SALVE CENTURIA ROMANA MACARENA.
SALVE ESPERANZA NUESTRA.
El tiempo se detiene en la
Ciudad, ante la afluencia de caudales devocionales que fluyen por los senderos
de las arterias adoquinadas, adyacentes al Imperio del Atrio. El rumor de lo
inminente va tomando cuerpo lentamente sobre cada palmo del arrabal macareno.
El silencio repentino del gentío anuncia la llegada de hombres de otra época,
macarenos de siempre. Los balconcitos de la inalcanzable celestial espadaña
florecen como cada primavera para ver asomar los cuerpos rejuvenecidos de los
viejos macarenos, nunca olvidados y, que durmieron en el regazo de la Macarena
para alcanzar la paz junto al Señor de la Sentencia.
Se encienden los corazones
ávidos de Esperanza al tic tac de sonidos de metales entre destemplanzas de
tambores. Aceleran los oxidados minuteros para marcar la hora exacta en el
lugar previsto. Inútilmente buscaremos en viejos legajos sobre el Imperio
Romano el valor de la Centuria Macarena. Realmente son las estilográficas
blancas acariciadas por la brisa del anochecer quienes, sutilmente y con el
mayor rigor, escriben cada renglón de la más apasionada historia de amor. La
firmeza de sus convicciones se acrecienta a cada paso avanzado sobre la calzada
de la otrora Híspalis. Envueltos por una nube de nostalgia y el lenguaje
apasionado de las miradas silenciosas que tornan hacia los privilegiados
escoltas del Señor, asoman por fin al Atrio, antesala del Paraíso. Bajo la
opaca caída de la noche mágica de Sevilla una intensa luz humana pertrechada de
corazas, rodelas, machetes y lanzas va derrochando fervor tras la Luz cegadora
del Señor de la Sentencia, proclamando, una vez consumado el preludio, que un
nuevo milagro tomará vida tras las rejas. El embriagador aroma de la Centuria
permanece junto al clasicismo de su música y la elegancia en el desfilar. Un
estilo inalterable, latidos al compás del rufar de los tambores y la
majestuosidad de las cornetas, van conjugando puro macarenismo y sevillanía a
uno y otro lado de la Muralla. La Centuria no es etérea ni pasajera a la fugaz
madrugada. Cada nombre de los Armaos queda esculpido por finas gubias en los
callejones del Barrio. Su silencio es plegaria a los ojos de la Esperanza y el
vacío tras su marcha imborrable huella en la memoria.
Las creencias de los
fieles hijos del Barrio se acrecientan envueltas de emociones y reflejadas en
unos ojos universales, tornándolas como certezas absolutas al trasluz del
Parasceve. Los Armaos son fedatarios indiscutibles de la palabra
transustanciada en el verbo cautivo de nuestros pecados. Certezas en las manos
amarradas del Señor de la Sentencia que a diario nos liberan de las sogas de la
tristeza cotidiana. La arraigada fe del pueblo supera casi todas las
inalcanzables murallas que encuentran a su paso. Diría que todas salvo una,
pues sin lugar a dudas esa muralla es pórtico de la fe recreada en un mirada
única. La de una mujer de excelsa hermosura e irrepetible en nuestras vidas,
cuyo precioso nombre reza como lema de amor en cuatro sílabas que conforman en
dulce melodía la sinfonía perfecta.
Atriles imposibles
trataron de alcanzarla conjugando las más bellas estrofas rematando renglones
de rigorosa prosa que aclamaban las virtudes de la Madre. No existe más Atril
que aquel pedestal sobre el que descansa la perfección bajo formas de mujer. La
angustia se apodera de su semblante y un caudal de lágrimas desconsuela al
contemplarla a cada instante. Cuando el dolor nos envuelve y los escalofríos
del alma nos elevan en mil rotas plegarias, descubrimos la milagrosa sonrisa
que nos proclama la esencial virtud teologal que proclaman los perfiles morenos
que como enseña verdadera pregona quien da verdadero sentido a la leyenda
impresa sobre el escudo de la Ciudad.
Proclamamos en justicia y reciprocidad
a las Legiones del Atrium, guardianes celosos de la Basílica, custodios del
Señor y heraldos de la Reina de los Cielos nuestro amor inquebrantable y anunciamos su arribada a la interior madrugada, que renace en nuestros
corazones anhelantes de sus bríos, con dos salves.
Salve Centuria Romana
Macarena.
Salve Esperanza nuestra.
Fotografías: Rogelio Fajardo y Luis Manuel Jiménez
Texto: Jordi de Triana
No hay comentarios:
Publicar un comentario