos de la más mariana Ciudad saben dar el lugar que merecen tanto a la Hija como a la Madre. Caridad y Esperanza son distintos compases que unidos en un mismo pentagrama conforman la más dulce melodía.

Dicen que el Sol más radiante adormece en el horizonte del Aljarafe y que una esbelta Luna asoma entre parejas de estrellas y dicen que en ese mismo Cielo se produce el más hermoso eclipse cuando de los labios de una niña morena asomada a su balcón de celeste-primavera brota un beso para su Virgen Macarena.

En tu mirada, Madre Mía, encontramos los rostros de nuestros hermanos afortunados de haber alcanzado la Gloria junto a Ti. Todos pasamos de largo por esta vida y Tú permaneces. Espero que me perdones, pero empiezo a sentir como puñal sobre mi pecho cada palmo de tierra que me alejará de Ti cuando vea en la distancia alejarse Tu verde manto.

De niño no alcanzaba a comprender la más hermosa paradoja nacida en los entresijos de la vieja Híspalis. En la madurez de la vida, al fin, logré entender las lágrimas de los sevillanos que lloran sin consuelo cuando miran a los ojos de la Macarena en la Santa Madrugá y la sonrisa complaciente de los buenos macarenos que se despiden de esta vida. A veces es tan grande la alegría que nos embarga, que produce en nuestras entrañas profundas heridas de felicidad. El viejo macareno no muere, simplemente inicia un dulce sueño. Despertará en la oscura Madrugá a una nueva alba. En las puertas de un celeste Atrio aparcará todo dolor para iniciar un nuevo camino sin amarguras junto a la Esperanza.



Al llegar a calle Parras y en un viejo azulejo empiezo a adivinar los primeros versos. En un balcón cerrado y en unos geranios marchitos descubro la sonrisa quebrada de una niña grande del Barrio. Cada uno de sus últimos años ansió la venida de la mañana señalada para mirar a los ojos de la Esperanza. Apostada a los barrotes de su cárcel enrejada volvía a ser la blanca niña que soñaba vestir de verde para acompañar a su padre y a sus hermanos hasta la Basílica.

Versos en una saeta cabalgante en el letargo de los lustros, versos en los fríos mármoles de los cementerios donde reposan en paz quienes cargaron con el peso del amor a la Virgen y versos en sus almas que alcanzaron su otro Barrio junto a una misma Esperanza.

Versos en las habitaciones de los hospitales donde el dolor encuentra alivio en el fervor inquebrantable a la Azucena lacrimosa de San Gil y versos en los tanatorios donde la tristeza se clava en corazones apenados que despiden a sus seres queridos. Existen las espinas para dar sentido a las rosas que brotan de un mismo tallo. La muerte de un familiar es una profunda espina que nos acompañará toda la vida y la Esperanza Macarena es la rosa que desterrará de nuestro pensamiento el mal presagio de la muerte y nos hará ver más allá de las estrellas.

Poesía confundida entre lágrimas que resbalan entre los encajes de los pañuelos de nuestras abuelas que miran a la Esperanza por última vez. Empiezan a sentir el leve murmullo de una última Estación de Penitencia que las llevará a alcanzar la Gloria prometida.

Versos en el recuerdo de los niños que soñaron ser Armaos de la Macarena o en vestir la túnica de su Hermandad y que fueron muy pronto llamados por el Señor de la Sentencia. Versos en el desconsuelo de unos padres y hermanos que buscan su inocente sonrisa entre verdes y morados antifaces. Versos en esos otros niños que cesan en su llanto y que por minutos olvidan su enfermedad al recibir la visita de los Armaos de la Macarena. Versos en los ojos enrojecidos de los Legionarios del Señor cuando abandonan el Hospital Infantil.

¿Sales a destiempo? ¿No es este Tú camino? Eres tú, Señora de nuestras vidas, quien nos indica el sendero y quien hace derramar sobre nuestro tiempo cada grano de arena que colma nuestras horas. Cada vez que te vemos pasear por Sevilla, una hoja más pasamos del almanaque de nuestras vidas. No necesitas, Madre se Sevilla, varales de plata ni el rojo palio que te separa cada Madrugá de ese Cielo que torna color Esperanza. Serán las estrellas tus varales y las lágrimas de los que se marcharon puntales de hilo fino que cubrirán tu palio de amor duradero.

