sábado, 7 de marzo de 2009

Viernes de Sentencia

Tarde del primer Viernes de Cuaresma en Sevilla. El día se cerraba por momentos y asumido por el cansancio de una nueva jornada de trabajo, sin pausa ni descanso, mis pasos me llevarían de nuevo a Triana, el corazón me pedía otra cosa y como cofrade de Sevilla, que se mueve a golpes de corazón, atendí a su oportuna llamada.
Desde Plaza Nueva me adentré por Tetuán acompañado por una sintonía de olores muy característicos en ese punto de la Ciudad, incienso y adobo. Llegué a la Campana, al punto de encuentro de las cofradías de Sevilla que inician cada jornada de nuestra Semana Santa su estación penitencial hacia la Catedral de Sevilla.
Una primera parada necesaria en la Iglesia de la Anunciación, desde el portalón pude contemplar uno de los grandes misterios de Sevilla, la Coronación de Espinas y presidiendo el Templo la enternecedora Imagen de Nuestro Padre Jesús con la Cruz en el Hombro, a la izquierda el Señor Coronado de Espinas y ese primor de dulzura y llanto de Jueves Santo, Virgen del Valle. La imaginé en su inigualable palio acompañada por las desgarradoras notas que rescatadas de un naufragio adormecen a la Virgen que más llora en las vísperas de la Noche más grande de Sevilla.
Desde la Plaza de la Encarnación retomé el camino de vuelta de la Hermandad de la Macarena hacia su Templo. Por instantes soñaba despierto con un coro de novicias que recibían a la Esperanza con la Salve Regina y la imborrable huella de Madre Angelita, que cada Viernes Santo por la mañana despierta de su leve sueño de ángel para unirse a sus hijas y a la Cruz que abrazan con misericordia.
En San Juan de la Palma me reencontré con el más hermoso diálogo de Sevilla. El silencio en el interior del Templo me hacía adivinar cada palabra de la conversación entre San Juan y la Virgen de la Amargura. Esperaba la calle de la Feria y las convenientes oraciones en Omnium Sanctorum delante de las imágenes Titulares de la Hermandad de los Javieres y del Carmen Doloroso y en la pequeña y al tiempo acogedora Capilla de Nuestra Señora del Rosario y los Titulares de la Hermandad de Monte-Sión. Mucho sabor a Barrio y en lo más profundo de mis entrañas empezaba a percibir los primeros pellizcos sabor a Macarena.
En la calle Parras descubrí un detalle de auténtico macarenismo, una prueba irrefutable que reafirmaba a los vecinos en el amor a su Virgen de San Gil. En la fachada de un bloque de pisos, en los que a duras penas podían percibirse detalles de lo que un futuro sería una obra acabada, descubrí un azulejo con la Imagen de la Virgen Macarena. Estaba ante una señal inequívoca de que primero fue Ella y luego llegó todo lo demás. Los macarenos modelan su carácter en torno al amor a la Señora. Otro azulejo me recordó a Doña Juana y aquellas tiernas charlas que pude compartir con ella en inolvidables mañanas de Jueves Santo.
La casi total ausencia de tránsito por la misma Parras y Escoberos me hizo dudar por momentos con el día de celebración del Vía Crucis del Señor de la Sentencia, de no ser, por los rostros de los hermanos de la Hermandad del Rocío de la Macarena y de los pocos vecinos que me encontré en mi camino y que lograron transmitirme la cercana presencia del Señor. Como no podía ser de otra manera, el vacío de las calles era debido a que todo el Barrio esperaba al Señor de la Sentencia a pocos pasos de la Basílica.
Desde la inigualable panorámica que ofrece el Atrio, antesala gloriosa de los más hermosos sueños macarenos, pude contemplar la Imagen del Señor a los pies de su Bendita Madre de la Esperanza, por momentos se me nublaba la vista, como cada vez que asumido en la incredulidad froto mis ojos, no pudiendo distinguir entre la realidad y el sueño.
El Señor de la Sentencia avanzaba por el interior del Templo despacio, muy despacio, atraído por los muchos corazones macarenos que buscaban la fuerza de su mirada en el exterior. La espera se hacía eterna, el Señor de la Sentencia no quería separarse ni un solo segundo de la mirada de su Madre.
Súplicas, oraciones, recuerdos y vivencias florecían delante del Señor que asomaba por las puertas de la Gloria. Caminaba hacia las entrañas del Barrio, dejando a su izquierda el Arco que muy pronto lo llevará a Sevilla, la Muralla al fondo, los Armaos Macarenos esperando a su Dios para llevarlo sobre sus hombros y todo un Barrio entregado en cuerpo y alma a su Cristo, sereno y silencioso, que caminaba esparciendo amor por cada rincón.
Entre los naranjos que custodian la Parroquia de San Gil y una nube de incienso adivinamos la hermosa silueta del Dios Macareno. Entre los rostros presentes pudimos leer los más hermosos poemas de amor sincero. El Señor hizo una parada en su camino al llegar al viejo Templo macareno de San Gil, el silencio roto mínimamente por notas dulces de capilla y la coral que precedía las andas del Señor, se hizo palabra con la lectura de una de las estaciones del Vía Crucis, Cristo Caído y en su ayuda el Cirineo. Cuanto necesitamos hoy en día la ayuda de ese cirineo que nos ayude a soportar el duro peso de nuestra cruz diaria. Sin duda que en Él lo tenemos. Prendados de su mirada, compasivos por sus manos amarradas y sedientos de su amor desbordante, fuimos saciados de Dios y de Esperanza.
Jesús de la Sentencia se marchaba para iniciar su paseo por las callejuelas del Barrio, un pellizco en los corazones cuando las miradas atentas lo perdían de vista y al tiempo lo sentían tan de cerca. En la Basílica, la Esperanza tan sola y tan acompañada. Noche mágica en la Macarena, bendito regalo para Sevilla.