martes, 23 de noviembre de 2010

DUELE



                                                 DUELE

Duele recordar nuestros sueños de niños a pies del Atrio Macareno.

Duelen los redobles destemplados de la Centuria que se clavan en el alma.

Duelen los vacíos y las ausencias entre los tramos de verde terciopelo.

Duelen las miradas compungidas de quienes dejaron de soñar y empiezan a verla.

Duele la nube de incienso que a penas nos permite contemplar su hermosura.

Duelen las campanas que la despiden cada Madrugá.

Duelen los lamentos entre azucenas de la Giralda al revirar el palio por Placentines.

Duele el pulso de sus costaleros ante el portalón de las Hermanas de la Cruz.

Duelen las voces de los ángeles que le cantan asomadas al zaguán del Convento.

Duele cada palmo de tierra que nos separa de Ella cuando se aleja su rojo palio.

Duelen su sublime sonrisa y su profunda pena.

Duelen la belleza más excelsa y el caminar más armonioso.

Duelen las arrugadas manos de tergal que buscan consuelo en la mirada complaciente de la Reina de Sevilla.

Duelen los labios sedientos que buscan beber de la fuente de la gracia.

Duelen los cuerpos abatidos que enderezan al sentirla de cerca.

Duelen los versos y la prosa que anhelamos escribir para Ella.

Duelen los pentagramas y las notas de fina pedrería que nacen de sus entrañas.

Duelen las notas de seda que suspendidas en el aire van perdiéndose por los últimos callejones del Barrio.

Duelen las saetas que le rezan entre barandas y geranios.

Duelen las lágrimas de las abuelas asomadas por última vez a sus ventanas de Viernes Santo.

Duele la memoria de quienes se marcharon a vivirla de otra manera.

Duele la cera consumida sobre los adoquines.

Duele la candelería apagada desde el amanecer.

Duele el imperceptible vaivén de sus varales.

Duelen las cinturas fatigadas bajo las trabajaderas.

Duelen la voz rota del capataz y la mirada de su padre que lo observa desde Cielo.

Duele el cansancio de toda una noche en vela.

Duele el atronador silencio del alba.

Duelen la dormida Luna y la recién asomada mañana.

Duele el leve susurro que nos recuerda que todo se acaba.

Duelen la respiración contenida y el latir acelerado de los corazones sevillanos.

Duele pensar que fue mera ilusión y que al despertar perderemos su estela.

Duele pensar que tras pasar la Macarena nada nos queda.


¿Cómo puedo temerte muerte si me devuelves a Ella?

Tu oscura guadaña me tomará por sorpresa y mis ojos se cerrarán por completo.

Al despertar me sentiré liberado de las ataduras que aprietan mis manos.

Y ante mis ojos descubriré a mi primer y último amor.

En la pila bautismal pude oír mi Sentencia.

Mi destino estaba escrito entre líneas de pureza.

Mi final me llevaría al principio.

Mi corazón dejará de sufrir y mi alma encontrará rumbo cierto.

Mi muerte tiene nombre y apellidos, y que bien me suena, Esperanza y Macarena.



2 comentarios:

Juanma dijo...

Mi querido Jordi:

Siempre tan puro, tan emocionante, tan sincero.

Una alegría volver a leerte.

Besos para toda tu familia.

Reyes dijo...

Un placer ese dolor. Un enorme placer sentir ese dolor macareno.