He vuelto a asomarme al balcón de mis anhelos y una florecilla de blanquecino azahar me ha murmurado al oído que es tiempo de vísperas y que pronto nuestro amor de primavera brotará a los pies de la Esperanza.

Amanecerá un nuevo Jueves Santo en la Ciudad de los sueños. El Señor de Sevilla nos indicará el camino hacia la Santísima Virgen, las más brillantes sinfonías acompasarán el más elegante caminar y el Barrio de la Macarena volverá a ser el museo sobre el que los pinceles celestiales plasmarán su obra cumbre.

Al fin he descubierto los versos que tanto ansié encontrar. Esos versos estaban escritos por el mismo Dios que da sentido a nuestra existencia. Los renglones torcidos de nuestros actos se enderezan cuando miramos a unos ojos y descubrimos que tras la más amarga pena brota la más dulce sonrisa.

Nunca más ciertas serán mis palabras que al decir voz en grito y a Cielo abierto “Poesía eres Tú, mi Esperanza Macarena”.

sábado, 1 de mayo de 2010

CARICIAS DE RUÁN EN LA MADRUGÁ: EL SUEÑO


CARICIAS DE RUÁN EN LA MADRUGÁ: EL SUEÑO
Era apenas un niño que jugaba a ser costalero bajo pequeñas parihuelas de madera y que contaba cada día, cada hora y cada minuto que lo llevaría a un nuevo Domingo de Ramos. Una de tantas noches de insomnio la ilusión me transportaba, como casi siempre, a nuestra Semana Santa. Asumido en la socavada zanja de un indescifrable sueño pude oír el leve susurro de unos vencejos que llamaban mi atención y al tiempo me invitaban a seguir su reguero.
Traté de alcanzarlos, pero mis lentos pasos me impedían precisar su vuelo. Mi mirada se extraviaba entre estrechas calles y el oscuro traje de la noche. El encanto parecía desvanecerse por momentos, hasta que de repente pude oír el tenue murmullo de la opaca Plaza que poco a poco se acallaba por completo. Una hermosa Luna llena colmaba el Cielo de Sevilla del deseado Parasceve.
En un primer instante no pude distinguir el Rostro del Señor, aunque me bastó presenciar su alargada sombra sobre las piedras del Templo para descubrir que era Él. Aquellos vencejos interpelaban mi atención para enderezar mi torpeza y hacerme descubrir entre las tinieblas de la Madrugada las líneas rectas de Dios. Todo era oscuridad: la noche y su misterio, las túnicas de sus hijos, los hábitos de las fervientes niñas grandes de San Lorenzo, el plumaje de los pájaros adormecidos en las copas de los árboles, la densa cortina de incienso y el tupido velo que cubría la Plaza y que me cegaba por completo.
Todo era oscuridad, hasta que la densa nubla se desvaneció y de entre sus blanquecinas cenizas pude adivinar el Semblante del Divino Portento, carne de Dios y alma de la Ciudad.
Mis rodillas se clavaron en tierra y mis manos temblorosas no atinaban a cruzarse para invitar a mis labios a la plegaria. A medida que se acercaba el Señor el pulso se aceleraba y el sudor que cubría mi frente todavía más se enfriaba. Holgaban las palabras en indescriptible afloración de sentimientos y en ese mudo diálogo de las miradas que emerge desde las mismas entrañas de los seres que aman al Señor sobre todas las cosas.
Mi vida quedó empapada de Dios, como de lágrimas quedaron inundados mis ojos. Desperté y comprobé que esas lágrimas, lejos de secarse, cada vez eran más abundantes. Completamente confundido, no atinaba a discernir entre la realidad y el sueño. Como incuestionable certeza quedaba un reconfortante e inolvidable encuentro con el Gran Poder. Era el primer grano de sal a acumular a las aguas de un mar de sueños, por entonces lejanos para un niño que no paraba de evocar a su Dios.
Una extraña sensación me embargaba. Por un lado, sentía muy cercana la presencia del Señor y por otro esperaba la llegada de cada amanecida de Viernes Santo para reencontrarme con Él. Cada Cuaresma nace en mí el niño que se asomaba al balcón de su casa a medianoche para buscar en el rostro dormido de la Ciudad la mirada profunda del Gran Poder de Dios. Al otro lado del Río y a los pies de la Giralda yacían ilusiones embebidas en el letargo de los días que pasaban como hojas de libros de poesías esperando el momento del desenlace de una hermosa historia de amor, cuyas letras se repiten cada primavera y no por ello dejan de sorprendernos.
El encuentro Sevilla – Gran Poder por muchos años y siglos que transcurran, a pesar de esperado, jamás será sentido como rutinario. Cada paso alargado del Señor sobre los adoquines del Gólgota de la Vieja Híspalis es un nuevo milagro que añadir a su eterna presencia en nuestros corazones. El Gran Poder no es el Dios del paso y la distancia. El Señor es el Dios que permanece y que nunca olvida a sus hijos.

