domingo, 24 de enero de 2010

RÉPLICAS DE AMOR FRENTE A LA DESESPERACIÓN Y EL SUFRIMIENTO


RÉPLICAS DE AMOR FRENTE A LA DESESPERACIÓN Y EL SUFRIMIENTO.
La tragedia de Haití debe hacernos reflexionar a todos. No debemos detenernos, únicamente, en el dolor que sentimos, desde la distancia, por un pueblo que ha sido víctima de la más cruel y despiadada acción de la caprichosa e imprevisible naturaleza. Una naturaleza que guarda grandes secretos en sus entrañas y que a veces tiene memoria, una triste memoria que como látigo azota en reiteradas ocasiones a lugares asumidos en la miseria y la destrucción. Ante tragedias de esta índole estamos obligados a actuar con celeridad. El tiempo apremia y no existe lugar para la mínima cavilación. Nuestros hermanos haitianos están ávidos de nuestra solidaridad. Deambulan de un lugar a otro siguiendo un camino de incertidumbre, a penas han tenido tiempo para llorar a sus víctimas y sus ojos buscan un mínimo atisbo de esperanza que los devuelva a la senda perdida, aunque lamentablemente sus vidas quedarán marcadas para siempre por las terribles heridas del seísmo y por las numerosas ausencias. La oración debe ser un pilar fundamental que haga resurgir un edificio en ruinas. Una oración que perdería fuerza de no ser acompañada de actos de generosidad.
Esta llamada ha de conllevar un cambio de rumbo en nuestras hermandades en un aspecto tan esencial como la caridad. En el rostro de los que sufren se refleja el verdadero rostro de nuestro DIOS. Nuestro silencio no hace sino ahondar en el dolor de los más desfavorecidos y por consiguiente en las llagas de nuestro Señor Jesucristo que a diario crucificamos con nuestra indolencia y olvido.
¿Hacen las hermandades lo suficiente en caridad?
La respuesta a la eterna pregunta, es y seguirá siendo siempre la misma: podemos hacer más. Las hermandades dedican esfuerzo, tiempo y recursos a satisfacer las necesidades de nuestros hermanos desamparados. No obstante no debemos dejar de reconocer, que constantemente nos embarcamos en proyectos de gran envergadura, obviando el sufrimiento de nuestros semejantes en la distancia o incluso de quienes viven cercanos a nosotros. La primera piedra que ha de conformar el edificio que llamamos hermandad debe cimentarse en la caridad, en alimentar el cuerpo del necesitado, para una vez satisfecha esta perentoria necesidad alimentar su espíritu. A partir de ahí todo lo demás.
Nuestras hermandades y cofradías se han forjado a lo largo de los siglos en el amor a Dios y la Virgen, en el descubrimiento de los más excelsos cánones de belleza nacidos del barroquismo sevillano y que encontraron continuidad en la obra de autores que bien supieron beber de su inagotable fuente de inspiración, en el derroche de buen gusto que suele plasmarse con inigualable acierto en cada detalle de cada uno de los enseres que conforman el patrimonio de nuestras hermandades y cofradías y en la sublime escenificación que cada Primavera se recrea en nuestra Ciudad de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. La caridad no debe ser convidada de piedra en este banquete de creencias y hermosísimas percepciones. Todo lo contrario, debe ser la primera gota de cera, la primera llamada del capataz, la flor más cercana a las manos de una Dolorosa, rojo clavel que acaricie los pies de un Crucificado, la brisa serena que genere movimiento en la túnica de un Nazareno, la sinfonía elegante que acompase el son de varales de un palio sevillano y el primer haz de Luz que nos anuncie la llegada de un nuevo Domingo de Ramos.
La caridad y el amor son los medios y DIOS el fin a alcanzar. Antes de que el devastador terremoto provocase la ruina, el caos y la desesperación en Haití, muchos religiosos vivían entre los más pobres alimentados por la fuerza del espíritu. El mucho amor a DIOS los llevó a dejar atrás lo material y encontrar en el espíritu el verdadero alimento. Con su ejemplo llevaron la palabra de DIOS al que sin lugar a dudas es el lugar más pobre de Occidente. Un altísimo porcentaje de su población vive por debajo del umbral de la pobreza. Una población tan pobre como digna.
Esta terrible catástrofe es la punta del iceberg de un gran problema a nivel Mundial. El terremoto de Haití vuelve a abrirnos los ojos ante la mayor lacra de nuestro Planeta. La injusta repartición de riquezas, la insolidaridad, el colonialismo y su alargada sombra en el tiempo y en el espacio y por último el sometimiento del pueblo al desgobierno. Todo lo anterior nos lleva a submundos abnegados a su fatal suerte, a débiles infraestructuras y a terrenos propicios e impotentes ante la virulenta acción devastadora de la, a veces cruel, naturaleza. Nuestra memoria debe tener siempre presente el desolador efecto del terremoto que hace unos días atravesó Haití rompiendo su débil corazón en mil pedazos. La solidaridad no debe ser fruto de un día y respuesta a un acontecimiento puntual. Obviamente nuestros esfuerzos deben concentrarse en aliviar la tristeza de un País convertido en cenizas, pero en un horizonte a medio y largo plazo debe tener continuidad para dar más sentido a un término trascendental en el devenir de los días de todo católico: la caridad.

1 comentario:

Juanlu dijo...

Yo creo que si hacen suficiente , sólo hay que ver aparte de sus obras sociales como se estan volcando en el tema haití.
Un saludo amigo.