miércoles, 30 de noviembre de 2011

A TU MEMORIA


A Tu Memoria
(a mi suegro Manuel Ortiz Ojeda)

Embargado por la tristeza y abrumado por las añoranzas, me envuelvo en unas torpes, pero sentidas líneas, para mostrar mi gratitud hacia un gran ser humano. Han sido muchos años de convivencia y amistad. Sin lugar a dudas hago referencia al mejor abuelo que la vida pudo ubicar en el camino de mis niñas: Sara y Myriam, el mejor padre para mi mujer: Pilar, y por supuesto, el mejor suegro para mí. A lo largo de sus años de existencia fue fiel a sus principios, leal a los suyos, abnegado en el esfuerzo y desprendido con quien requirió su ayuda. Nacido en la calle Pureza transcurrido el primer tercio del siglo pasado, vivió toda su vida anclado a su Barrio de Triana. Dignificaba con sus actos el generoso legado de sus padres Manuel y Rosario, que hasta hace pocos días lo esperaban en el Cielo. Precisamente en los últimos instantes, cuando llamaba al umbral del reencuentro, no paraba de nombrarlos, del mismo modo que a su hermano Francisco. La oscura guadaña de la muerte sesgó de raíz sus sueños. Las añoranzas lo transportaban cada instante a Moguer de la Frontera y a las maternales caricias adormecidas frente al mar. El inalcanzable anhelo de los mortales es milagro alcanzable para quienes elevan el alma hacia el glorioso Templete Celeste. Sus padres y su hermano Francisco le recibieron en el zaguán de su casa de la eterna Calle Pureza con la mejor sonrisa.

La separación física de Manuel supone un punto de inflexión en el devenir de quienes a bien recogimos los buenos frutos de su generosidad. Queda un lugar desocupado en nuestra mesa de celebración en las venideras fiestas navideñas y baldías habitaciones en su trianera morada, pero ante todo quedan despoblados nuestros corazones de su cercana presencia. La próxima Madrugá será distinta para todos nosotros. Nos faltarán sus lágrimas en la Cava de los Gitanos a la llegada del Señor de las Tres Caídas, nos faltará su sonrisa al ver a su nieta Sara aparecer junto a la Cruz de Guía de nuestra Hermandad repartiendo estampitas y caramelos. Será grande el vacío que sentiremos en nuestro interior, o tal vez, volveremos a verte como siempre cuando miremos a la Esperanza de Triana. Su recuerdo queda plasmado en sus vivencias de niño en la Calle Larga de Triana, en el Altozano de su alma, perdido por las estrecheces de Fabié o Valladares junto a su hermano Vicente, correteando por la Zapata junto al Guadalquivir o paseando por el Puerto Camaronero ante la mirada de su hermana Demetria. Bajo Triana late un corazón grande de cerámica y cincelados en sus adentros quedan esculpidos a fuego los nombres de tantos trianeros buenos. Sus nombres están escritos en letras pequeñas o no aparecen en los anales impresos de su Historia, aunque sin lugar a dudas son los grandes forjadores de su Leyenda. El niño educado en los Salesianos de Triana, creció apegado al Barrio y fue portador de sus más nobles esencias, llevando su nombre a honor y por bandera.

Quiero rescatar en Tu mirada, Señor mío de las Tres Caídas, a tu hijo Manuel, el cual destiló bondad y generosidad cada día de su vida y llevó siempre impreso en sus labios el nombre de su Barrio. La muerte parece un muro infranqueable para quienes lloran por la ausencia del ser querido. Eres Tú bondadoso Protector nuestro, quien derriba con amor todo obstáculo que aparece en nuestro camino. Como Tú, Manuel llevó sobre sus hombros el cruel peso de una Cruz y como Tú venció a la muerte alzando su mirada hacia un trocito de Cielo bautizado por los ángeles buenos de la vieja Cava como Triana. La vida sigue, aunque salpicada por el amargor del adiós, para quienes lloramos por tu ausencia. Queremos ocupar con tantos buenos recuerdos el enorme vacío que dejaste en nuestras vidas. Lejos de reprochar a nuestro Señor la marcha de Manuel, le damos las gracias con toda la fuerza de nuestros corazones. La llegada de un ser tan especial a nuestras vidas únicamente pudo ser obra de nuestro Señor. Creemos en la fuerza del destino y de la Divina Providencia de Dios. Profesamos fe incondicional a ese inquebrantable Destino que por Tres Veces topó con el empedrado sendero en nuestro Barrio de Triana en la Santa Madrugá de los sueños. La muerte llega como liberación ante tanta angustia. El dolor empezaba a ser demasiado cruel para él. Su familia con entereza ha asumido que llegó la hora de la efímera despedida. Dios puso sus manos sobre el corazón de su hijo y lo llamó al Paraíso prometido.