CARICIAS DE RUÁN EN LA MADRUGÁ: EL PRELUDIO

CARICIAS DE RUÁN EN LA MADRUGÁ: EL PRELUDIO
Los años pasaban y el amor al Gran Poder se acrecentaba en mi interior. Cualquier excusa era perfecta para que mis pasos caminando entre estrecheces me llevasen a la Plaza de los eternos vencejos y a cruzar el Atrio de la Basílica para con ello sellar mi incondicional fe con un beso en el Sagrado Talón del Divino Cisquero. Las penas y las tristezas se apeaban en la penúltima estación que me llevaría a iniciar el trayecto final de mi viaje. Ante el Señor sentía debilidad y al tiempo la fortaleza del espíritu que me hacia levantar con firmeza.
En esta vida las cosas suceden cuando y como quiera el Gran Poder que ocurran. Esta primavera atendí a la llamada del Señor. Había llegado la hora de sentir el negro ruán como una segunda piel y cargar el peso del cirio sobre el cuadril del esparto. Desde ese instante mis noches fueron continuos desvelos. Trataba de hacerme una idea cercana de una Madrugá junto a otros fieles devotos del Gran Poder. A medida que se acercaban los días la ilusión aumentaba y poco a poco me devolvía al niño que por primera vez vestía túnica nazarena en calurosa tarde de un Viernes Santo. Muchos hermanos trianeros me preguntaban por este cambio repentino en mi devenir cofrade. Mi respuesta siempre la misma “no he sido yo, ha sido el Señor quien me ha llamado, yo como siempre lo seguiré sin cortapisas”.
Pasaba cada jornada de nuestra Semana Santa y la emoción más me embargaba. La radiante luz del Jueves Santo poco a poco se consumía para postrarse por completo. El Señor descendido de la Cruz atravesaba el Arco del Postigo del Aceite venciendo a la mismísima fuerza gravitatoria en busca de refugio y paz en el Templo de la Magdalena, el Barrio de Los Remedios recibía a la Virgen de la Victoria y a su inigualable belleza, premonitoria de la noche de los anhelos alcanzables, que a punto estaba de renacer en los entresijos de la Ciudad.
El portentoso Misterio de la Exaltación obraba el milagro en las calles de una Sevilla compungida ante el manantial de Lágrimas de la Señora que miraba con nostalgia hacia las heridas paredes de Santa Catalina. Una silenciosa Puerta Osario despedía a su Cristo Dormido entre faroles al calor de su Madre y Reina de los Ángeles del Cielo. La calle Feria oraba junto al Señor de Monte-Sión entre un Rosario de plegarias y emociones contenidas.
El Señor de Pasión, dulce y sereno, retomaba sus pasos hacia el Divino Salvador dejando en el olvido viejos sinsabores. La Virgen del Valle derramaba un manantial de gotas de cristal sobre el tapiz de Sevilla. El preludio de la Noche señalada colmaba nuestras calles de un especial encanto. No existen vísperas más hermosas en el Mundo. Inútil tarea descubrir belleza con mínimo parangón con esa tarde-noche que trata de reposar su vuelo en la copa de un árbol de sueños que no queremos despertar, para con ello sentir como el ave arropado entre sus hojas toma vuelo para perderse en un lejano horizonte de esperas.

