sábado, 13 de marzo de 2010

NIÑA GRANDE DE SAN LORENZO

NIÑA GRANDE DE SAN LORENZO
Envuelta en un traje oscuro, peinando cabellos color plata y anclada en el pasado ves pasar la vida por delante de tus ojos. Miras con añoranzas el viejo reloj de arena que marca tus horas y haces cuentas con el rosario de un efímero futuro entre tus arrugadas manos. Tu envejecida piel proclama una casi centenaria existencia. Cada arruga que se dibuja sobre tu rostro aterciopelado va pregonando ternura y esa belleza que subyace en el interior de nuestras abuelas. Tu espíritu combativo y tu inquebrantable fe son el mejor báculo sobre el que cargar el peso de tus dolencias.
La vida te ha ofrecido tragos muy amargos, has percibido la hiel sobre tus labios y has sentido sobre tu pecho la profunda espada de la desesperación y el olvido. Todos los tuyos se marcharon de tu lado, incluso aquellos que por naturaleza debieron haber sentido tu marcha antes de seguir tus pasos. Poco a poco la soledad y los recuerdos fueron amueblando las habitaciones de tu casa. Son muchas las espinas que se clavaron en tu débil corazón y no menos las ausencias. Cada mañana al despertar encuentras delante de ti un nuevo reto por superar.
Cuando eras una niña tu madre te llevó de la mano a descubrir por primera vez el rostro de Dios. Hasta entonces no tuvo la oportunidad de poner en tus manos un obsequio de suficiente valor. De sus labios pudiste oír la mayor verdad “hija mía este es el mejor regalo que recibirás en tu vida” “los bienes materiales son efímeros y este presente que te acabo de mostrar perdurará en ti como lo hace en mí y en todos los afortunados que descubrimos su llamada de amor”.
Esa primera visita al Gran Poder te marcó y dejó una imborrable huella en tu memoria. Desde entonces tus pasos han sido firmes y has sabido sobreponerte a la adversidad. En el Señor encontrabas respuesta a tus muchas dudas existenciales. Llegaste a Él desposeída de bienes materiales y vuelves cada tarde a su presencia para enriquecer tu espíritu.
Dos amores encontraste en la vida: tu fiel esposo, compañero inseparable de tus días y Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, Tu Dios misericordioso que nunca te falta. Has cumplido a rajatabla tu promesa en el Altar “en las alegrías y en las penas, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad”. Has dado un paso más al frente e incluso ni la muerte ha logrado separaros por completo. El hábito que llevas pegado a tu piel es fiel compañero del negro ruan con el que amortajaron el cuerpo de tu marido.
Hablas al Señor con espontaneidad, como una hija habla a su padre. Le nombras a tu marido conjugando el tiempo presente. Sabes perfectamente que tu esposo se encuentra junto al que Todo lo puede, no buscas consuelos vanos e innecesarios, confías en el Gran Poder. Él nunca te mentiría, en sus labios puedes leer las últimas palabras de tu compañero cuando con lágrimas y pulso firme se despedía de ti. Se marchó con una sonrisa, empezaba a divisar un oscuro túnel y al final del mismo una mirada conocida. El Señor de Sevilla lo esperaba como cada tarde primaveral de San Lorenzo. Caminaba hacia la Luz de Dios en silencio y muy despacio. Fueron esos mismos vencejos que despiertan en el amanecer del Viernes Santo para recibir al Dios de Sevilla, quienes le anunciaban la llegada a la otra Plaza. Él te espera sentando en un banco junto a un árbol y tú sueñas con ese día en el que vuestras vidas se reencuentren en el Cielo, con el mismo DIOS por testigo.
Eres admirable, como admirables son todas las abuelas que como tú siguen al Señor de Sevilla durante siete horas en hermosa noche de Luna llena. Desconoces si esta próxima Madrugá estarás asomada al balcón de las añoranzas para ver pasar al Gran Poder. El Señor pasará por tu acera y te pedirá que le sigas. Querida mía, volverás a ser niña grande de San Lorenzo y no dudarás en seguir sus pasos desde el zaguán de tu casa hasta el Calvario. De calvarios y amarguras entiendes más que nadie y como nadie conoces del amor de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder.
En estos días de Cuaresma sientes añoranzas. Recuerdas a tu madre, siempre vestida con el hábito de promesa al Señor, cada vez que le hablabas del Nazareno de San Lorenzo empezaba a llorar. Ahora eres tú quien no puedes contener el llanto al escuchar los más bellos versos de amor conjugados en dos palabras, dos palabras penetrantes, rotundas y llenas de ternura: Gran Poder.
El Señor te espera al otro lado de la Plaza para recibirte y unir de nuevo tus manos con las de tu marido. Hábito morado y negro ruan volverán a fundirse y en vuestras manos teñidas de cisco se adivinarán las alianzas que formalizaron vuestro amor de abnegados esposos e inseparables compañeros.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Jordi:

Qué palabras más hermosas...creo que es lo mejor que has escrito nunca. Es un relato maduro, sereno y absolutamente rotundo. Se nota que este año, que acompañarás al Señor en la maravillosa Madrugá, te está ya iluminando desde la Plaza.

Cuantas mujeres unidas al Señor de por vida, por su marido, por sus hijos, por sus nietos...has sabido captar la esencia de lo que el Niño Grande de la ciudad significa para ella. El dialogo hermoso de tantos sevillanos que ya no están con nosotros pero que su lazo de unión con los que tenemos la suerte de seguirle cada Madrugá, es el balcón desde donde lo ven caminar, o mejor como tú dices, el banco de esa Plaza imaginaria que de seguro existe en los Cielos.

Mi abuela era así; no se le podía mencionar al Señor sin que se emocionara, cualquiera que fuera la época del año. Y cuando se acercaba su noche lamentaba con la mayor de las amarguras ser tan mayor y tener que ir a dormir porque ya no tenía fuerzas para poder verlo en la calle.

Que el ruán negro que en la noche más hermosa de Sevilla llevarás por primera vez este año, te proteja a ti y a los tuyos para siempre. Que la cera blanca de la Azucena de San Lorenzo ilumine tu camino y sobre todo que la presencia Del que Todo lo Puede, en la Madrugá en la que Su fuerza nos envuelve, podamos todos unidos fundirnos en un abrazo, no sólo por lo que tenemos la suerte de seguir acompañándolo año tras año mientras que quiera, sino como tú muy bien dices, por esos que nos esperan entre vencejos en la Plaza donde el Señor mora y nos espera en sus Cielos.

Un fuerte abrazo en el Señor.