Abrigados por el manto protector de la Esperanza de Triana pretendemos aferrarnos a la certera virtud teologal que envuelve su hermoso nombre. No caeremos en el más absoluto desánimo y en la cegadora tristeza, ni buscaremos palabras imposibles que supongan un mínimo consuelo por tan irreparable pérdida. Buscaremos ciertas respuestas en Dios, nos esforzaremos en seguir el legado de amor de Manuel junto al gran amor que encontró en su camino, su mujer Concepción, y la mejor herencia en sus hijos Manuel, Pilar e Inmaculada, quienes fueron los mejores cirineos en los momentos que la cruel enfermedad hizo quebrar a su desgastada humanidad. Educaremos a sus nietos Ainoa, Sara, Javier y Myriam en el recuerdo del abuelo que no cesó en el empeño de lograr la mayor felicidad para ellos.

Te has marchado dándonos una lección de bondad, luchando con todas tus fuerzas en conservar el don más preciado. Podemos pensar que el último esfuerzo resultó estéril. Aprehendidos en tal suposición nunca caminaríamos más alejados de la senda de la realidad. El valor destilado por Manuel los últimos meses de su vida queda como innegable reminiscencia del hombre que no cesó en el empeño a la hora de alcanzar sus propósitos, y ante todo, queda como imborrable huella a seguir por quienes luchan y lucharán en el futuro frente al mismo mal que lo aquejó. Para muchos enfermos tu ejemplo y tu prestación a la ciencia médica en la búsqueda del remedio más eficaz en la lucha contra el cáncer supondrá la curación, o al menos, más llevadero el camino hacia la despedida.

Espero que estés oteando estos surcos entre tintados sentimientos asomado al pretil de la Triana de ensueño. Lágrimas esparcidas junto a las temblorosas barandas de nuestros sentimientos recorren como ríos las calles del viejo Arrabal sevillano y toda música que acompañe desde hoy a sus bien queridas dolorosas nos sonarán a compases fúnebres de Font de Anta, a las profundas notas de Cebrián o a los desgarradores pentagramas plasmados por el maestro Gómez-Zarzuela. Tañen enlutadas las campanas en San Jacinto y replican apenadas sus hermanas del Templo Grande de Santa Ana, enmudece el murmullo de la brisa del herido Río y oscurece Triana oculta entre las sombrías cortinas cartujanas. Desaparece en el horizonte envuelto en brumas la cornisa aljarafeña de Gines y Aznalcóllar encubre el son acompasado del discurrir de sus arroyos. Llora Triana buscando entre lejanas estrellas la sonrisa de su niño salesiano que triste noche de noviembre se marchó a vivir la vieja Triana allí donde anidan las quimeras que se hacen realidad junto a la inmortal Plazuela.


Fotografías: Luis Manuel Jiménez
Texto: Jordi de Triana Fundacec

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Increible cuñao!!!solo esas palabras las puede escribir alguien q siente el vacio tan grande de la ida de mi padre y ese eres tu.Haz estado siempre ahi,hasta el final como un hijo mas o un hermano mas, no hay palabras q orgullo d familia!!! Un beso

Charo Muñoz dijo...

Seguro, Jordi, que Manuel estará contento de recibir esta carta memorial. El cariño que entrañan tus palabras serán de consuelo para su mujer, sus hijos y sus nietos. Ahora vienen fechas muy claves, mi padre murió un 29 de noviembre, hace 5 años, y las primeras navidades fueron difíciles de vivir sin mi padre. Os tendré presentes si en algo puedo aliviaros. Un beso para tí y toda la familia.