Junto a mis inseparables amigos David y Rafael, y fieles a nuestra promesa a los pies del Señor, acudimos al lugar destinado como punto de partida de nuestra gran noche. Tres túnicas de ruán simbolizaban nuestra amistad y el común fervor hacia el que Todo lo Puede. Primeras emociones al tener muy presente a nuestro querido amigo Luis-Javier, que como siempre se nos adelantó para acompañar al Gran Poder en la Estación Definitiva de su vida. Unas letras sobre el papel nos llevaban a recordar que dos años atrás acudió a esta misma cita junto a su amigo Rafael, al que no pudo esperar por imponderables de última hora. Le deseaba buena Estación de Penitencia. Nuestra mirada hacia el Cielo nos hacia descubrir esa sonrisa que nos regaló cada día y que ahora permanece inalterable en esa otra Plaza que nos aguarda junto al Señor y a quienes vivieron este mismo sueño. Tres túnicas y cuatro corazones sevillanos que empezaban a latir a ritmo acelerado. El sueño se desvanecía por momentos dando paso a la realidad.
Notas asedadas de pentagrama se colaban entre los ventanales de nuestro privilegiado balcón que apunta hacia la Plaza coronada por el Santo Rey Fernando. Sonaba la marcha La Madrugá tras el palio de la Señora de la Anunciación. Con pies descalzos y vistiendo hábito nazareno me asomé al privilegiado minarete de nuestra amistad y pude contemplar la lejana belleza de la Virgen del Valle. Era todo tan fascinante que por momentos dudaba fuese cierto. De repente los pentagramas empezaron a derramar las primeras notas de la excelsa composición poético-musical que nos eleva a la cúspide inalcanzable de la más sublime delicia sonora, transportándonos a la marquesina de la Sevilla que renace en los albores de la Santa Madrugá.
El palio de sutil Dolorosa se perdía por completo y el tiempo apremiaba. Por momentos recordé a un viejo hermano de la Hermandad del Valle que se arrodillaba para besar el Libro de Reglas en la Función Principal de la Virgen en el mediodía del Viernes de Dolores. Conmovía ver como renunciaba a la ayuda de su hijo para reclinar su envejecido cuerpo sustentado únicamente por el báculo de la devoción a la Señora que presidía excelentísimo Altar de cultos.
Terminamos de vestirnos y bajamos al portalón para cubrir nuestros rostros e iniciar el trayecto hacia la Basílica por el camino más corto en fila de a uno siguiendo escrupuloso orden de antigüedad en la nómina de hermanos de la Hermandad del Gran Poder. Cubrimos la distancia en sepulcral silencio y con la vista al frente. Nuestros sentidos estaban concentrados en el Gran Poder.
En un lugar muy cercano a nuestra Alfa se presagiaba la inminente salida de la Primitiva Hermandad de los Nazarenos de Sevilla acompañando al Señor del Silencio, centenario cargador de la Cruz de nuestras culpas y a su estela la Reina de los azahares Concepcionistas. Cada paso era una vuelta al pasado y a esas vivencias que quedaron a buen recaudo en nuestras memorias. Por cada calle del Centro Histórico nuevos hermanos se incorporaban a la magna procesión que nos conduciría al Punto Cero de la Madrugá. Una creciente arriada de afluentes de ruán convergía a espaldas del Templo de San Lorenzo.


Llegamos a una Pescadores semidesierta que contrastaba con la imagen de una cercana Plaza abarrotada de fieles desde horas antes. Por fin alcanzamos la Basílica encontrándonos con los primeros hermanos en el Señor. Detuvimos nuestros pasos justo delante de Dios, la emoción contenida daba paso a las primeras lágrimas, al apretar de dientes entre labios para disimular el llanto y a la búsqueda de alivio en la mirada frágil, y al tiempo firme de la Bendita Azucena de San Lorenzo, gran tesoro de nuestra Hermandad y a veces tan desconocida por el vulgo cofrade.
En la Basílica me derrumbé ante el Gran Poder como otras tantas veces. Volví a sentirme insignificante ante tan extraordinaria Divinidad. Abrí los ojos para buscar entre mis hermanos ataviados de negro ruán y esparto los rostros amigos y al tiempo los cerré con fuerzas para buscar a esos otros hermanos que ya no están, a mis hermanos que se marcharon y cuyos rostros descubrí en dos miradas. Los encontré en la penetrante mirada del Gran Poder de Dios y en los ojos inundados de lágrimas de nuestra Bendita Virgen. Miré a los ojos de mis hermanas, que al igual que yo, sentían que el sueño pereció y que el alma del anhelo emergió de entre los vestigios de la ilusión para hacerse candente realidad.

CARICIAS DE RUÁN EN LA MADRUGÁ: LA LUZ

CARICIAS DE RUÁN EN LA MADRUGÁ: LA LUZ
Un fuerte abrazo nos separaba de nuestro hermano penitente que quedaba en la Basílica, David y un presente marchamos a la Parroquia junto a nuestros hermanos de los tramos de la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso. Momentos de recogimiento y oración. El Templo se apagaba por completo y los cirios poco a poco comenzaban a prender, dejando entrever tras una tenue cortina de humo el encanto aterciopelado de la Virgen del Dulce Nombre, la ternura envejecida de la Soledad de San Lorenzo y el semblante resignado y sumiso de Jesús ante Anás.
Un leve murmullo hacía presagiar que las puertas de la Basílica se abrían de par en par dando paso a la Santa Cruz bañada de atributos pasionales y a los primeros tramos de hermanos. El sonido rotundo de las campanas anunciaba la deseada llegada del Gran Poder a las calles de Sevilla. Difícilmente podíamos alcanzar a ver la hermosa sucesión de acontecimientos que iban desgranando en torno al Señor, centenares de destellos de luces, lluvia de saetas, oraciones, lágrimas y promesas.
Un golpe seco de llamador y El Gran Poder avanzaba, revirando hasta prácticamente acariciar el portalón del Templo de San Lorenzo. En ese momento me quedé paralizado, sin reacción posible ante deslumbrante aparición. No sabía si rezar, llorar, arrodillarme o realizar cualquier otro gesto de admiración “Señor te esperaba para seguirte y ahora eres Tú quien vienes a mi encuentro” Esa imagen intensa en emociones y fugaz en el tiempo quedará enmarcada para siempre en mi corazón. Es lo más grande que he podido vivir en tantos años de cofrade de Sevilla y de devoto del Gran Poder. Los penitentes se unieron al Señor y los tramos de la Virgen les siguieron surcando la Plaza y la amplia alfombra que la cubría.
Ojos inundados de lágrimas y rostros compungidos simbolizaban el Credo incuestionable de la más leal y sincera devoción sevillana. Los Evangelios abrían sus páginas pasionales en San Lorenzo. Jesús del Gran Poder cargaba sobre sus hombros la Cruz Redentora e iniciaba el camino por las calles de la Ciudad buscando alcanzar el Gólgota Catedralicio, siendo recibido en cada lugar por una multitud enfervorizada y completamente entregada a su Salvador. Entre parejas de cruces de penitencia caminaban las incansables abuelas de San Lorenzo, rejuvenecidas ante el Señor, alejadas del dolor y asumidas en un mar de suspiros y oraciones "quien miró a los ojos del Gran Poder en la Santa Madrugá disipó toda duda existencial y creyó incondicionalmente en Él".
El Señor de Sevilla con su presencia inundaba toda la Plaza de desbordante amor y éste como rumor se extendía por toda la vieja Urbe. La voz del silencio irrumpía en la Santa Madrugá para acariciar sutilmente los oídos de los fieles sobrecogidos. Hablaban el silencio de la noche, la respiración contenida de los devotos del Señor, la gélida espesura áurea y el rumor de la brisa. Sevilla otorgaba quietud y rezo y sobre todas las cosas hablaban los labios sedientos del Gran Poder de Dios. Sobre los oscuros lienzos aterciopelados de nuestro Cielo Terrenal se dibujaba el semblante paciente del Creador de los Planetas. Sevilla revestida de Jerusalem se asomaba a su ventanal de primavera para abrir su alma a Cristo.
Las abuelas de la Plaza besaban los crucifijos de sus rosarios y tomaban entre sus dedos de tergal la primera cuenta de sus rezos. Abiertos los balcones y apostadas a sus barandas las venerables enclaustradas en las celdas de sus dolencias “Dios mío de mi corazón, ahora puedes llevarme contigo, ya no tengo fuerzas para seguirte y mi vida lejos de Ti es una cadena perpetua insoportable”.
La comitiva procesional proseguía por las exquisitas angosturas de Conde de Barajas y Jesús del Gran Poder, arterias pavimentadas que subyacen del gran corazón de la Sevilla devocional y recóndita. El estremecedor sosiego de las gentes era soliviantado por golpes secos de canastilla que hacían levantar por parejas los cirios al cuadril, desde el primer tramo del Señor hasta las parejas nombradas de la Virgen. A cada llamada respondían los hermanos con un ¡Dios Mío! que se clavaba en los oídos y se proyectaba en los ojos, nuevamente envueltos en lágrimas, de los devotos que vieron pasar al Señor y que ya a duras penas podían adivinar como su Sagrada Hechura se ocultaba entre los ramales de la arboleda de la Plaza del Duque de la Victoria.
Saetas en La Campana, cercanía en Sierpes, realeza en Plaza de San Francisco, amplitud de la zancada en la Avenida y Luz de Dios en el interior de una apagada Catedral. Los hermanos por parejas realizaban genuflexión ante el portentoso Monumento Eucarístico elevado en el interior de la Magna Hispalensis. Dios mostraba su ternura a una gélida Plaza Virgen de los Reyes y por testigo una Giralda que lloraba amargas azucenas entre campanas que tañían en voz baja asomadas al gentil balcón del Cielo arquitectónico de Sevilla.
Avanzaban los hijos del Señor por Plaza del Triunfo y Almirantazgo en extraña soledad. Parecían otras la Ciudad y sus gentes y parecía distinto el acontecimiento que estaban esperando. La nostalgia cubría por momentos los vacíos a uno y otro lado de la calzada. La noche otorgaba una mínima tregua a las emociones de las primeras horas. El Señor atravesaba el Arco del Postigo del Aceite con paso candente y decidido.
A pocos metros podíamos sentir el latir de corazones destemplados y rebosantes de Esperanza. La cautivadora mirada del Señor de la Sentencia que caminaba entre costeros concentraba la atención de los fieles que lo esperaban en la Plaza de San Francisco y en la Avenida. El Imperio romano tomaba Híspalis en pacífica reconquista. El gran sueño de Sevilla que llegó atravesando el Arco de los sueños macarenos asomaba su gracia y belleza desmedidas por Trajano. El Señor de Sevilla retomaba el camino hacia su Santa Morada y la Reina de Sevilla empezaba a perfumar el otro lado de la Muralla con aromas de azucena y sueños de esmeraldas. La Madre y el Hijo, cada vez más cercanos, en la búsqueda del beso imposible de cada Madrugá.
La Cofradía parecía detener su rumbo por Castelar y Molviedro. Los pasos de los nazarenos eran más lentos y los cirios abandonaban por minutos el cuadril del esparto para ser apostados sobre el asfalto. Una brisa inmaculada de Guadalquivir acariciaba la cara más hermosa de Sevilla. Nuevos antifaces morados y verdes en La Madrugá de Sevilla. La Hermandad de la Esperanza de Triana avanzaba por Reyes Católicos, San Pablo y Rioja.
El corazón de este cofrade se rompía en dos. Desde niño acompañaba a su Hermandad de la Calle Larga de Triana bajo el morado terciopelo del antifaz. Un abundante manantial de lágrimas empañaba este otro antifaz de negro ruán. La primera caída de la noche encontraba pronta respuesta en el corazón: la túnica de terciopelo y capa representaba al joven que miraba al futuro y que iniciaba la cuenta de las semanas santas por vivir, la túnica de negro ruán y el esparto testimoniaban al hombre curtido en mil vivencias y que miraba al pasado para recordar esas otras vividas. Mi enorme debilidad me impedía volver a vestir esa túnica que siempre llevaré en el corazón, como llevaré el ancla, a mi Señor de las Tres Caídas y a mi Madre Marinera. Tantas ausencias y vacíos en los tramos de nazarenos de mi Hermandad son demasiada carga para mí. Ellos eran parte fundamental de mi Estación de Penitencia, su ausencia es una sombra que se alarga enormemente sobre mi ser y que termina por ahogarme.
Ecos de Verde Esperanza y sonidos de Triana resonaban en los tímpanos de la calle Zaragoza en el discurrir de la Hermandad del Gran Poder. Por Gravina y Pedro del Toro se retomaba el pulso a la Sevilla eterna inalterable al paso de los siglos. El Señor aumentaba el ritmo de su zancada y las chicotás se eternizaban en el tiempo y en el espacio. El camino de regreso de la Cofradía a la Basílica era tan inexorable como contundente resultaba cada toque del capataz al llamador de la canastilla del paso del Gran Poder y el exultante arrojo de los hermanos del costal que suspendían sus cuerpos para izar a Dios al mismo Cielo.
Resucitaba la Sevilla de la tradición y de la leyenda, del olor a naftalina en el interior de añejos roperos, de las macetas de jazmín, de los aromas de hierbabuena, de los amarillentos paños sobre cómodas de noble roble, de los señoriales vestigios del más rancio abolengo, de las colgaduras de balas de geranios en los balcones, del cisco incinerado bajo mesas de camilla, de las paredes de nácar, de las elevadas azoteas que besan los cabellos del alba y de la más excelsa metáfora que conocieron los tiempos: la Vida abrazada al leño de la muerte, las manos ensangrentadas acariciando con sutileza el portón del Templo del último sueño, la gentileza del abnegado Cordero y la decidida pisada hacia la amargura del propio Calvario. Pasa el Gran Poder y Sevilla sigue llorando.
Mis ojos siguen advirtiendo vacíos a uno y otro lado de la calle. Las lágrimas de una vieja mujer vestida de luto que mira hacia ninguna parte me hacen entender que no existen tales huecos. Cada vacío está lleno de recuerdos, vivencias y de la memoria de nuestros seres queridos que vuelven cada Madrugá para arriar sus ánimas junto al paso de los siglos.
Insuperables formas barrocas, milagrosamente cinceladas, revelaban su Divina Humanidad junto a los jardines del Museo. El néctar de la eterna juventud del Señor prolongaba su zancada descalza sobre la calzada. El arte de lo efímero culminaba su obra perdurable, como los sueños dormidos que despertarán al amanecer, los suspiros suspendidos en el aire, el primer beso de enamorados a los pies de fuentes rociadas de escarcha, el perenne espíritu del ayer y la sentimental lírica navegante entre prosaicos océanos de amor.
En las entrañas del Museo: murales de ángeles, barnices de Piedades, acuarelas Inmaculadas, lienzos litúrgicos, paisajes pasionales enmarcados, bodegones de mimbre, retratos de seda, cántaros de barro y tinajas de vinagre, y en la calle otro Museo: el de las luminosas guirnaldas, de los salmos penitenciales, misereres, saetas, misteriosas callejuelas, azuladas plazoletas y una inagotable sinfonía de etéreas sensaciones que resultan infranqueables a la amnesia flagelante del olvido. Zurbarán, Murillo y Valdés Leal se descubrían ante la obra genial de Juan de Mesa. Un primer revuelo de vencejos preconizaba el sublime despertar en la Plaza de San Lorenzo.
Envuelta en un paisaje testimonial del más puro clasicismo, la Cruz de Guía alcanzaba el Templo de San Vicente, incansable testigo de siglos de tránsito de túnicas negras embebidas por el paso de incalculables Madrugás y parejas de cirios color tinieblas, exiguas antorchas difuminadas ante la Luz del Todopoderoso Ser Supremo que se vislumbraba entre los algodonados príncipes naranjos de Sevilla.

La Procesión irremisiblemente iniciaba su penúltima estación en la Madrugá por Virgen de los Buenos Libros. Interminables filas de ruán, huellas de la consumida cera sobre el firme y primeros destellos del relente que comenzaba a despuntar en los albores de la aurora. Desde La Cruz de La Campana se colaban rumores de brisa fresca y notas flamencas que marcaban el compás al Señor de Bronce. Desgarrador silencio ante el Gran Poder y en la lejanía el suspiro de una zambra que revoloteaba como ave peregrina tras el manto de la Virgen Gitana. Los últimos contraluces de la Madrugá se difuminaban entre oraciones y soleares justo en el preciso instante en el que los nazarenos tomaban Cardenal Spínola.

Un coro de hermanas traspasaba el zaguán de Santa Rosalía deslizando suaves melodías entre las forjadas rejas del Convento. Sus líricas alabanzas al Señor rescataban la mística contemplación que desde el interior del claustro acarició la tez ciscada de su infalible Protector en aquellos inolvidables meses que pasó velando por el sueño de sus niñas. En sus rostros iluminados se plasmaba la pervivencia del Dios que les hizo descubrir el verdadero sendero.

Cientos de creyentes oteaban el horizonte cercano de la Plaza buscando el milagro imposible de alcanzar a ver la arbórea sutil caricia sobre el hombro desgastado de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder. En ese preciso instante El Señor traspasaba el umbral de la Basílica mirando a los ojos del pueblo. La portentosa Talla del Señor absorbía el esplendor de la canastilla barroca que iluminaban cuatro faroles prendidos. El silencio desgarrador de la Plaza era la señal inequívoca del final del más imponente sueño.

Los nazarenos del Señor y sus hermanos, heraldos de la Virgen, permanecían silenciosos en el interior del Templo. Llegaba la Madre de Dios ofreciendo sus manos mediadoras y ahondando en la desbordada emoción de sus hijos. Manantiales de aguas de cristal inundaban el mármol de la Basílica al tiempo que la Madre Perfecta esparcía su suave tristeza asumida en el más desgarrador sufrimiento. La sacra conversación de la Virgen que inclina suavemente su frágil belleza hacia el Discípulo Amado marcaba La Omega de la Madrugá en San Lorenzo.
El corazón de Sevilla comenzaba a sentir la triste melancolía del adiós, los misales reposaban en las arrugadas manos de las abuelas, los enjaulados vencejos del tiempo dormitaban en las cepas de la memoria y la luz del amanecer se ocultaba entre la tupida oscuridad del alma. La Plaza de las plazas se despoblaba lentamente hasta quedar en completa soledad.
“Quienes vieron caminar al Señor por las empedradas calles de Sevilla en la Santa Madrugá, afortunados fueron de ver a DIOS”.
“Quienes en su silencio pudieron leer en los labios del Gran Poder, privilegiados fueron de oír la voz de DIOS”.
“Quienes lloraron junto a las piadosas abuelas que siguen al Señor, venturosos serán en su desdicha al recibir el consuelo de DIOS”.
“Quienes sintieron sobre sus hombros el peso de la Cruz que carga el Gran Poder, gozosos serán de abrazarla al despertar del último sueño junto a DIOS”.
Retomábamos el camino de vuelta a la Plaza Nueva tratando de asimilar las muchas emociones de la noche. A nuestro paso nos encontramos con nuestros hermanos de ruán de la Hermandad de “Los Mulatos” que habían cumplido su Estación de Penitencia. El Santísimo Cristo del Calvario entregado a la Cruz en una de las escenas más realistas de la Pasión descritas por Sevilla mostraba la crueldad de la Muerte en su abatido semblante entre cuatro hachones elevados sobre una canastilla de caoba. La Virgen Niña de la Magdalena es un canto a la belleza, una mirada a la esperanza, una rosa entre claveles bajo un palio de cajón y un suspiro pasajero en el viaje de su Hijo a la Muerte en el Madero.
San Lorenzo y La Magdalena certificaban el fin de la negra Madrugá, la otra Madrugá escribía sus últimas líneas en la proximidad de los barrios.
Mi corazón quedó preso en las soterradas celdas de tu amor. Cada vez que los vencejos que te despiertan al amanecer llamen a mi ventana para anunciarme la inminente llegada de la Luna del Parasceve, acudiré a rescatarlo. No existe mayor condena que vivir lejos de Ti. Hasta que me des fuerzas, no dudes Gran Poder, que no faltaré a mi cita con el ruán.
A ti Gran Poder por esta Madrugá, por las vividas en el pasado y por las que están por llegar.